Las dos Europas, ayer y hoy
Erasmistas y luteranos son el origen de las dos grandes tradiciones culturales que han marcado la historia del continente europeo, donde confrontan tacaños y malgastadores
26 mayo, 2021 00:10El calvinismo de Max Weber tiene un déficit de fondo escasamente señalado. Situar el origen del capitalismo en el espíritu de la Reforma es una exageración criticada por los trataditas liberales de origen anglosajón; especialmente porque, después del éxito de las 95 tesis de Lutero clavadas a martillazos en la puerta de Wittenberg y tras la lúgubre Ginebra de Calvino, Europa se vio envuelta en larguísimas guerras de religión. Finalmente fue la tradición británica la encargada de cerrar aquel paréntesis de dolor y sangre, cuando apareció la Carta sobre la tolerancia de John Locke, epílogo de la revolución inglesa, que puso fin a las guerras y señaló la entrada de Occidente en la modernidad, extendida en la Francia ilustrada y en las comunidades trasatlánticas de los wihgs americanos. Pero todo ello, dejando un peldaño por liquidar: la Inquisición, cuya fiereza fue decayendo desde el cruel Torquemada al reciente Papa Ratzinger, presidente huidizo del Tribunal de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
El discurso de Erasmo de Rotterdam se levanta por encima del tiempo por su ataque a los reformadores y moralistas que hablan de la libertad desnuda tratando de imitar sin fondo la elocuencia de los grandes poetas. Encaja con nuestras prisas actuales por demoler los dogmas nacionales y combatir las letras baldías de la falsa espiritualidad. El sabio de Rotterdam –“evangelista europeo”, le llamó Giuseppe Toffanin– es actual porque defiende la convivencia a partir del derecho al pensamiento íntimo, el tercer peldaño después de lo público y lo privado; el espacio de uno mismo, lo que Goethe llamó la ciudadela, y lo que trató de aportar Roma al texto de la Constitución non nata de la Unión Europea, después del Tratado de Lisboa. Erasmo se levanta todavía hoy contra el frenesí de los dictadores del espíritu; su revolución es la tolerancia, porque “quien piensa libremente respeta toda libertad sobre la tierra”, escribió Montaigne a propósito del gran humanista holandés, en sus frondosos Ensayos, recopilados y comentados en una edición bilingüe (francés-español) de Galaxia Gutenberg.
Más allá de su ropaje político, las dos Europas que habitan el sustrato cultural de la actual UE son eternas; son el producto del choque entre el poder de fortalecer la unión y el temor de los ciudadanos a la pérdida de soberanías (el ejemplo del Brexit). Hoy, la libertad erasmista basada en la sensatez está siendo amenazada por países de tendencias anti solidarias, como Holanda y Austria en el grupo de los llamados frugales o por la Nueva Liga Hanseática nacida en 2018 (Estonia, Finlandia, Irlanda, Letonia, Lituania, Holanda y Suecia).
Esta misma amenaza lleva años extendida en los países autoritarios del grupo de Visegardo (Hungría, República Checa, Polonia y Eslovaquia) y se hace visible en los partidos neonazis, los nacionalismos excluyentes o en aquellos líderes que, desde el extremismo, “han renunciado al discurso eurófobo para no despertar susceptibilidades, como Marine Le Pen, Santiago Abascal o Matteo Salvini”, en palabras de Jaume Duch, portavoz del Parlamento Europeo. Pero los países e ideologías dispersas, que agujerean el continente como un queso gruyere, no han conseguido socavar sus cimientos; han acabado aceptando los fondos de rescate post-pandemia (750.000 millones de euros), aprobados por el Consejo de Europa gracias a la presión ejercida por las cuatro primeras economías de la UE: Alemania, Francia, Italia y España.
Quinientos años después, cobran actualidad los programas de moderación que lanzó Baltasar Gracián en el Oráculo manual y arte de prudencia (Visor). En sus famosos 300 aforismos, el jesuita aragonés concilió el momento álgido del Sacro Imperio de Carlos V, marca carolingia, con la justa medida de las cosas. De aquella gran primera experiencia de unidad continental emana la idea de pueblo como expresión del ser humano in the making, haciéndose y en busca de legitimación (Wilhelm Dilthey).
Quinientos años después, cobran actualidad los programas de moderación que lanzó
Martin Lutero y el círculo de reformadores protestantes
Además, tratan de posponer su aplicación real, como ha demostrado Jens Weidmann, presidente del Bundesbank, consejero del BCE y sombra inminente del núcleo duro dispuesto a orientar la política monetaria de la UE en la contención de la inflación, a costa de la Europa social de millones de pensionistas y receptores de ayudas públicas. Weidman, como lo hizo en su día el ex ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, tiene prisa por marginar a los pobres del club. Estos puntales de la política monetaria germánica insisten en subir los tipos de interés y advierten sobre los riesgos de mantener en la UE una política extremadamente relajada. Tratan de endurecer la moral del crédito para no poner en peligro, dicen, el futuro incierto de nuestros hijos. Su mejor contrincante es Mario Draghi, actual primer ministro italiano, el hombre que salvó la crisis del euro de 2008 con la compra de deuda pública de los Estados “hasta donde sea necesario”, cuando estaba al frente del BCE. El núcleo prusiano del Bundesbank expresa su convicción luterana de cortar el crédito como castigo a los excesivamente endeudados, mientras que Draghi aboga por nuevos avales destinados a un crecimiento conjunto de los 27.
Este dúo de contrincantes ha tenido su réplica en jefes de gobierno europeos, como el primer ministro holandés, Mark Rutte, un acreedor impostado, y su contrario, el presidente español Pedro Sánchez, un deudor dialogante. En idénticos términos se ha mostrado la polémica entre el presidente francés, Emmanuel Macron, en defensa de los fondos de recuperación, y el canciller federal de Austria, el conservador Sebastian Kurz, quien asegura no estar dispuesto a que haya países que reciban ayudas sin hacer reformas (hundir las pensiones, liquidar el salario mínimo).
Los banqueros del Báltico y sus aliados promulgan hoy que la deuda es pecado. Los autoproclamados poderosos han vuelto a exigir a los deudores contrición y penitencia. Europa aletea ante este cruce de caminos: pasar cuentas a cara de perro o condonar préstamos impagables para volver a empezar juntos. Esta segunda vía refleja el erasmismo económico de nuestro tiempo, el compromiso cívico con la virtud, el dintel entre ambos lados o el punto medio de unos mínimos de justicia que no pueden rebasarse. Entre ambos extremos, el discurso liberal, eterna síntesis, trata de conciliar el bien público con el interés privado. Y volvemos así sobre el pensamiento de Locke: “ningún hombre puede tener nunca un poder justo sobre la vida de otro por derecho de propiedad o posesiones” (Dos tratados sobre el gobierno civil; Alianza Editorial). Significó la apelación definitiva al derecho natural y al contrato social.
En Lamento de la paz (Acantilado; traducido por Eduardo Gil Barea), un libro escrito por Erasmo en Lovaina en 1516, el príncipe de los humanistas predicó la concordia y exhortó a “emperadores, reyes, príncipes y obispos a poner fin a los conflictos que azotaban a la población y establecer así una paz duradera”. Fue una apelación intemporal a la unidad de los pueblos europeos y una denuncia actualísima de los móviles ocultos del ejercicio del poder como mero instrumento para satisfacer las ambiciones personales de unos cuantos. La Europa que menosprecia a los migrantes y desheredados blanquea la paz de los cementerios. Los halcones harán sentir su voz mientras el compromiso ciudadano con Bruselas siga siendo la asignatura pendiente: “hay una grotesca desproporción entre la influencia profunda de la política europea sobre nuestras vidas y la escasa atención que se le presta en cada país”, en palabras de Jürgen Habermas.
Claro está que el esquema de gobernanza español de los fondos europeos podría haber sido mejor de haberse fraguado a través de un consenso político entre Gobierno y oposición, como ha ocurrido en Italia, donde casi todo el arco parlamentario ha respaldado al Ejecutivo. Aunque otro clima político sea posible, España ha exacerbado la polarización. El miedo a la deuda y a su impago, el argumento socorrido de la Europa austericida (todavía hoy), expresa el mismo temor que atenazó a la República de Weimar en el ascenso de Hitler, en los años 30 de la pasada centuria, y es el mismo que superó Montaigne en el lejano 1581, como alcalde de Burdeos, cuando hizo frente al alzamiento civil de hugonotes y liguistas.
Enfrentados el uno al otro, Erasmo y Lutero fueron el pórtico de la Reforma Protestante, último peldaño del Viejo Mundo. Ambos apostaron en contra de la autocracia de Roma, contra el envilecimiento de sus normas, aunque lo hicieron con armas distintas. Lutero, fanatizado al extremo, provocó un baño de sangre; Erasmo por su parte ridiculizó el poder de los Estados Pontificios y la Escolástica, como puede verse en su Elogio de la locura (Océano), un monumento a la inteligencia lúdica. El humor del sabio de Rotterdam, agustiniano e hijo ilegítimo del sacerdote Roger Gerard, entró en España gracias al erasmista López de Hoyos, que fue profesor de Cervantes y nexo de unión mental entre el humanista y el autor de El Quijote.
Cuando en 1520 el Gran Elector Federico III de Sajonia le encomendó una evaluación de las doctrinas de Lutero, la respuesta de Erasmo fue ambigua y evasiva. Más grave fue su decisión de no asistir a la dieta de Augsburgo (1530-1531), en donde era esperado fervientemente por todos, luteranos y romanos. Su incurable falta de ánimo impidió que su mensaje pudiera convertirse en solución: “El valor no figuró nunca entre las notas características de Erasmo; prefiere huir en vez de luchar”, apunta Stefan Zweig, en su conocido ensayo sobre el humanista.
Lector de la versión alemana de Opera Omnia –las Obras Completas de Erasmo publicadas por Aguilar Editores– Zweig fue defensor de Erasmo hasta la extenuación, pero llegó a la beligerancia en contra de la pasividad del humanista: “Hay tiempos en que la neutralidad recibe el nombre de crimen”. En cualquier caso, elogió a Erasmo, “heraldo de la colaboración” y “elocuente defensor de la paz” y celebró su repudio del fanatismo. Puede decirse que la lectura de Erasmo inspiró en Zweig la preocupación por los acontecimientos de su propia época (ascenso del nazismo en Centroeuropa), que bien podría trasladarse al ascenso de los populismos actuales en la Europa racista, xenófoba, insolidaria y exclusivamente monetarista.
Europa reacciona cuando está ante les cuerdas. Así se ha visto en la aprobación definitiva de los fondos de rescate, cuando la institucionalidad de la UE se ha revelado como su mejor punto de encuentro. Tras apretar el paso los dos motores, Alemania y Francia, el consejo de jefes de Estado y de gobierno recibió con euforia y en el último minuto a los Amigos de la Cohesión: España, Italia, Bulgaria, República Checa, Chipre, Estonia, Grecia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia, Portugal, Rumanía, Esovaquia y Eslovenia. Se ha impuesto la transversalidad de quince países que tienen en común ser beneficiarios netos de los fondos europeos y que son capaces de bloquear cualquier intento de recorte.
Las nuevas alianzas en el momento de relanzamiento han desbordado los vetos autoritarios y han impedido la tijera del Norte. Letonia y Lituania prefieren ser europeos que Hanseáticos; Hungría y República Checa se han apuntado a la cohesión. El Báltico y Visegrado han dejado de ser, de momento, una barricada del negacionismo. La construcción europea no puede establecer diferencias porque el crecimiento de la nueva economía eliminará las brechas de la desigualdad. Es el fin del maniqueísmo entre tacaños y malgastadores; la hora de la inteligencia y el fin de la parcialidad. El pragmatismo ha superado al dogmatismo. El sentido común puede más que la hegemonía. La sombra de Erasmo, coetáneo de la invención de la imprenta y amigo de Tomás Moro, detiene a las ideologías: se coloca en el lugar del otro.