Cataluña es un país abonado a la excepcionalidad desde hace un puñado de años y en estas elecciones autonómicas podría darse otro acontecimiento singular: un partido no adscrito al catalanismo político podría ganar los comicios catalanes por primera vez desde 1980. Ganar en votos o en diputados sin alcanzar la mayoría no garantiza gobernar, esto ya se ha comprobado; sin embargo, una victoria de Ciutadans, aunque fuere por la mínima, tendría su relevancia política y anímica para buena parte de la sociedad catalana.
Ciutadans no es un partido cualquiera. Es el único nacido expresamente para combatir los grandes consensos nacionales sobre lengua y educación, forjados por el catalanismo político durante las décadas de su mayoría cualificada en el Parlament. El auge independentista, su fervor procesista y su aventurismo fuera del Estado de derecho acabó con el Estatut y con la complicidad catalanista. Luego llegó la reacción judicial, policial e intervencionista del Gobierno del PP y sus aliados contra el éxtasis unilateral y, entre todos, han creado las condiciones de inestabilidad política, social y económica para que las elecciones del 21D sean una caja de sorpresas.
Los sondeos detectan la hipótesis, increíble hace solo unos meses, de una victoria a los puntos de Inés Arrimadas. Sería una consecuencia directa de la división electoral del independentismo en tres marcas; del encanto sentimental de la candidatura de la indignación encabezada por Carles Puigdemont que amenaza con impedir el éxito electoral de ERC (dado por seguro hasta hace escasos días); y del despertar del españolismo, más animoso y movilizado que nunca en plantar cara al secesionismo y, parece ser, dispuesto a optar por su versión más radical. Porque en materia de dureza del 155 y proclamas de severidad judicial, nadie gana a Ciutadans, ni el mismo Rajoy. El PP, además, tiene otro hándicap en estos momentos: reincide con un candidato poco comercial frente a la presidenciable de Cs.
Las posibilidades de Arrimadas para ocupar la presidencia de la Generalitat se intuyen ínfimas
¿Quién haría presidenta a Inés Arrimadas? A día de hoy, ninguna proyección demoscópica atisba una mayoría ni absoluta ni suficiente para gobernar desde el ámbito constitucionalista. Y hay que hacer un gran esfuerzo de voluntarismo analítico para creer que Catalunya en Comú vaya a permitir un gobierno de C's-PP-PSC. Ni siquiera el PSC ha avalado ninguna expectativa en este sentido por mucho que Pedro Sánchez y Albert Rivera fueran capaces de firmar un pacto pírrico contra Rajoy. Contra el PP, no con el PP, y ni de esta forma consiguieron atraer a Podemos.
Las posibilidades de Arrimadas para ocupar la presidencia de la Generalitat se intuyen pues ínfimas, salvo milagro electoral que le conceda una mayoría simple confortable (unos 60 diputados, sumando a los socialistas) para intentar un gobierno en minoría con garantías externas de PP o de CeC de evitar su caída. Casi una entelequia, dado que implicaría una hecatombe electoral de las tres candidaturas independentistas no presumible en ningún sondeo.
El famoso gobierno Borgen (un tributo de politólogos a la serie televisiva sobre las peripecias y habilidades de la primera ministra danesa Birgitte Nyborg), al que también aspira Miquel Iceta, es una ficción; requiere un grado de responsabilidad política y de experiencia en gobiernos de coalición imperceptibles en Cataluña y en España. La polorización política y social existente aquí y ahora no parece ser el escenario idóneo para estrenar la película de los complejos acuerdos multipartidistas. Deberá quedar para temporadas venideras, cuando la amenaza permanente de la unilateralidad y la guadaña del 155 sean un recuerdo de estos tiempos excepcionales.