Cuando un país o un partido político están dirigidos por un iluminado autoritario y su parienta no puede esperarse nada bueno ni de ese país ni de ese partido político. Pensemos en la siniestra pareja que componen Daniel Ortega y Rosario Murillo. O recordemos a los Ceaucescu, convenientemente ajusticiados en su momento por sus más cercanos lamebotas, convertidos ipso facto en demócratas de toda la vida. O en Pablo Iglesias e Irene Montero, los enemigos de la casta que se portan como si fuesen del PP y se compran un chalé, tan feo como oneroso, en Galapagar. En este caso ha habido una extraña solidaridad entre lo más tonto de la izquierda local, reivindicando el derecho de los progresistas a vivir bien, pero lo del casoplón recuerda demasiado a aquella promesa de Lenin, jamás cumplida, según la cual algún día todos los rusos dispondrían de un retrete de oro.
Iñigo Errejón se ha dado cuenta de que en Podemos no hay quien prospere. Cuando su amigo Pablo lo sacó de portavoz para darle el cargo a su Irene, el hombre ya vio que ahí empezaban a pintar bastos. Por eso se puso a conspirar con Manuela Carmena en vistas a darle por saco a la feliz pareja, operación recién consumada con la alianza de nuestro Milhous y la dulce abuelita dentro de la plataforma Más Madrid, que en este caso también significa Más Errejón. A diferencia de Iglesias, un oportunista que se subió a la chepa de los del 15M y que sin Podemos se queda sin identidad, Errejón es un político profesional que hasta puede acabar algún día en el PSOE. Comparado con Pabloide, es un genio de la oratoria y un martillo de demagogos. En Podemos cada día estaba peor visto y pintaba menos, junto a sus leales (Rita Maestre también se ha unido a la abuelita). Había que matar al padre -o al hermano, o al primo- para prosperar en la vida, y en Podemos nunca lo habrían presentado como candidato a presidir la comunidad de Madrid. Y puestos a tener un socio, mejor una señora razonable --aunque se caiga y se lesione mucho-- que un charlatán hecho un potro al que la banca concede una hipoteca porque se ha dado cuenta de que no representa ningún peligro para el sistema.
Mientras Iglesias va de mesías, Errejón solo parece considerarse un político, actividad siempre preferible a la de pudrirse en una universidad impartiendo cada curso el mismo rollo marxista. Ya solo le falta tirar a la basura los libros del peronista Laclau para acabar de convertirse en una persona más o menos normal (o todo lo normal que permite la política española). Quienes lo acusan de traidor no quieren ver que lo suyo es como lo de esos grupos de rock que empiezan en una discográfica independiente y se pasan a una multinacional en cuanto reciben la primera oferta. En este caso, la opción indie es la de Carmena, pero tiene más futuro que la de la supuesta multinacional en la que trabajaba hasta ahora nuestro hombre. Podemos es un partido tan rancio como Vox, y hay quien empieza a estar harto de asistir a un remake de los años 30 protagonizado por bolcheviques y falangistas. Entre ellos, yo diría que figura en un lugar prominente el amigo Errejón, que ha visto la hora de soltar lastre para poder prosperar en la vida que ha elegido.