El grupo de rock italiano Maneskin, ganador de Eurovisión 2021 / EFE

El grupo de rock italiano Maneskin, ganador de Eurovisión 2021 / EFE

Músicas

La agonía del rock & roll

El triunfo de Maneskin en Eurovisión dice mucho de lo que piensa la sociedad de algo que estuvo lleno de vida y que ahora es un moribundo que solo sirve para hacer el payaso en un festival ridículo

26 mayo, 2021 00:00

Los triunfadores de la última edición del festival de Eurovisión son una clara muestra del destino que le espera al rock, algo que tuvo su importancia hace años y que cada vez le interesa menos a nadie. Los actuales triunfadores de la escena pop son divas absurdas, ripiosos poetas del hip hop y estrellas del reguetón: el pop de guitarras eléctricas se va convirtiendo rápidamente en una antigualla que ya solo defienden los Strokes y algunos grupos ingleses con más buena intención que resultados prácticos. Los cuatro mamarrachos italianos que actuaron la otra noche en Rotterdam eran una parodia (quiero creer que involuntaria) de lo que fue y representó el rock & roll para mi generación: hasta la supuesta provocación del cantante de meterse una raya de coca delante de todo el mundo resultó ser un malentendido (el análisis dio negativo y lo más probable es que el muchacho se estuviera sonando los mocos). Evidentemente, no me tragué el festival de marras, pero he visto luego al grupo Maneskin y me han dado una pena tremenda con su mezcla de heavy metal de rebajas y glam rock de chichinabo: su triunfo dice mucho de lo que piensa la sociedad contemporánea de algo que estuvo lleno de vida y que ahora es un anciano moribundo que solo sirve para hacer el payaso en un festival ridículo.

Måneskin - Zitti E Buoni - Italy ?? - Grand Final - Eurovision 2021

En paralelo a la muerte del género se va produciendo la de sus representantes: ya hemos visto caer ídolos pop tan disparejos como Bowie, Cohen o Battiato, sin que hayan sido reemplazados por gente de su nivel. Bryan Ferry tiene 75 años y se dedica a exprimir su brillante catálogo hasta la náusea porque ha perdido la voz y la inspiración. Los Stones anuncian un nuevo álbum en el que, con suerte, habrá un par de canciones salvables. Bob Dylan cumple 80 tacos y se queja de que la Covid le haya impedido seguir con su gira interminable, aunque no entendemos qué gracia le ve si luego sale al escenario con cara de asco, ignora al respetable y se cisca en sus propias canciones, que resultan irreconocibles hasta para los fans más devotos. Veo por todas partes señales de que mi tiempo ha pasado y se apodera de mí una melancolía cuya intensidad varía según los días mientras voy cumpliendo años yo también y siento, como decía Vittorio Gasmann en el título de sus memorias, que tengo un gran futuro a la espalda.

Tampoco creo tener derecho a quejarme. La música pop es un arte juvenil y nunca evoluciona a gusto de los provectos: también los Beatles debieron deprimir en su momento a los fans de Bing Crosby. Puede que lo que hace Dylan sea, en el fondo, lo más razonable: actuar cada noche en un sitio distinto, puede que sin preguntar dónde se encuentra, con tal de no quedarse en casa preguntándose si alguna vez fue la voz de una generación o lo quiso ser (todo parece indicar que no). En apariencia, es un viejo que se aburre como una seta y que es capaz de grabar, con su voz de cascajo, cinco discos de versiones del gran cancionero norteamericano popularizado por Sinatra, cuando con uno -y para hacer una gracia- iba que chutaba. Su último disco de material propio es una colección de solemnes sermones que no se sabe muy bien a dónde van a parar, pero siempre hay algún crítico dispuesto a decir que es lo mejor que ha grabado en años. A sus 80 años, seguimos sin saber muy bien quién es ni qué pretende. Por no saber, no sabemos donde vive, cuántas casas tiene y cuantos hijos ha echado al mundo. Solo sabemos que cada vez que cumple años es como si los cumpliéramos también nosotros (en mi caso, en un sentido casi literal: me cayeron los 65 el pasado día 22) y que caminamos juntos hacia el mismo sitio: el final, el adiós, el olvido.

Puede que la pérdida de las cosas que te hacían feliz sea la mejor manera que existe de irte preparando para la muerte. Si el rock & roll agoniza, los cines han chapado, los quioscos ya no existen y tus amigos la van diñando, igual te ves más dispuesto a salir del escenario dando un portazo. A falta de algo mejor, a eso me agarro.