El viaje extasiado de Jordi Corominas
En 'El último libro de la vieja Europa', el joven escritor despliega su desbordante energía mediante un género híbrido entre el ensayo cultural y el libro de viajes
12 noviembre, 2017 00:00Es patético que a los periodistas sénior nos cueste tanto (o, bueno, que me cueste a mí) descubrir a los autores más jóvenes. Me parece que casi todos tenemos la convicción apriorística de que nuestra generación fue la última verdaderamente interesada en las cosas de la cultura, y que después de nosotros, el diluvio. Es injusto que Jordi Corominas haya tenido que publicar diez libros y ofrecer recitales de poesía y colaborar en la radio y en la prensa... para que yo lo haya descubierto, finalmente, por sus tuits, que suelen ser certeros e ingeniosos. Corominas, he descubierto ahora, al leer su último libro, es un poeta barcelonés entusiasta, o más bien desbordante de energía, y de juventud aunque ya se acerca a los 40. Lo que me admira literalmente en él es ese genuino entusiasmo, ese hondo placer que obviamente le proporcionan los artefactos culturales, los conocimientos adquiridos, y transmitirlos. O por lo menos algunos artefactos culturales de la tradición clásica de la cultura europea, especialmente de los siglos XIX y XX.
Es un escritor de mente rigurosa y de pensamiento independiente (también en las cosas de la política regional) que no tiene reparos en declarar que admira a tal figurón y detesta a aquel otro. Así lo vemos en este libro recién publicado y titulado El último libro de la vieja Europa, que se adscribe a un género híbrido entre el ensayo cultural y el libro de viajes, o sea un libro de pensamientos caminados, al estilo de los de su admirado Sebald, siguiendo en esto de caminar, contemplar y pensar los consejos de Nietzsche y la práctica de Leigh Fermor, sólo que el viaje a pie del escritor inglés duró todo un año, mientras el de Corominas se reduce a dos semanas en París y Florencia.
Un viaje a pie y en solitario
Entusiasmo, erudición, desenvoltura y sentido humorístico de la vida, máximo respeto e incluso idolatría hacia sus autores de cabecera, entre los que figura, parece, vaya por Dios, André Gide; mientras que detesta lo que hay de doctrinario y censor en André Breton, hasta el extremo de encontrar en un pasaje de Les caves du Vatican el acto que Breton propuso --o mejor dicho plagió, insinúa el autor-- como paradigma de acto gratuito surrealista: salir a la calle armado y pegarle un tiro al primero que pase.
Es un viaje a pie y en solitario, nos cuenta el poeta, pues sólo yendo sólo se ven las cosas de verdad. Para que la soledad no le pese ni le ponga melancólico, tiene un bonito ligue a partir de la página 200, con una chica muy agradable. Lo curioso es que yo al leerlo lo celebraba como un éxito propio, como de hecho me ha pasado con el libro entero: lo leía "a favor" del autor y con gratitud por haber aprendido algunas cosas que ignoraba y porque fuese además de profundamente simpático, inteligente y serio. Me alegro de haberlo descubierto y me propongo asistir a su próximo recital de poesía.