La industria del automóvil (2)
La última Hispano Suiza de Mateu i Pla; el entronque Suqué-Mateu; el Salón del Automóvil y la última tertulia de Josep Pla, cañamazo del tiempo de silencio
2 junio, 2019 00:00En 1939, recién acabada la guerra, la muerte de Damià Mateu llevó a la presidencia de Hispano Suiza a su hijo Miquel Mateu i Pla, un industrial afín al régimen que copó el nivel más alto del nuevo engranaje socio-económico y político: fue alcalde de Barcelona, presidió la patronal, Fomento del Trabajo, y desempeñó la presidencia de La Caixa hasta su muerte en 1972. En la entidad de ahorro, Mateu i Pla fue sustituido por Francesc de Carreras, que conduciría la entidad hasta el momento de Josep Vilarasau, autor de la gran trasformación de la entidad en uno de los motores de la economía.
El modelo productivo español reenfocó sus objetivos a través del INI presidido por del almirante Suances. Convirtió las cabeceras del metal en fábricas de máquina-herramienta siguiendo el modelo alemán, una idea que cobijó la génesis de la Empresa Nacional de Motores de Aviación. En la práctica aquel movimiento supuso el fin de dos grandes proveedores, Hispano Suiza y Elizalde (capítulo siguiente de esta serie) y su conversión en ENASA (Los automóviles HispanoSuiza, desde el origen hasta 1949, editado por la propia empresa). Mientras se redibujaba la metalurgia en su conjunto, el INI consiguió contratar al ingeniero Wifredo Ricart, el entonces director general de Alfa Romeo. Ricart significó la continuación del diseño que había creado Marcus Birkigt y se integró en el recién creado Centro de Estudios Técnicos de la Automoción, el primer cluster del motor, fundado en España y por capital autóctono. Fue el gran Momento de Pegaso, los coches deportivos que marcarían una época en Europa y en el mundo (Ricart-Pegaso, la pasión del automóvil; Arcris Ed. de C. Mosquera y C. Coma Cros).
En agendas-calendario no muy grandes, a pluma (tinta azul o negra), con letra minúscula y sin tachar nada, casi ininteligible de tanto apurar los márgenes, Josep Pla, el autor de El quadern gris y uno de los grandes memorialistas de las letras españolas, desgranó en noches-madrugada de vigilia e insomnio y en un certero estilo telegráfico. Así compuso el Josep Pla más íntimo, imposible lo tenemos en La vida lenta, del gran conocedor Xavier Pla. Es el mundo de las letras, apoyado por su editor de Destino (en edición bilingüe). El Pla en los años de la autarquía económica y del posterior desarrollismo es el mejor aguafuerte desde detrás del altar, que se derrumba lentamente y acaba por inundarlo todo.
Al cabo de muchos años, percibimos que el memoralismo es una herramienta sobresaliente; Pla, Xammar o Maurici Serrahima desvelaron bajo el caparazón del tiempo la realidad social. Fueron en realidad los cuadernos de la deseconomía. En los 60 del siglo pasado, Pla solía acostarse entre las dos y las cuatro de la madrugada y levantarse a partir de las cuatro de la tarde o las seis. “Tengo la vida totalmente invertida. Del día hago noche y de la noche, día” (6 septiembre 1956). Le lleva ahí, buena parte del año, un frío infernal en su masía, el Mas Pla, en la que vivió desde 1944, tras la muerte de su padre y donde en la gran sala apenas se alcanzan los cuatro grados (peor en la cocina: menos uno). Pero le gusta vivir ahí (“esta casa me ha salvado la vida”) porque cuando no recibe visitas (pueden llegar a ser siete distintas) hay una “calma medieval”, un “aislamiento divino”, un silencio “para soñar la vida”. Un caparazón, al fin, contra el mundo hostil. En “la soledad de la cama encantada”, Pla hacía todo menos dormir: se hace llevar una comida frugal si acaso (tortilla de espárragos o un vaso de leche y una tostada o un par de huevos fritos) y, sobre todo, leía, porque “leer es lo único que me apasiona, que me hace vivir”. “No hay manera de conservar un equilibrio. Paso del alcohol a la lectura ávida, que me produce el mismo daño”.
Lee de todo: libros, prensa extranjera (Journal de Genève, The New Yorker, Le Monde...), revistas de toda condición (Serra d’Or, Razón y fe, de los jesuitas...), diccionarios de Joan Coromines, el gran romanista al que el escritor admira casi desde el el temor y del que recibió este influjo maravilloso: “Escriba, escriba sin parar porque el futuro de una lengua depende mucho más de una muñeca como la suya que de la precisión sintáctica de los académicos”. Un “estofado magnífico” de su madre o el artículo para el número 1.000 de la revista Destino acentúan su “sensación de envejecimiento, de asco general y de depresión extrema”. Se siente castigado por el insomnio “total”, intolerable, “escandaloso”, que a veces va acompañado de taquicardia. Él lo atribuye, según la época, al vicio de la lectura, “un contragolpe del alcohol”, o a una combinación de éste con sus pulsiones eróticas (“insomnio persistente con la obsesión sensual --del alcohol--”). El dolor “insoportable” de muelas que arrastrará años a pesar de una dentadura nueva no será nada frente el pavor ante un par de ataques de un hígado macerado por la bebida. Pla roza el alcoholismo con un punto, además, de fatalismo. “He vuelto a casa con dificultad --quizá en un taxi, no recuerdo exactamente--. [...] Aún reincidiré unas veces más”. Se duele por su ritmo de vida, a menudo “saturado de alcohol”. “¿No ha llegado la hora de reaccionar? Es una vergüenza. No me comprendo a mí mismo. Sensación de que voy para atrás”. Ni a sus 67 año cambia: “Coñac. No tengo remedio".
Por la tertulia de Josep Pla en el Bar Sporting de Calella de Palafrugell desfila un tiempo memorable para la cultura y la economía bajo el paraguas de dos décadas, pero renacido después por el fin del aislamiento, el inicio de relaciones con EEUU y el acuerdo preferencial del ministro Castiella con la CEE de Bruselas, la actual UE. Todavía en el tiempo de silencio, el Sporting y no el Ateneu de Barcelona (enterrado entonces como reliquia del mundo republicano y hoy renacido con enorme éxito), reúne a sus amigos y entroniza a Artur Suqué --el senyoret Pupi en palabras de Pla-- accionista de Hispano Suiza y forjador de un cambio de modelo, que va desde la metalurgia al turismo y el ocio (Casinos de Catalunya).
Mientras, el automóvil ha ido saliendo de su encasillamiento de los principios hasta la apertura real de un gran mercado de consumidores. En esta transición han participado activamente los constructores, las marcas de referencia en Europa ha ido viviendo muy de los titubeos de las grandes marcas que vivieron el primer Salón del Automóvil de Barcelona, celebrado en el Turó Park y desplazado en su plenitud a la Fira de Montjuïc.