Estamos pendientes de una dimisión y un cese que muy probablemente no llegarán. El cese debería ser el del responsable de la custodia de las conversaciones telefónicas del ex secretario de Hacienda de la Generalitat, Lluís Salvadó, intervenidas por orden judicial, y la dimisión debería ser la del actual diputado y secretario general adjunto de ERC por su desafortunada descripción de las tetas exigibles a las conselleras. Aquí no hay ninguna broma. Hay un funcionario sin identificar sospechoso de divulgar un material sujeto a secreto de sumario y un alto cargo conocido despachándose a gusto en el más puro estilo machista.
La improbabilidad de que suceda nada de lo que debería haber sucedido al minuto de conocerse la filtración periodística y su contenido se debe a múltiples factores que se resumen en dos: el secreto de sumario hace años que no se respeta para alegría de los periodistas beneficiados por este tipo de práctica malévola y la razón de parte se está imponiendo entre los analistas de la actualidad, opinadores y tertulianos como un nuevo credo que impide criticar a uno de los nuestros. Los nuestros son aquellos que nunca se equivocan y que cuando se equivocan (engañar a la multitud es una equivocación, como poco, y utilizar los resortes de la justicia en beneficio propio, también), no se les puede criticar para no perjudicar a la causa, para cada uno la suya.
La idea de que la crítica debe estar sometida a un análisis de oportunidad respecto de los intereses de los que uno es propagandista es sinónimo de autocensura e implica una voluntad manifiesta de presentar la realidad al gusto
Cuando uno oye o lee algo así como "lo que dijo Salvadó está mal pero no seré yo quien pida su dimisión porque esto sería dar ventaja al Estado opresor" o al revés, "la filtración es buena porque perjudica a los independentistas que nos quieren hundir", entonces uno entiende que este país está mucho peor de lo que se viene temiendo y que no habrá ninguna presión colectiva para exigir ceses y dimisiones ejemplarizantes. Y no es que el caso Salvadó sea el mayor de los despropósitos vividos, ni mucho menos, es solo uno más de una lista larga de errores y contra errores que cada parte pretende sostener contra viento y marea, contra toda evidencia, solo para no dar alas al adversario.
La idea de que la crítica debe estar sometida a un análisis de oportunidad respecto de los intereses de los que uno o una es propagandista o prescriptora es sinónimo de autocensura e implica una voluntad manifiesta de presentar la realidad al gusto. Esta variante de la manipulación es muy típica de los partidos, de los gobiernos, de los lobbies cívicos, sindicales o empresariales; sin embargo, se había convenido que el periodismo, y también la universidad, debían quedar al margen de estas derivas, como respetables oasis de libertad de pensamiento, de crítica y de una cierta objetividad, entendida ésta como el tratamiento responsable de una realidad interpretable.
Tal vez lo habíamos entendido mal o es que, simplemente, ya hemos traspasado la frontera. Entre tanto patriota de sus patrias y tantos estados mentales de sus ínsulas Barataria, esté donde esté, en tierras belgas o entre Tarragona y Barcelona, aquí pronto no habrá quien viva al margen del delirio. No habrá margen físico ni intelectual donde sostenerse.