Humor contra la arrogancia de una causa
El humor es necesario para desarmar una causa que se arroga la máxima seriedad, la del proyecto independentista y para entenderlo hay que acudir a Kundera
31 mayo, 2020 00:00Antes de la pandemia asistí a la presentación, o mejor dicho, a una de las presentaciones, del libro de Albert Solé Estàvem cansats de viure bé, donde recoge algunos de los artículos que publica en el Diari de Girona, y que entre tantos libros sobre el procés tiene la particularidad de tomárselo a risa. Estaban el autor y su partner in crime Ramón de España, que hace lo mismo, humor del procés, como bien saben los lectores de Crónica Global. Bendita alquimia. En los dos casos se trata de un humor muy desenvuelto, irreverente, nada respetuoso, nada que ver con las gracias de los sicarios de TV3%, pues el fascismo nunca ha tenido verdadera gracia. Al contrario, se toma a sí mismo muy en serio, cree tener una misión histórica, no solo una nómina.
Estuve, pues, en la presentación, que fue, tal como era de esperar, muy divertida y muy celebrada por la parroquia, y en el turno de preguntas pregunté a Soler y De España si creían haber convencido, con la herramienta del humor, a algún nacionalista, si sus artículos habían devuelto a un solo lector al camino de la sensatez y la razón, en vez de más bien provocarle un mayor rechazo, disgusto y odio. Era, en fin, la pregunta sobre la efectividad didáctica del humor.
Ellos no tenían constancia de que ningún lector haya visto la luz gracias a sus ironías y sarcasmos. Pero noté que la cuestión les traía bastante sin cuidado, pues su objetivo al escribir esas gansadas no es persuadir a nadie de nada sino pasar un buen rato a costa de los filisteos, y hacérselo pasar también al lector cómplice.
Yo pienso que no habrán convencido a nadie. Pero tampoco lo lograrían, ni lo logrará nadie, hablando “en serio”, argumentando. Acaso entre unos y otros, por goteo, se pueda hacer brotar la flor de la duda en alguien que no esté ya completamente pervertido. Pero no en un fanático. Un ejemplo de esa imposibilidad lo tuvimos en el célebre debate televisivo sobre la economía del procés entre Josep Borrell y Oriol Junqueras en 8TV, en junio del 2016. Borrell literalmente vapuleó al beato y redujo sus argumentos al absurdo, lo trituró con datos indiscutibles (algunos de los cuales recogidos en su libro Las cuentas y los cuentos de la independencia)… pero sirvió de poco, porque el otro no argumentaba sobre aquellas realidades, datos y hechos que evidentemente desconocía aunque fuera consejero de Economía de la Generalidad, sino sobre sus “sueños”; hablaba de “ilusiones”, de “anhelos”. No le importaba nada que sus anhelos, sueños e ilusiones fuesen caprichosos, irrealizables, ruinosos e indignos de un ser humano adulto que se respeta.
No se puede convencer a nadie. Javier Cercas cita a veces una frase de Proust ad hoc: “Es imposible sacar racionalmente de una cabeza aquello que no ha entrado en ella de manera racional.” Sobre este asunto, y como si hubiese presentido desde Göttingen el sentido de los escritos como los de Soler y De España sobre el procés, Lichtemberg escribió uno de sus aforismos: “Que se pueda convencer a los adversarios con argumentos es algo que no creo ya desde el año 1764. Si no he soltado la pluma es únicamente para irritarles, para dar fuerza y coraje a quienes nos aprueban y hacer saber a los otros que no nos han convencido”.
Humor contra la arrogancia de una causa que se toma muy en serio. El “lacismo” es solemne, plúmbeo, con pretensiones de agravios seculares, de una relación especial de propiedad sobre el territorio, del que brotó una lengua sagrada, en peligro de extinción, que exige que la salvemos. La tarea que se propone culminar tiene sus raíces en la noche de los tiempos, pero su pretensión se resume en la ridícula exclamación de Ferran Mascarell, extático de servilismo hacia Artur Mas, el 21 de noviembre del 2012, para estupor de Agustí Fancelli:
--President, estàs fent Història!
Mas corrigió a su consejero de Cultura, contaba Fancelli en El País, matizando que lo de hacer historia “no hay que personalizarlo”, que él lo único que había hecho era ver “a un pueblo en marcha” y ponerse “corresponsablemente” a caminar en esa dirección. Un hombre modesto.
¿No dio, pues, los primeros pasos esa Historia, la pequeña historia que nos ha caído encima a los catalanes, con los halagos de un tiralevitas de Molière, ya adentrándose por el terreno de la farsa, de lo cómico? ¿No es cosa de risa? ¿No es el acento de Soler y De España el que mejor responde a su naturaleza?
Estaba yo ayer escuchando a Kundera en la entrevista que le hizo Pivot a propósito de La insoportable levedad del ser, que en aquel momento era un gran éxito. El famoso presentador le pregunta a Kundera por el humor, la levedad, la Historia, y concretamente la triste historia de Checoslovaquia, de la que éste había emigrado; y el novelista se resiste a responder fuera del círculo mágico de la ficción novelesca, pues “ningún novelista digno de ese nombre”, dice, “quiere dar lecciones de filosofía”, y tampoco ahora él pretende enseñar filosofía de la historia, pero sí accede a señalar que ésta “se toma automáticamente en serio”.
Y, hablando él también muy en serio, le pregunta a Pivot: “Todo eso que pasa, ¿no es muy estúpido? ¿No hay que liberarse internamente de ese peso de la Historia? La historia, que quiere ser la encarnación de la razón, ¿no es, más bien, la encarnación de la pura irracionalidad, de la pura estupidez?”
Es una entrevista del año 1984. Ayer al escucharla me acordé de la presentación del libro de Soler, semanas antes de que se declarase el coronavirus.