Victoria Camps / @JMSANCHEZPHOTO

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Filosofía

Victoria Camps: "El coronavirus nos obliga a ser más humildes. No somos dioses"

La filósofa catalana cree que los políticos deberán rendir cuenta de sus decisiones y advierte de que cuando la información oficial es opaca la confianza social desaparece

20 abril, 2020 00:10

Filósofa, catedrática emérita de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y miembro permanente del Consejo de Estado, Victoria Camps es una referencia intelectual ineludible dentro de la filosofía ética española. Ensayos como Elogio de la duda, Virtudes públicas o Breve historia de la ética –los primeros dos títulos publicados por la editorial Arpa y el tercero por RBA– nos iluminan a la hora de pensar el presente y reflexionar sobre conceptos como la responsabilidad (individual y colectiva), la libertad y la solidaridad. 

–“Aprender a dudar es asumir la fragilidad de la condición humana que no nos hace autosuficientes” escribe en Elogio de la duda. El coronavirus no solo ha derribado nuestras certezas, también la idea de que algo así podía pasar, pero nunca a nosotros?

–Efectivamente, hoy vivimos en la incertidumbre y la duda por causa del coronavirus. Esta situación ha hecho evidente lo que escribí en mi libro: nuestra fragilidad y contingencia. “No somos nada”, como se suele decir. Un minúsculo bicho ha trastornado nuestras vidas hasta extremos inimaginables hace meses. Esto nos obliga a ser más humildes. Ahora bien, aunque dudar y poner en cuestión lo que se nos da como válido es sano, al ser humano le ha movido siempre el deseo de saber y de llegar a obtener certezas. Ahora lo que necesitamos es salir de la incertidumbre respecto al virus y encontrar una vacuna válida lo antes posible.

–En ese mismo ensayo señala que “pensar desde lo indeterminado, que no tiene contornos precisos, es más complicado que dar un nombre fijo y determinado a cada cosa”. Sabemos qué es el Covid-19, pero no podemos dar nombre a su vacuna o su tratamiento. ¿Esta ausencia de certeza acrecienta el miedo?

–Sí. El miedo tiene dos caras. Por una parte, nos protege del peligro de lo desconocido. Nos mantenemos confinados por miedo a enfermar. Pero hay que vencer el miedo: no para adoptar una actitud temeraria y exponerse al contagio, sino para no exagerar los efectos del miedo con conductas inapropiadas. Se está hablando y discutiendo sobre la posibilidad de una involución autoritaria aprovechando que la gente está atemorizada. Se nos dice que tal vez sería bueno un control exhaustivo de los movimientos de cada persona, como ocurre en China. Aquí debe actuar de nuevo la duda para buscar el equilibrio entre el derecho a la libertad y la protección de la salud pública. 

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–¿El individuo asume la incertidumbre como su suelo o, por el contrario, sigue buscando certezas y verdades? 

–Necesitamos unas certezas mínimas para movernos con seguridad. Cuando se descubra la vacuna del Covid-19 y veamos que funciona, creeremos en ella. Lo absurdo sería rechazarla. La ciencia busca certezas y las ha encontrado. Una cosa tan sencilla como que la higiene es saludable y evita el contagio es un avance científico. Pero no todo es ciencia. La mayoría de las cuestiones sobre las que discutimos sólo pueden dar lugar a opiniones, mejor o peor razonadas. Si hoy es tan difícil tomar decisiones sobre los límites que debe tener el confinamiento es porque ni los datos ni los modelos matemáticos en que se basan los expertos aseguran que los efectos serán los previstos. Quisiéramos ser omniscientes, pero no somos dioses. 

–El dogma, sea religioso o político, ¿da más seguridad? 

–El dogma da seguridad porque no se cuestiona. La fe en una vida ultraterrena sólo es eso: un acto de fe que da seguridad a quien no lo pone en duda. Uno de los últimos grandes relatos fue el que sustentó al comunismo, que se basaba en la creencia incuestionada de que el sistema capitalista acabaría autodestruyéndose. Estos relatos no ayudan a avanzar en el conocimiento; al contrario, lo retrasan. Y es cierto que la falta de relatos nos deja desamparados. Por eso, en épocas de crisis como esta, cuando quisiéramos soluciones rápidas y seguras, prosperan los populismos que dan respuestas simples a problemas complejos. 

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–En su ensayo La búsqueda de la felicidad, decía que la felicidad es una búsqueda y no algo que se consigue. Los deseos y la felicidad que satisfacíamos a través del consumo han quedado interrumpidos. ¿Hay algo de verdad en esto que dicen algunos de que lo que estamos viviendo nos enseñará a vivir con menos?

–Efectivamente, esta situación nos está diciendo que la mayoría de las cosas que comprábamos eran innecesarias. Lo que ocurre es que vivir sólo con lo imprescindible tampoco nos hace muy felices. El confinamiento puede ayudar a valorar cosas que, con la vida frenética que llevábamos, pasaban desapercibidas. Por ejemplo, yo vivo en Sant Cugat y ahora, debido al silencio, oigo más el canto de los pájaros y me detengo a ver cómo florecen las plantas. Nos damos cuenta de que dependemos unos de otros y que la ayuda mutua puede ser gratificante. Las lecciones del confinamiento sí que pueden aportarnos más lucidez en la búsqueda de la felicidad que, para resumirlo mucho, consiste en saber distinguir lo que vale más de lo que vale menos y quedarse con lo primero y no con lo segundo. 

–“Buscar la felicidad no es obviar la desgracia, sino aprender a confrontarla”, ha escrito. ¿Estamos metidos en un proceso de aprendizaje?

–Siempre. Lo que ocurre es que las sociedades opulentas evitan al máximo confrontarse a la desgracia. El coronavirus no nos ha dejado: esta desgracia la estamos sufriendo plenamente. Mi generación no vivió la Guerra Civil, pero sí la posguerra, que fue una época de austeridad y privaciones, y sufrió una dictadura. Las generaciones más jóvenes de los países avanzados no saben qué es la desgracia ni la adversidad, algo que, guste o no, es intrínseco a la condición humana. El coronavirus ha venido a recordárnoslo. 

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–¿Qué le parece la respuesta política ante la situación que estamos viviendo?

–Es inevitable tomar decisiones. Pregúnteselo a Pedro Sánchez. En los momentos más complejos, cuando las decisiones son más importantes y equivocarse puede ser grave, los gobernantes tienen que actuar, para eso están. No sólo tienen que mojarse sino que tendrán que rendir cuentas de las decisiones que han tomado. Lo explicó muy bien Max Weber cuando identificó la ética del político con el hecho de responsabilizarse por las consecuencias de sus acciones y decisiones. 

–En estos días se critica al gobierno por la falta de transparencia, un tema sobre el que usted ha reflexionado, asociándolo a la impopularidad de ciertas decisiones. 

–Por eso es bueno atreverse a rectificar si uno se da cuenta de que se ha equivocado, actuar con total transparencia. La preocupación fundamental de los gobiernos debiera ser mantener la confianza de la gente ya que la desorientación es grande. La confianza desaparece cuando la información es opaca

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–¿Es posible hablar realmente de intereses colectivos?

–¿Cuáles son y quién decide estos intereses? En las crisis fuertes, como la actual. está claro: el interés colectivo hoy es una buena política sanitaria que proteja la salud pública. E inmediatamente, ante el descalabro económico que se avecina, el interés común será poner en marcha las políticas económicas necesarias para proteger a los más afectados por la crisis. La ciudadanía suele tener bastante claro cuál es el interés colectivo cuando responde a la pregunta sobre qué es lo que más le preocupa. Son los gobernantes los que muchas veces pasan de largo de esas preocupaciones prioritarias. 

–¿Hasta qué punto la solidaridad entre los ciudadanos particulares no ahorra al Estado tener que asumir sus responsabilidades? 

–Siempre he entendido que la solidaridad es el complemento y el estímulo de la justicia. Para corregir situaciones de desigualdad hace falta el Estado, los individuos no podemos hacer gran cosa. Pero el Estado no actúa si la gente no le acompaña o le exige que haga justicia. Las ONGs casi siempre suplen a los Estados y acuden a ayudar a aquellos en los que el Estado no piensa. 

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–¿La solidaridad no es una forma de paliar la desigualdad estructural ?

–Es obvio que no somos iguales. La igualdad es un derecho que se concreta en algunos objetivos: educación, protección de la salud, trabajo, vivienda, seguridad social. Esos derechos llamados de la igualdad son las condiciones mínimas para que una persona pueda actuar con libertad y hacerse un plan de vida. Sin esas condiciones, lo digo en mi libro, es muy complicado intentar ser feliz. Quien debe garantizarlas es el Estado. 

–“Ser libre es ser responsable”, ha escrito usted. ¿Renunciar a la libertad es un acto de responsabilidad? 

–La libertad debería ir acompañada de responsabilidad. Uno no puede hacer lo que le apetece siempre porque está obligado a respetar la libertad de los otros. En el caso en que nos encontramos, proteger la salud pública nos obliga a renunciar temporalmente a la libertad. Sí, el confinamiento nos limita la libertad y aceptarlo es una forma de responsabilidad. 

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–¿No invalida eso la idea nietzscheana de que la libertad consiste en no rendirle cuentas a nadie?

–No estoy nada de acuerdo con la concepción que tiene Nietzsche de la libertad. Para vivir en comunidad –que no es lo que le interesa a Nietzsche– hay que entender que la libertad y la ley no son contrarias. Es libre el que asume que debe haber unas normas de comportamiento colectivo para el bienestar de todos. 

–Mucha gente piensa que esta situación intensificará el control de los ciudadanos por parte de los Estados. ¿Ve usted este riesgo?

–Si vemos que esto puede ocurrir es que somos conscientes de que es un peligro y de que no debería ser así. Ocurrirá si dejamos que ocurra. La economía de consumo también nos controla, sobre todo desde que compramos por internet y aceptamos ese control porque preferimos las ventajas que reporta la digitalización. Es una cuestión de estar alerta y saber decir no cuando el control se haga insoportable. 

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–Decía Adam Smith: “Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de los otros y que hacen que la felicidad de éstos le resulte necesaria”. ¿Hay motivos para la esperanza?

–Adam Smith fue un filósofo optimista. No veía al hombre como un lobo para el hombre, sino como un ser unido a sus semejantes por lazos de “simpatía”. Creo que no se equivocaba. La crisis del coronavirus lo está demostrando. Todos sufrimos y nos beneficiamos de ayudarnos unos a otros. El problema es cómo mantener lazos comunitarios cuando se superan los problemas que nos afectan más directamente. Lo dijo Kant al referirse a la “sociabilidad insociable” del ser humano. 

–Muchos los filósofos han empezado a teorizar sobre las consecuencias sociales, políticas y éticas de esta crisis: Agamben, Zizek, Alain Badiou o Jean-Luc Nancy. ¿No es un poco precipitada esta filosofía de urgencia

–Es bueno que los pensadores se ejerciten en el pensamiento ante problemas reales que preocupan a todo el mundo, porque ayudan a pensar a los demás. Ayudan, si lo hacen con un lenguaje comprensible y no petulante, que no siempre es lo que ocurre con los filósofos-estrella. 

Victoria Camps, catedrática y exsenadora del PSC / CG

Victoria Camps, catedrática y exsenadora del PSC / CG