Cataluña es un cráter seco. Artur Mas ha conducido al catalanismo político a su extinción. El expresidente, síntesis de sus propias posverdades, se confiesa ante Llarena: os hemos engañado; aquel 27 de octubre (el día de la declaración de la república catalana como Estado independiente y soberano) "nosotros exageramos". Se ahoga en el simbolismo; ha liquidado el futuro. El niño de Aula, el joven del Liceo Francés, el economista lampante y delfín de Pujol ha entrado en el otoño de su vida pública. Le contemplan avergonzados Enric Prat de la Riba, Valentí Almirall, Francesc Cambó, Francesc Macià o el mismo Josep Tarradellas, que aguantó la institución republicana, aquella sí, en Saint-Martin-le-Beau.

La CiU de los coroneles (Duran Lleida o Xavier Trias), del pinyol de los jóvenes turcos (Homs, Vilajoana, Madí, etc.), el PDeCAT de los subsecretarios menores liderados por Marta Pascal, nombrada al parecer por sus méritos mecanográficos, expresa un lento descenso a los infiernos del discurso. A día de hoy, su vacuidad alarma. Sus menguantes cuadros tratan de cogerse al clavo ardiente de su justificación estética, como ha hecho el empresario Tatxo Benet (socio de Mediapro) al quedarse con el trabajo de Santiago Sierra, censurado en Arco. La subjetividad del artista, plataforma sobre la que golpea la censura, ha pasado a segundo plano. Tatxo dona la obra al MNAC, camino del Museo Diocesano de Lleida, donde las fotos pixeladas ocupan los estantes vacios del arte sacro trasladado a Villanueva de Sijena. Arte conceptual a cambio de románico; un giro digno de Marcel Duchamp, si no fuera por el hambre canina del bloque soberanista.

 

artur mas farruqo 01

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Los conductores del separatismo rancio desconocen la pasión. No aman. No saben que la política es una galaxia de intenciones intensas; una liturgia, más que una religión. El procés abandona la fuerza para establecerse en la estética del ademán; despega del suelo para ganar altura; deja el fitness para transfromarse en wellness; lo abona todo al sueño de Ícaro. Se hace llamar skywalker, caminante del cielo, y se incorpora a una nueva cultura del alma. A cambio de gobernar Cataluña, el independentismo se desnaturaliza, se aniña, de disneylandiza. Y es que la castaña ha sido de órdago. Es tal el ridículo internacional, que el mismo Artur Mas reconoce el día nefasto de la DUI como la frontera entre el protagonismo y la desaparición. Las cancillerías nos han dado la bola. No es que Europa no nos quiera reconocer como sujeto de derecho, es que nos ignora incluso como sujetos sospechosos.

Puigdemont no se da por enterado. Anuncia que convertirá la mansión de Waterloo en una fundación de la República catalana; una especie de parque temático a tanto la pieza, con escenas de sofá, clases de historia, cócteles diplomáticos, caídas de ojos, besamanos, mítines de tocador y bridge de mesa camilla; todo aureolado de esteladas ondulando entre balcones y balaustradas. Por el mismo precio, Rull y Turull recitarán a dúo la Oda a la patria de Bonaventura Aribau, con Antoni Comín al piano. De pieza bailable, Artadi --en el papel de Madame Geoffrin-- sugerirá la Polca del gas Lebón, un clásico del mil ochocientos, en recuerdo del ingeniero que alumbro las farolas de Barcelona. La meta de Puigdemont se reduce a la pasión belga descrita por Konrad en tiempos del rey Leopoldo: poseer un título nobiliario, como aquel Luis Bonaparte (le petit Napoleón, el sobrino) de Francia, que tuvo su 18 Brumario para remedar en clave de farsa lo que fue una tragedia.

Mientras JxCat y ERC rompen la baraja, el país se conmueve con la sentencia del Supremo que anula la privatización de ATLL, efectuada en 2012 por el Govern de Artur Mas a cambio de 1.000 millones de euros pagados por la Acciona de los Entrecanales. El agua del área metropolitana de Barcelona volverá a ser pública porque la única gran operación económica de Mas también se cae. Arturo no ha dejado títere con cabeza. Aquella salvación de los fondos de la Generalitat, que le permitió al entonces consejero Mas-Colell pagar los sueldos de los funcionarios, estuvo envuelta en misteriosos secretos. Y, cuando se trata de dinero, el secreto invita a ser guardado, pero también a ser violado, dos impulsos envueltos por la ambigüedad.

Dos semanas después del falló del caso Millet, en la culata de Mas constan tres desastres irreversibles: Palau, ATLL y descalabro del procés

El secreto está en la esencia misma del poder y su descubrimiento desarrolla siempre una ostentación, porque solo perjudica al otro (nadie revela sus propios misterios). Esta semana, los dos mases --Mas y Mas-Colell-- han recibido en diferido la respuesta del potencial devastador de los tribunales. Su gran privatización en años de recorte, en 2012 (camas hospitalarias, centros de día, escuelas barracón, paga extraordinaria todavía no devuelta a los funcionarios), fue la la venta de la distribución de agua en la zona más poblada del país. Cerrado el trato con Acciona, el canon del agua subió exponencialmente pero la Generalitat ya habría externalizado el coste político de la nueva tarifa. Toda quedaba oculto en la memoria de la piedra. Ahora, la sentencia del Supremo consagra el principio de retracto y obliga a devolver a los consumidores las alzas de las abusivas tarifas de un lustro. Además, Acciona recuperará su inversión y las cuentas públicas catalanas recibirán el tiro de gracia.

En el fin del autogobierno, el 155 ha venido para quedarse. Dos semanas después del falló del caso Millet, en la culata de Mas constan tres desastres irreversibles: Palau, ATLL y descalabro del procés. La fuga masiva de las sedes de empresas ha abierto el camino a un nuevo expansionismo que se quiere convertir en protagonista. Su metáfora se resume en Mediapro, Coca-Cola o Víctor Grífols, entre otros exponentes de la burguesía roja de Arturo, dispuesta a cubrir el vacio de La Caixa y el Sabadell. Los novísimos saben que la epopeya adorna al sujeto de la modernidad. En este subexpresionismo catalán, el falso martirologio de las élites (políticos encarcelados o inhabilitados) va unido a la prosaica avalancha de los nuevos tenderos.