Colau dice que "las cargas del 1 de octubre y la declaración unilateral de independencia han generado incertidumbre jurídica y preocupación en el mundo, pero que el Mobile World Congress es una ocasión única para mostrar el buen funcionamiento de la ciudad y la normalidad de nuestras calles". Hace bien en sacar del foco el atentado de las Ramblas. Pero la incertidumbre la provocan los gobernantes (incluida ella) flirteando con la República catalana y embarrando la gestión del espacio público. ¿Cómo se entiende que un ayuntamiento que destina grandes recursos a combatir las desigualdades (bravo por eso, Ada) sea antieconómico y antiempresarial? Pues es lo que hay con Colau y Pisarello; ellos juegan a la vieja lucha de clases.

Con cuatro reuniones con empresarios y un plan de reputación internacional no se arreglan años de negacionismo ante los grandes retos como Fira Barcelona, Montmeló, regulación del turismo (no puertas al campo), distrito 22@, puerto autónomo, etc. En Barcelona, el equipo de gobierno ha recurrido a Xavi Trias para apartarse de la vía constitucional del PSC. Lo ha hecho sin abandonar el nominalismo, la doctrina que enmascara la ineficiencias a base de cambiar los nombres de las calles, como en los años de la Rosa de Foc. Y con estas artes menores... ¡vamos a refundar nuestra reputación de marca!

No voy a ser yo el que justifique los excesos policiales del 1-O (uno tiene años de mili en esto de la calle), pero desde luego ni los piolines ni los picoletos tienen nada que ver con la incertidumbre. La incertidumbre la ha generado el independentismo, no por su ideología sino por su praxis oportunista, tacticista, cortoplacista y antieconómica (me fumo lo de ilegal por puro cansancio), sobre el baldaquino de un Estado, más hecho y derecho que de Derecho. Sea como sea, España es un país democrático con un ministro de Interior (Zoido) lamentable, pero eso no tiene nada que ver con Arias Navarro ni con Franco, de la misma manera que Francia no es culpable de los asesinatos en el mar de militantes de Greenpeace, ni Italia tiene la culpa de una Democracia Cristiana abonada a la camorra.

 

No voy a ser yo el que justifique los excesos policiales del 1-O, pero desde luego ni los piolines ni los picoletos tienen nada que ver con la incertidumbre, que la ha generado el independentismo

 

Las sombras en los límites del poder no lo definen; no son el sustantivo, son a lo sumo un adjetivo antepuesto. Las cloacas del Estado manifiestan una patología eterna, pero parece que la anti España, fácil-fácil-fácil, de los Cotarelo y Ernest Maragall (quin discurset de cafè al Parlament, noi), no se entera. Los ideólogos del juscobutismo se han perdido en la sopa-boba de Blanco White y Corpus Barga. Ya no son de eixe món.

Mucho antes de Puigdemont, Artur Mas prometió hacer de Cataluña la Dinamarca del Mediterráneo. Pero ya entonces, la socialdemocracia nórdica estaba a los pies de los caballos integristas y xenófobos que hoy la señorean. De la misma manera que encontró acomodo en su amigo Maroni --un facha de la Padania--, el soberanismo catalán se lleva bien con la coalición patriótica danesa del liberal Lars Løkke Rasmussen, situada gracias al empuje del Partido Popular Danés (PPD), antiinmigración y antieuropeista.

La bestia siempre asoma detrás del catafalco en el que yacen los derechos de los ciudadanos libres. La saben en Austria, en Hungría o en Polonia; por lo que respecta a nosotros, catalanes abandonados por nuestros gobernantes --profesionales ellos del estrés y el mal cuerpo-- no tenemos ninguna intención de adornar la exclusión en la que tratan de arrumbarnos.

Cuando Puigdemont tomó tierra en Copenhague, ya no había ninguna duda sobre su falso rol de reo. Al príncipe no se le apareció como a Hamlet el fantasma de su padre asesinado, ni sufrió por la inminente invasión lanzada por Fortimbrás de Noruega. Solo se enfrentó a las preguntas certeras de la profesora Marlene Wind, directora del Centro de Política Europea del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Copenhague. Wind se lo dijo a la cara: "Usted quiere balcanizar Europa". Y él salió con mal tono y vergüenza torera delante de un público mayoritariamente juvenil. Pero por dentro se relamía; se dijo a si mismo: ahora empiezan a entender que queremos es cambiar el mapa de Europa. Se creció así: "Hay que restaurar el sistema democrático español y eso se hará empezando con mi vuelta a Barcelona".

 

Del sueño de Puigdemont, nacerán monstruos. Ha refundado la prosa cómica, lejos de la honorabilidad digna de siesta en las cámaras legislativas

 

Del sueño de Puigdemont, nacerán monstruos. Pero de momento, mientras le queda menos de una semana de presidencia in péctore (el jueves 31, investidura o nada), solo obedece ya a las órdenes de su deus intus, el infalible capricho que no admite pruebas y solo se manifiesta lejos de la verdad. Es un político de cabecera para los amantes de la intriga. Ha refundado la prosa cómica, lejos de la honorabilidad digna de siesta en las cámaras legislativas. Ni Ángel ni Catón, lleva la capa embozada y el rostro gravitando a la altura de los ojos para no inclinar ni elevar la cabeza más de lo debido; él es, en suma, el que más se divierte --la finta a Pablo Llarena ha sido tan antológica como el reconocimiento del magistrado---pero su esfuerzo resultará inútil y tiene pronta fecha de caducidad.

Copenhague no es lo que era; Barcelona tampoco. En la capital de Dinamarca se mantiene el Nyhavn, el canal que conecta el puerto y la ciudad, aureolado de casas holandesas con restaurantes y escaparates surtidos de cajitas de música, muñecas y bibelots. Aquí, todo florece de nuevo en las Ramblas, después del atentado, unida a sus barrios laterales, el Raval y el Gótico, entraña confusa. Nuestra complejidad latina mira de reojo a la simplicidad del mundo luterano del Norte.

La Barcelona redescubierta por las vanguardias supura por la herida soberanista. Por suerte para los resabidos, el turismo, destructor de la nostalgia, es el aforo de la nueva política. En las escaleras del Moll de la Fusta se perciben olas lejanas en noches de vendaval. Nuestros barcos, orientados hoy hacia Utopía, no volverán. Son el Titanic.