Creo no equivocarme si digo que todos suscribimos esa idea, repetida hasta la saciedad, que dice que el arte, la praxis perfecta, de la política --entendida como ejercicio de buen gobierno, razón, y sincero deseo de mejorar las condiciones de vida de la sociedad--, consiste y pasa por saber pactar, dialogar, reconciliar y tender puentes. El filósofo renacentista Nicolás de Cusa formuló una sencilla y magnífica teoría que sintetiza esa idea desde su mismo enunciado, que es "Coincidencia de los Opuestos" --coincidentia oppositorum--. Por descontado, el teólogo, que jugó un relevante papel en el Concilio de Ferrara y en el de Florencia, buscando poner paz a las eternas diatribas entre católicos y ortodoxos, se refería y se centraba en cuestiones teosóficas, religiosas, que permitieran avanzar en el terreno de la paz en la cristiandad. Pero su teoría es, sin duda alguna, extensible a todo, como la de la navaja de Ockham.
Sí, todos decimos entender y respaldar ese básico principio de la democracia: el saber dialogar, llegar a acuerdos, pactar, reconciliar. Lamentablemente, lo predicamos, pero no lo practicamos. En nuestro crispante panorama político vivimos constantemente instalados en el encontronazo fratricida, en la revancha cainita, en el odio viejo, rebozándonos en el estercolero del más absurdo "guerracivilismo". De todas esas cosas enumeradas sabe mucho la izquierda en su facción más irreconciliable. ¿Cómo puede avanzar una sociedad que vive más preocupada por el cadáver de Franco, los caídos en 1714, o los desmanes, colectivos de una Guerra Civil que concluyó hace 80 años?
Las elecciones del 26 de mayo han dejado un panorama sumamente complejo en España, variando incluso dramáticamente algunos parámetros que dimos por buenos en las elecciones generales de abril, que han demostrado ser falsos o relativos --léase Podemos y Vox--. No se preocupen, no les bombardearé con datos, cifras y porcentajes, porque todos los conocen y todos hemos acabado con el cerebro abrasado al tener que digerir semejante avalancha de información y reconfigurar nuestro mapa mental de la situación. Baste decir que el gran vencedor, en todos los terrenos, ha sido el PSOE. Y el gran perdedor, Podemos. Y entre esos dos extremos de victoria incontestable y derrota aplastante ha quedado todo el centroderecha político.
Llega, por tanto, la hora de los acuerdos y pactos. Y solo podrán materializarse, y ser beneficiosos o nefastos en su implementación, en base a dos vías o actitudes: o bien se opta por la altura de miras y la política de vuelo estadista, o bien caemos en el eterno bucle del frentismo destructivo. En esos pactos, Ciudadanos es una de las claves de bóveda que puede sostener o apuntalar una legislatura estable y benéfica en líneas generales. El partido naranja no ha logrado ese sorpasso anhelado. Cierto. El PP sigue siendo, pese a su notable desplome, una de las columnas del bipartidismo. Pero Ciudadanos será indispensable en muchísimas autonomías, capitales y municipios de todo el país. Empezando por Madrid. En teoría un partido que aspira a ocupar el centro y que se define centrista debería poder tender puentes a izquierda y derecha. Y ahí vienen los problemas. Externos e internos.
En la Comunidad y Ayuntamiento de Madrid todo parece, a simple vista, muy claro. Nadie entendería que no hubiera un acuerdo estable entre PP, Ciudadanos y Vox, a la andaluza, pero ahí está Manuel Valls, amenazando --pese a sus magros resultados en Barcelona--, con romper su vinculación con el partido si Rivera coquetea y se atreve a pactar con los de Santiago Abascal. También Pedro Sánchez, que exige que se levanten hacia el PSOE los "cordones sanitarios" --porque pretende obtener el apoyo de Ciudadanos en muchos puntos y Comunidades--, se lo pone difícil a los naranjas, ya que en su encuentro del día 27 con el presidente de Francia, Emmanuel Macron, valedor de Albert Rivera y socio de la formación española en el seno de ALDE en el Parlamento Europeo, cargó las tintas en lo referido a un posible pacto de Ciudadanos que incluya a Vox, formación que Macron rechaza por considerarla ultraderecha homónima de la AN de Marine Le Pen, que ha ganado las europeas en Francia (24,20% de los sufragios), superando en dos puntos a Macron. Así que ahí tenemos una situación de política torticera y taimada. Legítima, pero alejada del fair play.
En peor situación estamos en Barcelona. El andropáusico y fanático nacionalista Ernest Maragall ha vencido por foto finish a la populista Ada Colau. Todos somos conscientes del tremendo desastre que supondría para Cataluña que la alcaldía de la capital cayera en manos de los independentistas, otorgando poder omnímodo a una secta de fanáticos irreconciliables con la convivencia, la tolerancia y la ley. Pero va a ser muy difícil evitar esa tragedia. Ciudadanos estaría dispuesto a apoyar, con ciertas condiciones, a Jaume Collboni (PSC), que a su vez no tendría problema para pactar con Colau, pero Manuel Valls, que parece ir por libre --solo 3 de sus seis concejales son naranjas--, ha ofrecido su apoyo sin condiciones a Ada Colau (Barcelona en Comú), forzando a Ciudadanos a desautorizarle de inmediato. Y es que Valls, lejos de ser una buena apuesta de Rivera, está demostrando ser un fichaje imprevisible. Si a eso sumamos el odio atávico de Colau a todo lo que huela a derecha, tenemos un panorama muy negro.
España está, por tanto, en una encrucijada en lo referido a pactos. Hay miles de ejemplos; como muestra, un botón: ¿Apoyará decididamente ese PSC, al que los nacionalistas denigran e insultan a todas horas, a Xavier García Albiol en Badalona, siendo como es el candidato más votado de largo? Reflexionemos, porque esto solo puede salir mínimamente bien con altura de miras. Y Ciudadanos --en ellos estoy singularizando esta columna-- se halla ahora mismo en una tesitura muy compleja. Transmiten notable desconcierto a su electorado; han dilapidado, en su expansión a nivel nacional, una inmensa parte del capital útil obtenido en Cataluña en diciembre de 2017, con ese millón cien mil votos largos; han desplazado alfiles, torres, reinas y reyes en el tablero --Jordi Cañas, Juan Carlos Girauta, Inés Arrimadas, Albert Rivera--, dejando a sus votantes catalanes con sentimiento de orfandad, y si bien es cierto que su crecimiento es continuo, no lo es en la medida que su estrategia y ambición pretendían.
Para Ciudadanos llega la hora de la verdad, la hora de gobernar, de bajar a la arena, de mojarse, de pactar, ya sea en una sola dirección o simultáneamente a izquierda y derecha, pensando en España y sin remilgos. Decidir puede producir vértigo, pero es inevitable. Sin un ejercicio real del poder, Ciudadanos podría experimentar un lento pero inexorable declive futuro. La inacción y la mala praxis en política se paga cara.
Es hora de lanzar las redes y pescar. Suerte para todos.