La moral de Bizancio
‘Las cosas como son’, el ensayo con el que Pau Luque ganó el Premio Anagrama de Ensayo, es un libro escrito a contracorriente sobre la guerra civil entre moral y estética
26 noviembre, 2020 00:10Ustedes no tienen porqué saberlo pero desde hace unos años se desarrolla en nuestras redes sociales de todos los días una suerte de guerra civil sobre cuestiones estéticas, que afectan hasta tal punto a cuestiones morales, que uno no está del todo seguro de que no se trate de una disputa moral a cuenta de la estética, atrapada la pobre en el fuego cruzado; y como casi siempre que se trata de estética en el centro de la atención (o de la diana) está la princesa de la polémica: nuestra bienamada y coqueta novela.
Digo que no tienen porqué saberlo en aras del misterio, porque es casi imposible que no se hayan visto salpicados en algún momento: me refiero al problema de si la novela debe o no ser edificante, representar responsablemente a las distintas identidades sociales y abordar las cuestiones morales de manera que brille la mejor opción. Se trata de una variante de la vieja cuestión sobre si la novela debe denunciar problemas sociales o escribirse de espaldas a la sociedad, un dilema que oculta serias dudas sobre la propia capacidad de un texto de ficción para alterar la sociedad, ni siquiera de influir de manera decisiva.
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En el caso que nos ocupa la discusión se ha trasladado del puede al debe, porque lo que está en juego no son tanto las posibilidades de operar cambios en la conciencia personal o colectiva como un asunto de representación edificante: de transmisión de modelos socialmente beneficiosos, en un momento en que asoman por todo el mundo los cuernos de la bestia fanática y reaccionaria. En cualquier caso hay un cambio de plano, no hay duda de que lo se le pide al novelista este puede hacerlo. De manera que se ha dado un paso más hacia el ejercicio práctico: se señala a quien no lo hace, es decir, lo que se pretende es instituir un criterio de valoración.
¿Un criterio compatible con otros criterios? ¿Y con qué criterios? Esa sería la cuestión a dilucidar, al fin y al cabo se puede valorar la métrica de un soneto y también la calidad de sus ideas y sus imágenes. ¿Por qué no íbamos también a valorar la profundidad, la sutileza o la gracia a la hora de representar a un colectivo desfavorecido o la acción bondadosa? El caso es que la intensificación de la contienda dificulta mucho elucidar nada, de lo que se trata desde es de extremar las posiciones y negar las razones del contrario. Andamos ya hundidos en esa superstición según la cual la victoria en cuestiones estéticas se alcanza abrasando cualquier espacio de entendimiento.
El ensayista barcelonés Pau Luque / JAVIER ZARCO
Así es como hemos llegado a posiciones dedicadas a afearle al novelista que aborde cuestiones ambiguas o criminales por miedo a la identificación y a dar mal ejemplo (por no hablar de las patologías biográficas dedicadas a escudriñar la vida, ¡la vida!, de los escritores, en busca de sus pasajes menos ejemplares, de los que todos vamos bien servidos); o en insistir tanto en que la novela es un reino amoral ajeno a las leyes de la ética, que ya no se sabe si buscan recluir al novelista en el aislado reino alelado del estilo o lanzarlo a la búsqueda de fechorías y rarezas.
Sitúo a los novelistas en primer plano para beneficio de la tensión dramática, pero lo cierto es que a los novelistas, más allá de la curiosidad de ver adónde llega el enredo, a la que nos ponemos a trabajar se nos acumulan tantos problemas que este cruce de espadas suena a murmuraciones lejanas. Nuestro trabajo consiste en darle replica al mundo, en decir la verdad sobre la vida, aunque ni un solo trabajo sea cierto, de manera que un novelista que no sea capaz de sacudirse las nieblas y las admoniciones de la moda está acabado, válido ya solo para la escritura decorativa.
Sabemos con Philip Roth que “la literatura no es un concurso de buenas maneras” y seguimos el consejo de Balzac: “Deja que hablen de la inmoralidad de los libros, existe un libro horrible, puerco, espantoso, corruptor y que siempre estará abierto, que no cerrarán jamás: el gran libro del mundo, nuestro rival”. Frases que parecen darle la razón a unos, pero que también rechaza al bando liberal que tiende a pedirnos que nos escoremos hacia lo estético, lo cultural, lo bello (o alguna majadería parecida) o a concentrarnos en la inmoralidad pura de los cretinos.
Lo que sí deteriora un debate en estos términos es a la atmósfera crítica que rodea la escritura y que determina la recepción de las novelas. No sé si escribir en España es llorar (dependerá del caso, yo me río mucho), pero sí es asistir al triste espectáculo de como nuestras novelas tratan de ser absorbidas, cooptadas y asimiladas por los fugaces debates en curso (el experimentalismo, lo rural, el regreso de lo social, la crisis, lo trans, ¡el ecologismo!), un desfile de apriorismos de brocha gorda que, sin el desempeño crítico, amenazan con sepultar los problemas y los retos específicos que plantean las novelas que se escriben.
La escritora Iris Murdoch
Y es en este sentido que como novelista (y espero que mi gremio me acompañe con un gran aplauso) solo le puedo agradecer a Pau Luque que se haya lanzado a escribir Las cosas como son (Anagrama). Lo más llamativo de este ensayo es que está escrito a contracorriente: no irrumpe en el debate a gritos, para dejarse oír, poniendo las cosas claras y señalando al bando reprobable. Al contrario, le vemos entrar por el umbral del primer capítulo con gesto sereno, deja fuera la intensidad, las sobreactuaciones y el drama (se conoce que lleva años fuera de España), se afloja el nudo de la corbata, arma sus lentes y su equipo óptico (dentro de la selva de las Humanidades, el filósofo del Derecho, especialidad de Luque, es una suerte de científico del detalle, un hombre capaz de apostillarle un versículo a Hegel), invita a todos a que se le acerquen, y con rigor ordena los papeles (rebregats después de meses de alboroto) y resuelve con profesionalidad los problemas, por la ingrata vía de enseñarles a todos los concernidos donde estaban equivocados.
Lo mejor que uno puede decir del libro es que al leerlo se sale con cinco años de discusiones digitales solucionadas, y con la mesa ordenada y limpia de bizantinismos morales. Luego los problemas siguen, pero eso es ya cosa del estilo de la vida, y no de Luque, a quien hay que agradecer que para amenizar las disquisiciones se arriesgue al juego metafórico y se marqué unos bailes con sus artistas favoritos: Vladimir Nabokov, Nick Cave o Iris Murdoch. Alegra leerle así, tan aplicado y seductor, después de temernos que se quedaría sepultado en la locura del procés (ese calcinador de cerebros y carreras) al que dedicó sus anteriores esfuerzos analíticos. Las cosas como son transparenta un ensayista dividido entre el escrúpulo expositivo y su versión despeinada que asoma aquí y allí, pero que Luque solo deja suelto en el enigmático y sugestivo capítulo octavo (el último); otro aliciente para seguir su carrera pasa por descubrir hacia cual de los lados de su talento inclinará sus pasos.
Mientras Luque se decide, quiero terminar con la advertencia que la novelista Elvira Navarro lanzaba hace pocos días en Twitter: “Alguien debería analizar la relación entre la cantidad de ensayos que parecen manuales de buena conducta y la desaparición de las Humanidades de la educación. Hay una progresiva y terrorífica confusión entre la buena conducta y el pensamiento”. A la espera que alguien lleve a cabo este siniestro conteo levantemos acta de que Las cosas como son seguramente es el argumento del año a favor de las Humanidades como un ejercicio responsable y civil del pensamiento.