Joan Canadell todavía no ha tomado posesión como nuevo presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, pero ya está dejando su impronta.
Las medidas que planea aplicar son realmente chocantes. De entrada, quiere realizar una encuesta entre las empresas de la entidad, con una triple pregunta. Primera, si opinan que la Cámara debe implicarse en la construcción de la “república catalana”. Segunda, si están a favor de dejar de pagar sus impuestos a la Agencia Tributaria del Estado. Y tercera, si son partidarias de declarar persona non grata al Rey Felipe VI.
Canadell justifica esta última propuesta en que el monarca llamó supuestamente a docenas de patricios catalanes para instarles a trasladar la sede social de sus compañías fuera de esta comunidad. Por tal motivo --entiende Canadell-- ha de considerarse a Felipe VI una especie de traidor a la santa causa catalana y las fuerzas vivas de la región tienen que reprobarlo.
El flamante mandamás de la Cámara no se conforma con esta andanada inicial. Además, urde otra actuación no menos estruendosa. Encargará al servicio de estudios de la Cámara --que hasta ahora goza de notable prestigio--, una serie de trabajos destinados a aportar argumentos a la causa del separatismo. Con tal objetivo, los economistas de la corporación habrán de confeccionarle trajes a la medida que le permitan dar un recrecido impulso a toda clase de iniciativas independentistas.
Canadell es un tipo ciertamente peculiar. Durante un tiempo estuvo circulando con una careta de Carles Puigdemont en el asiento del copiloto de su vehículo. Pretendía de ese modo rendir un vistoso homenaje al político fugado.
Para este caballero, la raza catalana es claramente superior a cualquier otra del globo. A mayor abundamiento, son catalanes prácticamente todos los grandes personajes que a lo largo de los últimos siglos han deambulado por la historia, entre ellos, por ejemplo Miguel de Cervantes y Leonardo da Vinci. Abriga la certeza de que los catalanes --como sabe todo bicho viviente-- habitamos en el centro del orbe y el mundo entero está pendiente de lo que hagamos y digamos por nuestros meridianos.
Para redondear esa sarta de sandeces, sostiene Canadell que la bandera de Estados Unidos es de origen catalán. Que la dinastía inglesa de los Tudor era más catalana que la virgen de Montserrat. Que el sistema anglosajón de unidades de medida tiene clarísimos orígenes catalanes. Y que el imperio británico lo fundó --¡cómo no!-- una colección de ciudadanos catalanes.
Canadell es un botón de muestra de las legiones de menestrales que pueblan la Cataluña profunda y creen a pies juntillas que sus villorrios están ubicados en el mismísimo ombligo del planeta.
También afirma que nuestra comunidad autónoma está lastrada por el Estado opresor español desde hace siglos y que si Cataluña dispusiera de Estado propio “seríamos la economía mejor y más avanzada de Europa”.
Otro de los empeños de este visionario estriba en expulsar a las 14 grandes compañías que contribuyen al presupuesto de la Cámara de Barcelona con 75.000 euros por cabeza. Las quiere echar, pero no de forma inmediata, pues de momento pretende que sigan apoquinando religiosamente el millón de euros que, en conjunto, pagan cada año. La pela es la pela.
Tengo para mí que no hará falta que se invite a los gigantes del Ibex a marcharse, pues a la vista de la transcrita colección de disparates, más pronto que tarde acabarán largándose motu proprio con viento fresco. También habrá que ver cómo evolucionan las relaciones con la Cámara de España, de la que la hijuela barcelonesa recibe abundantes fondos procedentes de Europa.
Canadell todavía no ha tomado posesión, pero la veterana Cámara de Comercio de la Ciudad Condal se está adentrando en unas arenas movedizas muy peligrosas.
Si las delirantes determinaciones de su nuevo gerifalte fructifican, la institución corre el riesgo de acabar convertida en un artefacto inútil, totalmente desacreditado y de representatividad constreñida a las micropymes vernáculas.
Los propósitos del equipo encaramado al mando de la Cámara nada tienen que ver con los fines fundacionales de la institución. Y Canadell más bien semeja un político fanatizado, del estilo de Quim Torra y Carles Puigdemont, a quien la creación de riqueza y el fomento del empleo le resbalan olímpicamente.
Ya es sabido que labrar una sólida reputación cuesta décadas de trabajo serio y silencioso. En cambio, perderla sólo es cuestión de unos pocos meses.