Una de las consecuencias más visibles de la trayectoria del proceso independista catalán será la decepción que Cataluña acabará generando en buena parte de la intelectualidad progresista española no catalana que ha tenido siempre en la periferia catalana un referente como modelo político, económico y social a imitar.
Porque conviene insistir en que la sociedad española con toda su pluralidad de comportamientos no ha sido sistemáticamente anticatalana, como el tópico victimista defiende desde Cataluña. La admiración del ilustrado Cadalso hacia Cataluña a finales del siglo XVIII ha sido muy reiterada a lo largo de los tres últimos siglos. Otra cuestión es la reversión cíclica que en muchos intelectuales y políticos españoles se ha producido a partir de determinadas deslealtades y contradicciones que desde los gobiernos catalanes se han ido produciendo.
Ciertamente en la historia de los conflictos periódicos Cataluña-España se echa mucho de menos la capacidad de autocrítica por ambas partes en litigio. En Cataluña, cuando ha habido esa autocrítica (leer a Gaziel o a Amadeu Hurtado debería ser un ejercicio fundamental de reflexión moral para todos los catalanes), la misma ha quedado siempre abortada por la marea narcisista y victimista. Pero aquí y ahora, me quería detener en el fenómeno de decepción que sin duda el proceso independentista actual acabará produciendo en la izquierda española por más que los podemitas sólo parecen ahora querer ir embarcados en el viaje a Ítaca del independentismo catalán.
La decepción respecto a comportamientos enrauxats por parte de la Cataluña del presunto progreso y modernidad se ha repetido históricamente varias veces
La decepción respecto a comportamientos enrauxats por parte de la Cataluña del presunto progreso y modernidad se ha repetido históricamente varias veces. Ahora sólo me referiré al significativo testimonio de Manuel Azaña, "el gran amigo de Cataluña", el político español nacido en Alcalá, que participó plenamente del entusiasmo inicial de la intelectualidad no catalana hacia Cataluña vertido en el Manifiesto de 1924 y en marzo de 1930 formó parte del grupo de intelectuales que viajó a Cataluña en apoyo de la causa de este territorio. Fue beligerante defensor del Estatut republicano catalán, con juicios apasionados a favor de los catalanes muy distintos a los de Ortega o Américo Castro.
Las palabras de Azaña pronunciadas en Barcelona en 1931 son significativas: "Yo siempre he admirado mucho al pueblo de Barcelona. De las grandes cualidades del pueblo catalán ninguna me ha hecho mayor impresión como este espíritu colectivo que reina entre vosotros, este estilo de manejar las muchedumbres y esa facilidad que tenéis los catalanes para cimentar una idea". La balconada de Companys, en octubre de 1934, coincidió con la estancia de Azaña en Barcelona en el Hotel Colón. Aunque está probado que éste no fue cómplice en ningún momento de Companys (que le pareció "hablaba como un iluminado") sería detenido el 9 de octubre y recluido en el barco Ciudad de Cádiz. En agosto de 1935 Azaña publicaría su testimonio particular titulado Mi rebelión en Barcelona. El 28 de diciembre fue absuelto al no poderse probar cargo alguno contra su persona. En los dos años que transcurrieron de la proclamación del Estat Catalá por Companys al inicio de la Guerra Civil el proceso de desencanto de Azaña fue progresivo con indignación hacia la política insolidaria de Cataluña hacia la República.
El libro de Josep Contreras es bien ilustrativo de los juicios de Azaña. En febrero de 1936 escribía: "Estos catalanes parecen chiquillos y me da mucho que hacer para traerles al buen sentido". La visión que la Cataluña de 1937 suscita a Azaña es desoladora: "Nadie está obligado a nada, nadie quiere ni puede exigirle a otro su obligación... engreimiento de advenedizos, insolencia de separatistas, deslealtad, disimulo, palabrería de fracasados". Al final de su vida Azaña se refería así a los catalanes: "Es más fácil hacer una ley aunque sea el Estatuto capaz de satisfacer las aspiraciones de Cataluña que arrancar la raíz de este sentimiento de pueblo incomprendido y vejado que ostentan algunos de ustedes".
Las ensoñaciones catalanas han tenido precios diversos, entre otros la decepción de la España progresista, un coste más gravoso y trascendente de lo que el elevado nivel de autosatisfacción propia puede hacer pensar.