En noviembre de 2020, el BBVA quiso comprar el Sabadell. No obstante, sus ejecutivos exigieron dos condiciones: la OPA sería amistosa y el importe abonado muy reducido. La adquisición no tenía sentido estratégico, pues únicamente pretendía aprovechar una oportunidad de mercado. Una ganga generada por una errónea gestión de los directivos de la entidad catalana y una adversa coyuntura bursátil, pues su capitalización era escasa (alrededor de 2.500 millones de euros)

En mayo de 2024, el BBVA volvió al ataque. Para sus ejecutivos, la compra ya no tenía carácter oportunista, sino estratégico. El cambio comportó dos consecuencias: la continuidad de la OPA después de ser declarada hostil por parte del consejo de administración del Sabadell y la cotización bursátil del banco catalán por encima del precio dispuesto a sufragar por la entidad vasca. El sentido estratégico de la operación llevó a los inversores a pensar que el BBVA pagaría más por su competidor de lo inicialmente indicado.

El objetivo de la adquisición probablemente constituya el primer paso para reducir la dependencia de los resultados del banco de la coyuntura de los países emergentes (México y Turquía) y aumentar la vinculación con el contexto económico de las naciones avanzadas (Europa). Si el plan tuviera éxito, aumentaría el interés de los inversores por el BBVA y presumiblemente su cotización bursátil, tanto en términos absolutos como respecto a su competencia.

Por un lado, el aumento de su tamaño le permitiría incrementar su rentabilidad, por la entrada como clientes de un gran número de empresas (los más rentables) y especialmente por la generación de mayores economías de escala (reducción de costes). Por el otro, disminuiría el riesgo incurrido por los accionistas, pues las desagradables sorpresas macroeconómicas son más frecuentes en los países emergentes que en los desarrollados.

Para la compra del Sabadell, el BBVA ha conseguido el plácet del BCE, la Comisión Europea y la CNMC. De los dos primeros organismos porque ambos están a favor de bancos más grandes y resistentes ante una coyuntura adversa. Del tercero debido a que, después de obtener una serie de concesiones del banco vasco, su consejo ha dictaminado por unanimidad que la adquisición de la entidad catalana no reduce sustancialmente la competencia bancaria en nuestro país.

Ante los sucesivos reveses sufridos por la dirección del Sabadell, sus ejecutivos han recurrido al sentimentalismo, patriotismo y a los políticos catalanes. En primer lugar, sugiriendo que la entidad es mucho más que un banco. En segundo, trasladando su sede social desde Alicante a la ciudad donde nació. En tercero, logrando que el Parlament de Cataluña rechace la OPA del BBVA y presione al Gobierno de España para que imponga condiciones inasumibles al banco vasco.

En el último aspecto, la entidad catalana también ha fracasado, pues las exigencias establecidas por el Consejo de Ministros perjudican al BBVA, pero no le obligan a desestimar la operación. Además, una de las más importantes, tal y como sería la gestión autónoma del Sabadell durante un período mínimo de tres años, es difícilmente creíble, si la entidad vasca posee más del 50% de las acciones del banco catalán.

En definitiva, el BBVA ha opado al Sabadell porque tiene un ambicioso proyecto: ser más grande, rentable y crear mucho más valor para el accionista. Probablemente, a la compra del banco vallesano le seguirá dentro de pocos años la adquisición de algún competidor europeo. Los ejecutivos de la entidad vasca no se conforman con estar en Primera División, sino que pretenden jugar todos los años la Champions League.

Por el contrario, el proyecto del Sabadell es escasamente interesante: seguir siendo independiente. En otras palabras, se conforman con estar en Primera División, aunque sea en la parte baja de la tabla. No pueden aspirar a más, pues el banco tiene un tamaño insuficiente para los deseos del BCE, no posee un núcleo duro de accionistas ni la capacidad para resistir futuras ofertas de otras entidades.

Si no lo adquiere ahora el BBVA, lo hará en un próximo futuro otro competidor, ya sea español o europeo. Una posible fusión con Abanca o Unicaja no mejoraría su situación actual, pues cualquiera de los dos bancos absorbería al Sabadell, ya que ellos sí tienen accionistas con voluntad de permanencia a largo plazo. En el primero, la familia Escofet; en el segundo, la fundación que tiene el mismo nombre que la entidad.

Debido a lo indicado anteriormente, si el BBVA mejora la oferta, ya sea porque paga más de lo inicialmente previsto, una parte del abono lo hace en euros en lugar de acciones o combina ambos métodos, logrará una participación de control de la entidad vallesana. La rentabilidad obtenida a corto plazo será inferior a la lograda en una rápida fusión, pero habrá conseguido el principal objetivo de la operación: ser cada vez más un banco europeo y menos latinoamericano.

Si así sucede, a la dirección del Sabadell no le habrá servido de nada envolverse en la bandera catalana. Solo tenía una posibilidad para salvar la independencia del banco: configurar un núcleo duro de accionistas que tuviera una participación de control. Dado su tamaño y su reciente historia, era casi imposible lograrlo. En la etapa de la burbuja financiera (2005-07), las familias catalanas que compraron un porcentaje significativo de acciones de la entidad perdieron la mayor parte del capital invertido.

No obstante, unos pocos accionistas del banco se llevarán un disgusto al ver desaparecer una marca que les ha acompañado durante toda su vida. Un mal rato que pronto se convertirá en una alegría cuando vean cómo el BBVA llena sus bolsillos. Casi siempre la pela es la pela, aunque nuestra moneda ahora sea el euro.