Ocultar a Joan Didion
El documental de Griffin Dunne sobre la escritora estadounidense deja una sensación de vacío
13 noviembre, 2017 00:00Neil Finn, el cantante de Crowded House, acaba de publicar un nuevo disco y, de casualidad, acabé viendo el vídeo de una de las sesiones de grabación. Neil Finn lleva años publicando discos en solitario. El 27 de mayo cumplió 59 años. Se conserva francamente bien. Tiene un pelo estupendo. Me pregunté qué pasaría si alguien decidiera hacer un documental sobre su vida y no mencionara en ningún momento a ninguno de sus ídolos. A qué músicos seguía de niño. Cómo compone las canciones. Qué instrumentos toca. Si antes escribe o tararea, o hace las dos cosas a la vez. Si recuerda haber escrito alguna canción que jamás vaya a olvidar porque lo hizo antes o después de vete a saber qué. Cuántos instrumentos de lo que sea que toque ha tenido. Cuántos tiene. Dónde los guarda. Cómo lleva su familia que pase tanto tiempo fuera de casa. Ese tipo de cosas. Las cosas que esperarías que un documental basado en la vida del tipo que compuso Don't dream it's over, y ya puestos, de cualquier tipo de músico, porque si estamos viendo un documental sobre él lo más probable es que nos interese su música. Es decir, que si él nos interesa como persona es porque es un artista, y no porque tiene un pelo estupendo.
¿A que sería extraño que el documental en cuestión se dedicara a mostrarle paseando con su mujer, hablando de la clase de fiestas que da en su casa, y de, por qué no, el champú que utiliza, y no mencionara en ningún momento nada de todo eso que hemos enumerado hace un momento? ¿Qué clase de luz podría arrojar sobre su obra --por menor o mayor profundidad que esta tenga-- un artefacto de esas características? ¿A quién podría interesarle? ¿En quién estaría pensando, en el público que compra sus discos o en el que está obsesionado con su figura y simplemente quiere saber de ella, o en un público general, cualquiera que en algún momento de su vida se haya topado con Fall At Your Feet y viéndolo, se diga, “Oh, mira, ése es el tipo que escribió aquella canción”? Bien, pues algo así ocurre, por no decir que eso es exactamente lo que ocurre, cuando ves el documental sobre Joan Didion que acaba de estrenarse en Netflix, el, por otro lado, fascinante, El centro cederá.
.Fascinante, sí. Porque la sola idea de ver a una escritora en televisión es, ya de por sí, fascinante. Y más cuando se trata de Joan Didion. Pero, veamos, ¿qué sabemos de ella por lo que cuenta? Que vivió al lado del mar, que sufrió mucho, sí, cuando perdió a su marido y a su hija. Que amaba con locura a su hija. Que amó, como a un compañero de viaje perfecto, a su marido. Que Harrison Ford le hizo de carpintero. Que daba fiestas en su casa a las que asistía gente como Janis Joplin. Que escribió en Vogue. Que ha escrito algunos libros --ni siquiera se mencionan todos--, y que siempre ha tenido problemas de peso. Que Barack Obama le puso una medalla que era la Medalla Nacional de Humanidades en 2012, algo que aparece hacia el final del documental. Y sí, que lo primero que escribió lo escribió en un cuaderno azul que le regaló su madre. El cuaderno sale en uno de los primeros planos del documental y ese momento, que se repite al final, es lo más cerca que vamos a estar, como espectadores, del proceso creativo de Didion.
Sensación de vacío
Puede que El centro cederá nos entusiasme, al principio, porque la sola idea de estar asomándonos a la vida de la autora de Según venga el juego, ya nos parezca un milagro. Pero al terminar, la sensación es la de vacío. No hemos visto a la escritora. No sabemos de dónde viene su estilo, fascinantemente telegráfico, de diálogos que cortan como cuchillos, de pequeñas cápsulas narrativas que funcionan como polaroids. Un estilo que cambió para siempre la vida de los escritores que estaban por venir, escritores como Bret Easton Ellis, que debe a Didion un atisbo de toda la crueldad que ésta expone en Según venga el juego. El autor de American Psycho sitúa la novela entre sus favoritas de todos los tiempos, junto al Ulises de Joyce, Madame Bovary, de Flaubert, y El Gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald. ¿Acaso se menciona algo parecido? ¿Y qué hay de Joseph Conrad, el autor favorito de Didion? ¿Dónde está? ¿Se habla de él? ¿Se habla de cómo atesora sus libros? ¿Y de qué nunca sabe a dónde van sus historias hasta que no empieza a escribirlas? ¿Que toma notas en libretas pero que no es hasta que está ante la máquina de escribir que empiezan a tomar forma? ¿Dónde está la Joan Didion que escribe? ¿Por qué no hacemos otra cosa que verla pasear por la playa y mirar, con esa mirada poderosamente triste, desamparada, desde viejas fotografías, a su hija, a la que adoraba, y a la que no creía merecer, y los libros, cuando se mencionan, se mencionan como algo inevitable, algo que simplemente hacía, porque eso es lo que hacen los escritores, escribir?
Tal vez sea cosa suya. O de su sobrino, Griffin Dunne, que dirige el documental. Tal vez Griffin quiso que fuese algo doméstico y menos ambicioso. O tal vez esa sea su mirada sobre su tía. Alguien fascinante, sí, pero porque que dio unas fiestas increíbles, y estuvo con Linda Kasabian, y escribió todo tipo de cosas en Vogue de una manera que hasta entonces no se había hecho. No porque fuese escritora. No por todo el abismo que llevaba dentro. No se intenta entender a Joan Didion en El centro cederá, se la muestra, a la manera en que nos mostramos hoy: ocultándonos detrás de una imagen. Bajar al escritorio, desordenar papeles, echar un vistazo a su biblioteca, hablar con los escritores a los que le cambió la vida, y de los que se la cambiaron a ella, habría sido demasiado, habría sido como viajar al centro de la tierra, al corazón de esa mirada triste, a lo incomprensible de esa mujer fascinante, pero está claro que Griffin Dunne no era el adecuado para hacerlo. Tal vez si a un sobrino de Neil Finn le propusieran rodar un documental sobre su tío, le acabase preguntando por su pelo y no por la libreta que lleva siempre encima. Es lo más probable.