Anna Gabriel se siente asfixiada por su propia palabra. Es una mujer ideologizada y valiente, pero de ahí no paso: no paso por sus exigencias, ni por la radicalidad de su troupe; por la mendacidad con la que defienden los cupaires al género humano, cuando en realidad solo se circunscriben en el catalanet de a pie. Gabriel es una pieza clave del internacionalismo metafísico que adorna el último levantamiento de los remences, de las sagas montaraces de alpargatas de marca cara que, al andar, dicen “soy una carmelita descalza”. Desde el Ayuntamiento de Barcelona la observa Ada, una mujer que lo ha dado todo por el tono, por mantener el tipo ante los desafíos sociales, en vez de encarar estos retos desde la institución. Colau sabe hoy que era más feliz trabajando libremente desde el espacio de la izquierda extraparlamentaria. Pero la votamos para alcaldesa, y qué pronto se olvidó de la razón de Estado.
El pasado fin de semana echó en saco roto la gobernanza de la capital catalana con los socialistas. Se entregó al mundo asambleario en un referéndum insano en el que unos cuantos comuns han puesto patas arriba la ciutat d'ideals que voliem bastir (fragmento de Màrius Torres en La ciutat llunyana). A favor de romper el pacto municipal con el PSC liderado por el bravo y leal Jaume Collboni, votaron 2.059 personas; en contra, 1.736. Ella, pomposa y remozada, habla de un nuevo logro de la lamentable "radicalidad democrática". ¡Qué radicalidad ni qué niño muerto! Las cosas por su nombre: usted, alcaldesa, es identitaria, agarbanzada y fría como el mármol. No le interesa el futuro de la gente y desprecia los grandes logros de la Catalunya-ciutat porque no los entiende; come aparte con Gerardo Pisarello, un concejal de entrismo trifásico, despeñado por la pared vertical de la meritocracia.
La gracia jusqu'au boutiste de Gabriel es la desgracia tribal de Colau. Con su respectivos cargos a cuestas, Anna y Ada viven virtualmente en el bistró de las esperanzas perdidas (en Barcelona también hay bares al estilo de Patrick Modiano). Discuten, polemizan y muestran sus personalidades de entrega a la causa por la causa, como los puristas que defendían el arte por el arte. Si no arreglan nada tampoco pasa nada. Anna se aleja, blue jeans en ristre, piel atornasolada y media sonrisa; mientras Ada se va con falda cónica y un frufrú de enaguas batientes. Son dos mujeres decididas en el planteo, elegantes en el nudo y perdidas en el desenlace. Gritan ¡tierra y libertad!, pero ven a Europa como una sucesión de “pequeños jardines” que destrozan la unidad del continente, tal como lo ha expresado Cees Nooteboom atemorizado por el miedo a la sentimentalidad nacional. Es imposible detener a la inercia mística de los que mezclan a Dion en sus reivindicaciones territoriales.
Son dos mujeres decididas en el planteo, elegantes en el nudo y perdidas en el desenlace. Gritan ¡tierra y libertad!, pero ven a Europa como una sucesión de “pequeños jardines” que destrozan la unidad del continente
El gran escritor holandés anuncia su última entrega: Tumbas (Siruela, el sello original de Jacobo Fitz-James Stuart), una visita a los cementerios marinos de los grandes para encontrar una rosa sobre la lápida de Roth, una botella de absenta sobre la de Cortázar y cartas sobre la de Machado. Nooteboom es un europeo conspicuo, que no soportaría una Cataluña escindida tal como él la contempla dese su choza menorquina. Se refugia en las palabras para salir de las prisiones mentales y territoriales. Si se interpusiera entre las dos mujeres, les diría que se sobrecoge cada vez que recuerda a Jordi Pujol comparando Cataluña con Lituania. Lo escribió en su libro de peregrino El desvío a Santiago, como castigo a los particularismos y como exorcismo ante las fronteras que nos impedirían ver a Joyce escribiendo en Trieste, a Diderot en Amsterdam y a Proust en Venecia. A nosotros, catalanes, la frontera nos robaría incluso la mirada de Orwell, un caso de escritor de letra tan desconocida (no de actos) como prisionero en los anaqueles de muchos patriotas de boquilla.
Si nos fragmentamos seremos extremadamente vulnerables: ni los chinos ni los norteamericanos se van a separar, son bloques enormes. “Los chinos serían los maestros de la tierra: tienen un plan maestro, sobre todo para África. Y nosotros siempre estamos divididos”, le ha contado Nooteboot a Juan Cruz. Y lo que vale para el norte, vale también para el sur: si levantamos una aduana en el Ebro, morirán para siempre las dos riberas glosadas por Jesús Moncada en Camí de sirga, una narración río en el triple sentido, por lo menos.
La izquierda radical investiga a la hora de ordenar ideas. El populismo, una de sus metamorfosis más socorridas, solo establece el discurso desde el poder y de ahí su gran peligro para la democracia que pasa desapercibido a campo abierto
La Gabriel puede sorpassar desde su implicación en el mismo corazón plataformero. En el arte de la palabra, ella es una agathon eris, en lucha por lo bueno como decían los antiguos Es de las que no acatan a la primera el dictamen de los expertos; necesita el debate, la esgrima de la palabra sabiendo (por autoengaño acaso) que la voluntad inapelable del pueblo es tan indiscutible, por lo menos, como la autoridad moral de los expertos. En la acción directa y en el consejismo, como forma de organización, la praxis gana la mano por medios lingüísticos: la dialéctica es la esencia del grito como lo es el bisturí para un cirujano. A las Gabriel, la fuerza oracular de los sabios les repugna por prepotente; buscan en la palabra exacta el desencadenante, como escribió Lévi-Strauss. Salvanzo la diferencia de contexto, su método está muy cerca de la consigna que puso fin a la crisis de la deuda pública: el whatever it takes de Mario Draghi, que también es el título de una canción de los Imagine Dragons.
La izquierda radical investiga a la hora de ordenar ideas. El populismo, una de sus metamorfosis más socorridas, solo establece el discurso desde el poder y de ahí su gran peligro para la democracia que pasa desapercibido a campo abierto, como le ocurre a Íñigo Errejón, el niño-Dios del peronismo español en la frontera de Podemos. Con palabras, Draghi apaciguó los mercados de la misma forma que, un siglo antes, Lenin había evitado al izquierdismo en Las dos tácticas de la social-democracia.
La CUP rechaza el aire de respetabilidad que persiguen los comuns de Ada Colau y de su escudero Xavier Domènech, un vocero en el mainstream de la política actual. Pero el respeto hay que ganárselo. No vale el bamboleo del malecón que utilizan los que responden a la voluntad de la gente --como ha hecho Colau en su mini referéndum de las bases-- ni el dogma de las verdades teologales, que alimenta el gineceo cupaire. La verdad se alcanza en la pluralidad de matices en conflicto, tras un viaje a los confines de la posverdad.