Nerval, la última luz antes del abismo
La editorial WunderKammer traduce por primera vez al español las cartas de amor del escritor romántico, que se suicidó en una calle de París tras hundirse en la locura
17 febrero, 2021 00:10Tempestuosidad; pasiones desbordadas; una presencia íntima del yo que se proyecta sobre el mundo y cuando la realidad contradice al individuo que exige la libertad de su albedrío, aquel, el mundo, choca con la máxima de Jorge Guillén y está entonces mal hecho; cárcel de la que hay que fugarse por la vía de escape de la locura o de la muerte, forzándola si es necesario; vértigo, eso es el Romanticismo. Hölderlin y Coleridge quedaron mentalmente maltrechos y necesitaron los cuidados durante sus últimos años. John Clare pasó la mayor parte de su vida encerrado en el manicomio que décadas más tarde ocuparía Lucia Joyce, la hija del autor de Ulises. Keats, Shelley, Byron, murieron tempranamente en Italia. Gérard de Nerval (1808-1855) se ahorcó en una calle de París, no sin antes haber conocido la locura.
Los padecimientos que acabaron con él tuvieron durante un tiempo la vacuna de un amor, bien que este amor fuera también parte de su enfermedad. En una de las cartas que el escritor dirigió a la actriz Jenny Colon, declaraba: “No tema verme; su presencia me calma, verla me hace falta e impide que me entregue a la desesperación que me mataría”. La relación epistolar puede ser un sucedáneo de la presencia física, pero es insuficiente. “¿Qué más triste que una carta?” se pregunta en una de las suyas Nerval.
Traductor del Fausto de Goethe (más bien autor de una versión bastante libre), quien adoptó el seudónimo de Nerval fue poeta y novelista, además de autor teatral. Precisamente fue al representarse su obra Piquillo cuando conoció a la actriz de la que se enamoró perdidamente y a la que escribió un conjunto de misivas (Cartas de amor a Jenny Colon) que ahora han sido publicadas por primera vez en español gracias a la editorial gerundense WunderKammer, cuyo nombre se podría traducir algo así como Gabinete de Curiosidades o Sala de los Portentos. “Su errante fantasía, su etéreo espíritu, no podían detenerse en nada, prosiguiendo el alucinado vagar por el mundo, fugitivo de una invisible prisión, que no sino en su propio cuerpo estaba”, observó Luis Cernuda sobre Nerval. Ese sentir alucinado se deja ver en esta gavilla epistolar.
Octavio Paz, que usó un verso de Nerval como título de su libro Los hijos del limo, y que tradujo admirablemente algunos poemas del francés, hoy incluidos en Versiones y diversiones, lamentó no haberle dedicado siquiera unas páginas. Aquí comparte el entusiasmo que ya mostraron André Breton y los surrealistas, que pusieron al desdichado autor de este epistolario trunco (pues faltan las respuestas de ella) en lugar preferente de su genealogía.
Cirlot publicó las referidas páginas en 1966 justo antes ver la película El señor de la guerra, desencadenante del ciclo dedicado a la doncella medieval Bronwyn. Unos pocos años después escribiría un soneto dedicado a Nerval cuyo primer cuarteto reza: “Era que la mujer inalcanzada / estaba ya difunta y era un trozo; / era un rayo de luz y de sollozo / viniendo de la nada de la amada”. Pensaba en Jenny Colon, claro. Merece la pena leerse el artículo de Cirlot porque, además de iluminar con gran capacidad introspectiva la figura y la obra del escritor francés, arroja no menos luz sobre las propias preocupaciones del barcelonés en un momento singular, preámbulo de una gran fiebre creativa y experimental (si es que no fue experimento toda su poesía).
Se ha especulado con la posibilidad de que estas cartas fuesen a formar parte de una novela epistolar, como pensó Jules Marsan, pero Elisabet Riera, la editora, lo descarta: “es muy probable que Nerval hubiera tenido la precaución de copiar y pasar a limpio estas cartas que apreciaba y tanto quería conservar”. Lo cierto es que el mismo Nerval confiesa haber roto muchas de ellas, que atravesaron varias versiones.
Se ha especulado con la posibilidad de que estas cartas fuesen a formar parte de una novela epistolar, como pensó Jules Marsan, pero
En la XVIII explica ese doble proceso de composición/descomposición: “Primero escribo una, de verdad, sentida, pero cuya violencia podría asustarla, y luego otra pensada y calculada en la que me esfuerzo por parecerle paciente y razonable; y ninguna de las dos se la mando, sino una tercera escrita a toda prisa y porque hay que acabar, hecha con jirones de las otras, en que las frases no se siguen, en que las ideas se confunden, una carta desquiciada e hiriente y que deshace mi obra”.
Lo que es evidente es que el espíritu de esta correspondencia está en total sintonía con la novela Aurelia (para Cirlot, que tiró la casa por la ventana en sus elogios, “una de las más importantes obras de toda la literatura mundial). Según Fernando Pessoa todas las cartas de amor son ridículas, pero más ridículas son las personas que no escriben nunca cartas de amor. En las que ahora se han traducido, Nerval muestra sus zozobras e implora, sin que esto impida cierto timbre de jactancia al hablar de sí mismo, de su valía: “Nunca una mujer ha encontrado una abnegación tan grande unida a una cierta importancia real, y cualquiera estaría orgullosa”. Y añade algo que en realidad la experiencia dice que es una falacia, aunque sea una idea que subyugue a personas como Cirlot, para quien el alma es el anima (sacará punta metafísica a esto en su ensayo). Según Nerval, “yo la quiero de otra forma que los otros. Más que nada, lo que amo es su alma”. Sin dudar de sus palabras, no buscaría la cama solamente por eso.