En el sainete de la política regional al que venimos asistiendo estupefactos y ligeramente asqueados sólo faltaba el condimento de las escuchas telefónicas a Salvadó, Jové, Comín, Viver, Rovira y otros conspiradores, que revelan que han estado mintiendo al personal, o, bueno, "exagerando"; y que desconfían los unos de los otros; y que lo que mejor que tenían preparado para cumplir sus planes secesionistas era un código de seguridad --no muy eficiente, como se ha visto-- a base de eufemismos y alusiones para hablar por teléfono sin dar pistas de sus movimientos a la policía.

En la última de estas conversaciones que se han filtrado, el exsecretario de Hacienda Lluís Salvadó, sospechoso de ser figura principal de la conspiración golpista, sostiene --se entiende que en tono bufo-- que es más fácil inaugurar un pantano o un tramo de autopista que encontrar una mujer capacitada para la gestión política; y por ese motivo, lo mejor es nombrar para el cargo de consellera de Enseñanza a la rumana más tetuda que se pueda encontrar; y si no hay rumana a mano, pues a alguna brasileña, que son resultonas. Nada, puerilidades, tonterías de patio de colegio, pero la filtración de esta conversación privada a la esfera pública ha dado qué hablar; unos condenan el machismo y racismo explícitos en esas frases, otros defienden el derecho a ser zafio en privado, y el mismo Salvadó, abrumado, duda entre dimitir, como le exigen los centinelas de la corrección política, o agachar la cabeza, apretar los dientes y esperar a que escampe.

La filtración deja a los interlocutores en una situación desairada y vagamente ridícula, pues queda violado su derecho a la intimidad y queda expuesto lo que se quería ocultar

Tanto si en esas conversaciones telefónicas que van trascendiendo se despachan cosas graves --como peticiones a la secretaria de que oculte pruebas incriminatorias-- como triviales --como eso de que ante la duda, la más tetuda--, la filtración deja a los interlocutores en una situación desairada y vagamente ridícula, pues queda violado su derecho a la intimidad y queda expuesto lo que se quería ocultar. Me disgusta más darme cuenta de que la filtración de esas conversaciones no sólo les daña a los interlocutores, sino también a todos los que las escuchan, salvo naturalmente a los miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado y a los periodistas que buscan información para hacer su trabajo lo mejor posible.

Los demás hubiéramos debido abstenernos de pulsar el link. Hacerlo nos pone en el lugar del espía, y hay, en esas charlas que impunemente escuchamos, flexiones del tono, tartamudeos, alusiones cautelosas, vacilaciones, repeticiones, latiguillos, bufidos y énfasis que se hacen notar y que dan mucha pena. Dan una idea muy modesta del hombre, pillado con el carrito del helado. Esto no tiene gracia porque todos preferiríamos estar rodeados de grandeza, y no de gente que dice "aquello que... tú ya sabes... aquellos documentos... ponlos donde te dije". "Tranquilo, ya los he retirado". Esas tristes astucias expuestas al sol nos rebajan, por contagio. Desmoralizan.