Con nocturnidad y alevosía, en “48 horas negras”, en palabras del portavoz de Catalunya Sí que es Pot, Joan Coscubiela, el Parlament ha cruzado todas las líneas rojas y ha aprobado, con los únicos votos de la mayoría independentista, las leyes del referéndum y de la transitoriedad jurídica y fundacional de la república, es decir, la ruptura con España.

La huida hacia adelante del bloque independentista se ha hecho violando todas las normas, la Constitución, el Estatut, el reglamento del Parlament, sin enmiendas a la totalidad y con solo dos horas para presentar modificaciones, en contra de la opinión de los letrados y del secretario de la Cámara, que se negó a firmar el texto que debía dar cobertura al referéndum, y con la oposición del Consell de Garanties Estatutàries, al que la mayoría impidió recurrir a los grupos de la oposición que lo solicitaron.

Además, la ley de transitoriedad ha sido aprobada antes de que se celebre el referéndum, con la condición de que solo entrará en vigor si gana el sí. Si todo no es una comedia o una farsa, ¿a qué vienen las prisas para aprobar una ley cuya aplicación está condicionada al resultado de un referéndum que aún no se ha celebrado y que es probable que no se lleve a cabo y más después de que Ada Colau haya decidido no prestar locales de votación? Por lo demás, creer que puede ganar el no en ese tipo de consulta es política ficción.

El PDeCAT estaba en contra de aprobar la ley de transitoriedad antes del referéndum --el conseller Santi Vila hasta lo dijo en público--, pero al final se ha dejado arrastrar por la bola de nieve del procés. La CUP exigía que se aprobara antes y así se ha hecho, en una nueva demostración de quién decide en última instancia, que no es el “pueblo de Cataluña”, tan invocado, sino 10 diputados que representan a 330.000 votantes.

La CUP cree que hemos llegado al precipicio, pero lo peor es que lo que caerá por la pendiente no será solo la furgoneta

Y nada más aprobadas las leyes que quiebran el sistema constitucional español, los chicos y chicas de la CUP nos sorprenden con un vídeo, muy bien realizado, que sería divertido si no fuese trágico, en el que nos informan de que el procés se ha acabado y ahora hay que bailar el mambo. La furgoneta del anterior vídeo electoral de la CUP era el procés y por eso la lanzan por el precipicio. Después de romper unos huevos para hacer la tortilla, como en Berga, todos se ponen a bailar el mambo porque “si no puedo bailar, no es mi revolución”, dice una cita del vídeo, que se cierra con frases de Antonio Machado --homenaje irónico al Ayuntamiento de Sabadell, se supone--, Mariano Rajoy, Frida Kahlo y Franz Kafka (“El proceso es el castigo”).

Todo muy ingenioso si se olvida que el choque de trenes está en marcha a toda máquina, que el Estado ha sacado todo su arsenal jurídico, que la fiscalía ha pedido penas de cárcel para Carles Puigdemont y todo su Gobierno y ha requerido a las fuerzas de seguridad --Mossos incluidos— que impidan la celebración de la consulta e intervengan cualquier instrumento que sirva para llevar a cabo el referéndum, incluida la publicidad institucional y la página web oficial.

Ese vídeo tan divertido de la CUP se ríe del estrés que el procés ha sometido a la sociedad catalana, que al menos en su mitad está en contra de la independencia. Porque esta es la cuestión. Junts pel Sí y la CUP se han lanzado hacia la declaración de independencia sin una mayoría en votos, con más prisa que respaldo social mayoritario, con temor a que la ventana de oportunidad de la crisis se cerrase, y por eso han tenido que forzar las cosas, violando las normas y sin respetar el abecé de la democracia, que, como dijo Coscubiela en el pleno, consiste en reconocer que la mayoría no lo puede todo y no puede pisotear los derechos de la minoría. La CUP cree que hemos llegado al precipicio, pero lo peor es que lo que caerá por la pendiente no será solo la furgoneta.