Soberanía, manual de peligros
Manuel Arias Maldonado analiza las distintas ficciones del poder absoluto desde su origen histórico hasta nuestros días, marcados por el populismo y el nacionalismo
31 mayo, 2020 00:10El poder, que es un monstruo con múltiples máscaras y aficionado a los simulacros, se nos aparece, a pesar del paso de los siglos, como una extraña y perdurable variante de la religión. Igual que ella, promete conducirnos a la salvación, pero su génesis remite a un antiguo, y diríamos que infantil, sentimiento de impotencia. Del mismo modo que los hombres, a través de las construcciones culturales, hemos inventado creencias para intentar vencer –al menos metafóricamente– la única certeza de la vida, que es la muerte, la política, reducida a su esqueleto, pudiera no ser más que una fábula jubilosa que asegura ser capaz de lograr lo que nunca ha conseguido. Un sortilegio que históricamente ha tenido una indudable fortuna.
No es por tanto extraño que con frecuencia conduzca al desengaño y a la decepción, aunque quien experimenta ambos quebrantos ha cometido antes un error achacable únicamente a sí mismo: haberse dejado engañar. Quien promete llevarnos el Paraíso –y también aquellos que ambicionan instalarse en él– pueden conducirnos perfectamente al Infierno, impulsados por el poderoso viento de nuestros deseos. Bajo cualquier forma de expresión política, desde la más noble a las directamente malignas, palpita en el fondo un oscuro proyecto de teocracia, una suerte de aspiración hegemónica; la voluntad de aceptar creencias –que no son exactamente lo mismo que ideas– cuya eficacia depende de presentarnos lo contingente como si fuera estable y resumir con la engañosa claridad del simplismo todo lo que es complejo.
Los miembros de la Academia de Ciencias ante Luis XIV (1667) / COLBERT
El mensaje, sin duda, es tentador porque parece infalible: querer es poder. Ocurre sobre todo en los instantes de zozobra, cuando el mundo –o su representación, que viene a ser lo mismo– se tambalea. De esta cuestión trata Nostalgia del Soberano (Catarata), el último ensayo de Manuel Arias Maldonado, filósofo político y profesor de la Universidad de Málaga que en los últimos tiempos viene analizando con rigor y erudición, y con una voluntad de estilo que no es habitual en el ámbito académico, los perfiles de La democracia sentimental (Página Indómita) y la política en la era del Antropoceno (Taurus). Estamos ahora ante un tercer libro extraordinario. Fundamentalmente porque analiza con argumentos muy sólidos la encrucijada de la política actual y, al mismo tiempo, siembra innumerables dudas, haciendo al lector reflexionar por sí mismo –esto es: pensar– sobre los espejismos virtuales que le rodean.
No es poco mérito para un ensayo que, en lugar de acogerse a la búsqueda sin mapas que caracteriza al género, está bien trabado y expone, en un contexto donde la norma es la indeterminación, incluso la equidistancia, su propia tesis. La de Arias Maldonado puede resumirse así: el crack económico de 2008 ha significado, en términos culturales, una grieta ideológica en Occidente cuyas consecuencias políticas son las manifestaciones –regresivas– que reclaman nuevas formas de poder absoluto que prometen seguridad (falsa) y alimentan la ensoñación complaciente de que es posible ordenar un universo que por definición (diríamos que también por evolución) se ha convertido en caótico. La nostalgia del soberano es la expresión de la orfandad de una sociedad que elige volver a verse a sí misma como pueblo y se muestra proclive a orillar los principios democráticos liberales en favor de paradigmas absolutistas.
Los síntomas del fenómeno son el auge del populismo y el nacionalismo; el lenguaje es la demagogia; y el peligro es una involución democrática canalizada a través de elogios asamblearios. Arias Maldonado, que despliega una nutrida muestra de autores y citas de autoridades como cimiento de su análisis, construye su exposición a partir de las críticas que George Steiner –autor de una Nostalgia de absoluto (Siruela)– dedicó a las teologías sustitutivas de la modernidad, ese conjunto de visiones mesiánicas –el marxismo, el psicoanálisis o la antropología– cuya popularidad consistió a satisfacer el hambre de mitos que es consustancial al ser humano.
La filosofía política, que es el ámbito de este ensayo, analiza a fondo el mito del poder, que en las civilizaciones antiguas tenía un origen divino y en las modernas, siguiendo la lógica del proceso de secularización característico de las culturas occidentales, fue sustituido por nuevas lecturas desacralizadas que, sin embargo –como insistía el pensador alemán Carl Schmitt, revolucionario conservador o realista político, según prefieran– mantienen viva la equivalencia de valores de la Iglesia, que nunca ha dejado de ser una organización política de ejercicio absolutista, además de un asombroso anacronismo con una extraordinaria longevidad. Cada época es libre de entronizar a su propio Dios; la fe, sin embargo, perdura.
Portada del
Arias Maldonado viaja en su obra a los orígenes del poder soberano, describe in extenso sus formulaciones teóricas y sitúa al lector ante una panoplia dialógica de interpretaciones –las canónicas y las heterodoxas; lo que pone de manifiesto la honradez intelectual del autor– de la que se infiere que (en política) nada es como pensamos y que lo que es no siempre coincide con lo que se aparenta. De la ensoñación del poder absoluto –representado por la grandeur de las monarquías del Antiguo Régimen– se salta a la instauración (inquietantemente benéfica) de la voluntad popular como nuevo eje del sistema político moderno y núcleo irradiador –si nos permiten la ironía– de los populismos contemporáneos, que reivindican como dogma sentimental la creencia de que la política es un arte omnipotente e infalible –igual que el Papa– y que basta con enunciar colectivamente un deseo para que toda una comunidad de creyentes –perdidos, ingenuos, desesperados o engañados– considere verosímil este catálogo de la ficciones redentoristas y facilite con entusiasmo el regreso de los absolutismos posmodernos.
Manuel Arias Maldonado
“El sueño de la Razón produce monstruos”, dice el célebre grabado de Goya. Idéntica sensación se tiene tras sopesar los argumentos de Arias Maldonado, que explica de forma brillantísima que la necesidad del poder de crear a su alrededor a un pueblo elegido, formado por una legión de aspirantes a la redención, facilita operaciones de ingeniería social para adaptar la realidad natural –la sociedad diversa y contradictoria, pero libre– a un patrón artificial donde la cohesión y la uniformidad, el dogma, ya sea tribal o ideológico, está obligado a prevalecer sobre los valores individuales, que son los que realmente empiezan a estar en peligro cuando los profetas de la soberanía (antes divina; ahora con apariencia democrática) dominan la escena pública. El desafío del independentismo en Cataluña reproduce a la perfección esta metodología, que consiste en prometer lo imposible: el retorno a un pretérito sublimado –que nunca existió– de la mano de nuevos líderes carismáticos –los leviatanes de Hobbes– para fundar una república donde ya no existirán diferencias –la identidad oficial se impondrá a todos, según el deseo de la mayoría– y ningún aspecto de la vida quedará en las crueles manos del azar. Algo muy parecido al espanto de El mundo feliz de Huxley.
Cada vez que un político proclama la necesidad de “construir” este nuevo sujeto soberano popular –escribe Arias Maldonado– se celebra la destrucción de la verdadera sociedad, que ya existe (es el conjunto de la pluralidad de los individuos) y que, al tener que ser homogeneizada para representar al nuevo soberano, sepulta la disensión, mata el sentido crítico y amenaza la supervivencia de inmensas minorías. Los matices, en un régimen absolutista, estorban. No hablamos de miedos mileranistas, sino de peligros ciertos. Uno de los méritos del análisis de Arias Maldonado es su pragmatismo, que en literatura es equivalente al poder de la sinceridad; es un politólogo quien demuestra con argumentos y razones que la política no es omnipotente, sino una actividad dependiente de un sinfín de limitaciones. Las utopías imposibles, proyectadas obviando esta evidencia, son las que dejan seca la tierra comunal.
Mural callejero de Caracas que representa el ascenso al cielo del líder populista Hugo Chávez
Al fin y al cabo, pensar que es posible regresar a una soberanía ancestral, a la manera de los antiguos reyes, a partir de la voluntad popular es un acto de fe similar al que se exige en las religiones monoteístas. Aceptarlo sin más supone renunciar a la libertad de pensar y obrar para someterse a una nueva ortodoxia (disfrazada bajo promesas de seguridad, virtud moral y omnipotencia) que no será tolerante con las inevitables heterodoxias. Esta actitud, atávicamente infantil, implica facilitar la muerte civil del individuo y su transformación en un siervo (político) de la gleba. Dependiente, atado a un territorio y encadenado a sus propios miedos. Vivimos tiempos en los que la esperanza se nos presenta como un bien remoto y el futuro casi resulta inverosímil. La vida es incierta, sí. Pero ni lanzarse al precipicio del despotismo ni abrazar una religión estatal nos va a sacar del laberinto.