El historiador Josep María Fradera / JOHANNA MARGHELLA (ANAGRAMA)

El historiador Josep María Fradera / JOHANNA MARGHELLA (ANAGRAMA)

Historia

Fradera: “El auge de las naciones no está al servicio de la liberación de ningún pueblo”

El historiador, ganador del Premio Anagrama de Ensayo, reflexiona acerca de los mitos culturales del colonialismo y alerta de que los poderes emancipadores imitan el mismo orden que discuten

5 enero, 2023 19:10

Catedrático emérito de Historia Contemporánea en la Universitad Pompeu Fabra, Josep Maria Fradera ha conseguido hacerse con el último Premio Anagrama de Ensayo con Antes del antiimperialismo, una obra que es fruto de años de estudio sobre el fenómeno colonial y de trabajos previos, como Gobernar coloniasColonias para después de un imperio o La nación imperial (1750-1918). En este ambicioso ensayo, indaga en los orígenes del antiimperialismo desde las primeras críticas a la esclavitud y aborda la condena de las formas de trabajo en condiciones misérrimas o los abusos contra las poblaciones aborígenes. Fradera observa de qué manera el imperialismo del XVIII ha ido sustituyendo a sus protagonistas y modificando su eje de actuación a lo largo de los siglos hasta la actualidad. Y también cómo las antiguas colonias, una vez independizadas, no han sido ajenas a los deseos del imperialismo.

–¿Qué relación hay entre el origen del antiimperialismo y el auge de los nuevos nacionalismos?

–Lo que conocemos por antiimperialismo, una posición consistente de oposición al imperio y a su control sobre un determinado espacio y lugar, es resultado de una crítica muy antigua a los imperios, principalmente por su violencia intrínseca,  la exclusión de determinados grupos por cuestiones de jerarquía racial, o los nacionalismos ascendentes en muchas partes mundo. Lo que se entiende por antiimperialismo a partir de la segunda mitad del siglo XX es la confluencia de tres elementos: 1) Una crítica muy antigua y desarrollada en los siglos precedentes en contra de los imperios. 2) Los nacionalismos. 3) Las aspiraciones sociales que se desarrollan dentro de dichos nacionalismos. A veces los nacionalismos incluyen vertientes de crítica social al orden de cosas existentes, aunque no siempre es así. En más de un caso el auge de las naciones no está al servicio de la liberación de ningún pueblo o grupo minoritario dentro del imperio, sino más bien todo lo contrario: lo que hacen las nuevas naciones es replicar el orden ya existente.

–¿Por ejemplo?

–Lo vemos en el imperio español en América del Sur o en las trece colonias británicas en Norteamérica, cuyo objetivo era perpetuar el orden establecido por los británicos, no liberar a los pueblos nativos. Bolívar y San Martín tampoco pensaban en liberar a los indios. Lo que pretendían era continuar, sin los españoles, con el orden criollo. Dadas las complejas alianzas entre el imperio español y las clases dirigentes de América del Su, era necesario establecer determinados marcos: Bolívar, por ejemplo, pensaba en una América del Sur única, un macroimperio al servicio de los propios americanos. Despreciaba a los peruanos del viejo orden nativo, había tenido esclavos y no ponía ninguna objeción a la esclavitud. Lo que sucede es que, cuando se hunde el imperio español, se da cuenta de que es casi imposible mantener esta institución.

Fradera

–Su ensayo muestra cómo, en términos de imperios y colonias, el eje se mueve desde el Atlántico hacia Oriente y, en este movimiento, las antiguas trece colonias británicas se convierten en otro país colonizador.

–Cuando las trece colonias que componen el llamado primer imperio británico [el segundo es la India] se separan de Gran Bretaña, tras imponerles condiciones que no están dispuestas a aceptar –impuestos, regulación comercio–, lo que no quieren es abandonar los viejos designios de los británicos de expandirse sobre otros pueblos. Precisamente por esto Estados Unidos es una nación imperial desde el primer día.  Que yo definiera así a Estados Unidos sorprendió a John Elliott, quien me dijo que cómo podía unir dos conceptos tan dispares. Pero los hechos son los hechos. Alguien como Thomas Jefferson compró en 1803 todo el territorio entre la costa Este y el Mississippi para así proteger por detrás a las trece colonias y con la intención de expandir la esclavitud sobre un espacio nuevo cuyos habitantes nativos aspiraba a dominar.

–Ahora que menciona John Elliott. ¿No se echan en falta en España más estudios críticos sobre el pasado colonial? Se lo pregunto teniendo en cuenta que todavía hoy la crítica al imperio español despierta suspicacias y defensas acérrimas.

–Cincuenta años atrás, antes de que empezase a trabajar, era casi imposible romper con la mistificación del imperio español. En este momento ya no es así. Lo peor que le puede pasar a un historiador o a una historiografía es caer en el nacionalismo historiográfico: “Nosotros hicimos esto”, “nosotros hicimos antes esto” …. Yo nunca he sido partidario de confundir la historiografía con la reclamación de un pasado que no existió, o que debe ser corregido. El pasado no se puede corregir. El pasado es lo que es y nuestros antepasados eran lo que eran. A la cuestión de si acertaron o no habría que responder: algunos seguramente sí; otros, no. El pasado nunca es homogéneo y, por eso, es muy peligroso proyectar los deseos del presente hacia el pasado. No existe una nación buena ni una nación mala.

Como historiadores, nuestra función no es juzgar, sino la de entender cada sociedad por lo que fue. Afortunadamente, ni la historiografía española ni la de cualquier otro lugar del mundo refleja una única realidad. Son muchos historiadores comprometidos con la búsqueda de la verdad, que es el único criterio que vale y al que se llega únicamente a través de la comparación, la verificación de fuentes, etc…La historiografía española no existe; existen muchas historiografías españolas y podemos mirar el imperio español con ánimo crítico. Mi generación ha establecido un diálogo muy fructífero con las historiografías de otras partes del mundo. Y debo recordar que la historia no es proyectar los deseos identitarios de unos como explicación del pasado. Los deseos identitarios no permiten trabajar con la tranquilidad que necesita un historiador, que debe ser consciente de que los resultados de sus investigaciones no siempre van a coincidir con sus deseos.

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–¿La lucha contra la esclavitud no debe interpretarse como una lucha contra el imperialismo?

–Para nada. Este es el punto de partida del libro. Hay que tener en cuenta que la esclavitud es una institución muy antigua. Para simplificar: es una institución clásica romana. Lo novedoso en el caso de los imperios es que con el ascenso de un protocapitalismo la producción de mercancías a gran escala convirtió la esclavitud en algo a gran escala también. Mientras fue vista como la continuación de una institución romana ensamblada con el andamiaje cultural de cualquiera de las sociedades que conocemos, no provocó problemas significativos. No constituía una institución decisiva en el orden económico y social. El esclavo no daba problemas: se podía emancipar; cuando era viejo, solía ser liberado; los hijos entre esclavos y dueños directamente eran liberados… En el mundo español, el esclavo podía trabajar para otros y, cuando disponía de dinero, pagaba a su amo y él mismo se liberaba. Sin embargo, en e momento en que se produce una enorme demanda de café, azúcar o tabaco, la esclavitud de africanos se convierte en algo tremendamente expansivo. Y crea una realidad nueva.

– ¿Entonces comienzan a aparecer las primeras críticas a la esclavitud?

–El fenómeno esclavista tiene lugar en los imperios transatlánticos. En partes de América comienzan a desarrollarse sociedades asentadas en la esclavitud de plantación. Lo vemos en el sur de Estados Unidos, en el Caribe o en Brasil. Y es entonces cuando comienza un cierto discurso crítico hacia el mundo creado por los europeos: ¿Cómo una institución clásica que formaba parte de sociedades europeas se convierte súbitamente en algo que presenta aspectos execrables? ¿Cómo puede ser que niños y mujeres sean esclavos? ¿Cómo pueden admitirse esas miserables condiciones de vida? Esto era lo que llamaba la atención de algunos europeos; no a todos, pues había también muchos europeos con vidas miserables. Pensemos en las fábricas, donde también terminan trabajando en condiciones terribles los niños, las mujeres y los ancianos.

– ¿Se veía la situación de los esclavos tan condenable como la de los trabajadores de las fábricas? ¿No hacía el elemento racial que la apreciación fuera distinta?

–Para muchos era discutible que los africanos desplazados a América pudiesen ser considerados seres humanos como los europeos, si bien este nunca fue un argumento asumido por completo. Siempre fue un argumento más que discutible.

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–Las críticas a la esclavitud comenzaron a circular en ámbito urbano…

–Obviamente. Empiezan en los medios culturales e intelectuales europeos de las ciudaddes, donde llega información directa acerca de la realidad de los esclavos. Es en este contexto, sobre todo en el mundo protestante, donde comienzan a producirse los primeros debates críticos en torno a la esclavitud. En ellos se pone en duda la bondad y la moralidad de una institución que permite la violencia contra las personas. Entre los primeros críticos encontramos gente que ha visto de primera mano la situación de los esclavos. Pero también hay gente que ha tenido esclavos. Es el caso de James Stephen, el tatarabuelo de Virginia Woolf, que los tuvo en Jamaica, donde comienza a forjarse la riqueza de la familia.

–Se critica la esclavitud, pero se defiende el imperio por su poder civilizatorio. ¿Se puede hablar de un elemento racial que sitúa a unos por encima de los otros?

–Se puede hablar de superioridad racial, pero no solo. Porque no se trata únicamente de la raza. Se trata de la superioridad de los europeos por haber construido estructuras de poder transnacionales. A esto se añade el sentido de culpa y responsabilidad que lleva a los menos cínicos a considerar que el trato entre seres humanos obliga a ciertas cosas. Este sentimiento de responsabilidad lo vemos entre los evangélicos, para los cuales los europeos, que han gozado de oportunidades a costa de otros, deberían ofrecer también estas mismas oportunidades. Si los europeos han sido capaces de crear estos grandes poderes que en su interior han creado situaciones que permiten desarrollar la esclavitud, tienen que ser también los europeos los que están obligados a fabricar nuevos contextos y situaciones en las que la esclavitud no exista. Los imperios no son necesariamente malos siempre y cuando cumplan unas ciertas condiciones. Para los evangélicos, para algunos católicos y para los moralistas de orden sentimental diverso esa permisividad hacia las situaciones execrables exige, por sentimiento de culpa y responsabilidad, actuar en contra de ellas, pero siempre dentro del marco de los propios imperios.

Fradera retratado por Ana Rodado  / EDITORIAL ANAGRAMA

Fradera retratado por Ana Rodado  / EDITORIAL ANAGRAMA

–Se impone la idea de que Occidente puede civilizar a los colonizados…

–Aparte de las herencias de épocas anteriores, sería ridículo pensar que a partir del momento en que cuentan con capacidad industrial y económica para dominar todo el mundo las sociedades europeas no iban a sentirse superiores. Todavía hoy, las sociedades que han conseguido esta clase de poder, como Estados Unidos, se creen superiores. El racismo implícito o explícito existe y ha existido siempre. Lo que está fuera de lugar es pensar que eliminando la idea de superioridad dicho sentimiento desaparece y con él también lo hace el sustrato cultural. Lo que sucede es que el término superioridad acepta múltiples matices que deben ser interpretados correctamente.

Este es el gran reto. ¿Superioridad y racismo van de la mano? Depende. Pensemos en Darwin, uno de los teóricos que más ha contribuido para derrumbar los fundamentos intelectuales del racismo al afirmar que todos provenimos de un tronco común. El origen de las especies es un libro que cuestiona como pocos la cosmovisión de las iglesias, que pensaban que unos habían sido creados por Dios a su imagen y semejanza y otros no. Dicho esto, todos estos postulados Darwin los hace desde la situación de superioridad de los grandes centros culturales, que pueden interpretar el conjunto de la humanidad. En este caso la percepción de superioridad es obvia y lleva a pensar que son los europeos y, más concretamente los ingleses, quienen deben redimir al mundo.

–Sobre todo a poblaciones indígenas o que fueron consideradas no civilizadas.

–El problema es que los europeos, con su afán clasificatorio, se han permitido clasificar a estos grupos humanos y establecer jerarquías de valores. Esto, en sí mismo, no es racismo, es antropología. El racismo y el supremacismo consiste en pensar que los grupos están fijados por siempre jamás en esta escala de valores. Esto Darwin no lo creía. Pensaba que los grupos humanos pueden cambian. Cree que los europeos están obligados a llevar los instrumentos culturales que ayuden a esos pueblos más atrasados a emprender el camino de la civilización. Esto, per se, no es racismo, puesto que parte de la idea de que son las circunstancias sociales, históricas y del medio las que han mantenido en situación de inferioridad a estas poblaciones que, sin embargo, pueden tomar perfectamente el camino civilizatorio. Lo que más ha contribuido a luchar contra el racismo no es decir que todos los hombres son iguales, pues ya lo dice el Antiguo Testamento o las constituciones del XIX. Lo que más ha ayudado es la transformación real o el desarrollo económico de estos países y de sus sociedades.

Fradera

–¿Podemos hablar de un nuevo imperialismo vinculado a la deslocalización de las empresas que se instalan en países donde la mano de obra es más barata y los trabajadores no tienen derechos? ¿Es una nueva forma de esclavitud?

–El fin de la esclavitud no significa en absoluto el fin de la opresión a través del trabajo en muchas partes del mundo. Cuando se abole la esclavitud se pone en funcionamiento la maquinaria del capitalismo del trabajo y la expansión del mercado mundial. De ahí que, si bien se termina esclavitud, continúan las circunstancias que la hicieron posible –unos tenían la tierra; otros, nada- y las condiciones de trabajo para muchos trabajadores siguen siendo igualmente duras. Sobre todo para los esclavos, que, ya liberados, siguen sufriendo las execrables condiciones de antes. Para este nuevo capitalismo expansivo los ex esclavos no son suficientes.

Hay que buscar nuevas fórmulas. Así aparece el trabajo por contrato: se elige a un individuo, sobre todo indios y chinos, porque son sociedades demográficas potentes y con mucha miseria interna, para que trabajen en lugares lejanos a sus países. Estos inmigrantes emigran solos, sin familia; van a trabajar a las minas de California o a Isla Mauricio, que pertenecía al imperio británico y donde las condiciones eran idénticas a las de los esclavos. Después empieza la inmigración africana. Ya no hay esclavitud. Europa la ha abolido. Pero permite que las condiciones de estos inmigrantes sean las mismas que tenían los esclavos. Incluso, peores.

–¿Peores?

–Efectivamente. Pensemos, por ejemplo, en el Congo Belga o en el conjunto de las colonizaciones africanas. No se puede hablar de esclavitud. Eso es cierto, pero los grilletes, los latigazos, los castigos corporales, la separación de las familias... Todo esto sigue estando ahí. Y, de cierta manera, estas condiciones terribles de trabajo, las que se dan en África o en las fábricas en el centro de Inglaterra, seguirán existiendo mientras el capitalismo exista y las instituciones permitan este mercado libre de trabajadores. Hablo de un mercado en el que en determinados países se pueden contratar trabajadores sin apenas regulaciones.