El escritor ruso León Tolstói.

El escritor ruso León Tolstói.

Filosofía

Tolstói, manual de santidad

Acantilado publica en español ‘El camino de la vida’, el catecismo personal del escritor ruso, un inédito construido a partir de citas, ideas y reflexiones ajenas

29 noviembre, 2019 00:00

Los hombres obsesionados con su propia salvación espiritual –esa quimera imposible– tienen fama (merecida) de seres egocéntricos y obstinados. Pudiera ser cierto. El narcisismo espiritual, radicalmente diferente al físico, sin embargo, a veces termina convirtiéndose en una extraña forma de bondad. Nadie que no se ame mucho a sí mismo puede, llegado el trance, preocuparse de los demás. Le ocurrió, a su manera, a Unamuno, atado a su propia agonía; y le sucede (de otra forma) a Lev Tolstói, el soberbio novelista ruso que, al término de sus días, eligió el misticismo de la vida campestre frente a la posibilidades que le ofrecía su condición de aristócrata en la Rusia del XIX, ese imperio infinito de cultura agraria y desigualdad. 

En los últimos treinta años de su existencia, el novelista asombroso se transformó en un  monje afable que predicaba el amor universal y encarecía la piedad cristiana. No bebía alcohol, practicaba una estricta dieta vegetariana, dejó los vicios de la carne –tras procrear un sinfín de hijos– abandonó el tabaco y divulgó, sin desfallecer, un pacifismo cósmico. Las crisis espirituales, sucesivas a lo largo de su vida, lo transformaron hasta el punto de que dejó de escribir literatura, aunque no llegó a abandonar la escritura. En sus últimos años, cuando practicaba su propia fe, volvió a escribir, pero camuflando su voz a partir del eco de las de otros. De ese tiempo, unos meses antes de morir, datan los estupendos textos fragmentarios de El camino de la vida, compendio de reflexiones y pensamientos, citas y dramas, compuesto para legarnos la sabiduría de los mejores pensadores de la historia. 

Lev Nikolayevich Tolstoy 1848

El escritor ruso, de joven, en una imagen de 1848.

Este libro, publicado en ruso en 1911 de forma póstuma, estaba inédito en español hasta que Acantilado, con la exquisitez que es propia de la Casa Vallcorba, lo ha devuelto a la vida en traducción de Selma Ancira. El resultado es una joya editorial, un monumento a la sabiduría ajena que, en este caso, Tolstói hace suya a la manera apropiacionista. Esto es, mediante la manipulación libre, la variación creativa y la modificación íntima. Si en los Diarios y en Correspondencia, títulos también de la galaxia Acantilado, el escritor explica la conversión espiritual que lo llevó a practicar el desprendimiento de bienes y aspiraciones en favor de la serenidad de los que no ambicionan nada, El camino de la vida es el catecismo de esta experiencia, un evangelio donde el autor de ResurrecciónGuerra y Paz y Anna Karenina –esas tres inmensas novelas– predica su filosofía personal, defiende la moral humanista y se muestra religioso sin necesidad de recurrir a los rituales, las iglesias y los intermediarios.

Tolstói, tras años juveniles generosos en excesos y hedonismo, vivió una vida sobria y sencilla. Sus reglas de conducta responden a esta elección: en ellas se elogia el pacifismo y la mansedumbre –tras haber celebrado en su juventud “el gran espectáculo de la guerra”–, se canta al amor (desinteresado), se enaltece la fraternidad (con el prójimo), se elogia la humildad y la soberbia es anatemizada. El libro compila (sin ser riguroso con las fuentes) una verdadera enciclopedia de ideas y hábitos muchísimo más útil y sólida que cualquier manual contemporáneo de autoayuda. No es un libro para minorías, sino para inmensas mayorías, escrito en un lenguaje llano y sencillo, equiparable a cualquiera de los códigos clásicos de consejos, preceptos y conducta, con la diferencia de que éstos iban destinados a príncipes, reyes y gobernantes mientras Tolstói escribe para sus iguales

El camino de la vida, que es el sendero que a todos nos conduce irremediablemente a la muerte, se nos presenta como un ejercicio de voluntad, introspección –“la verdadera fe entra en el corazón en silencio y en soledad”– y disciplina. Y nos regala fórmulas para alcanzar la felicidad (en vida) sin necesidad de sufrir aquí a expensas de una supuesta eternidad. Tolstói tiene una visión absolutamente terrestre de la espiritualidad humana, ajena a lo eclesiástico y a las pragmáticas dogmáticas. “Para llevar una vida de bien es necesario que el hombre sepa lo que debe y no debe hacer”. Su enseñanzas son las de un zapatero místico o un predicador de aldea, cuyo único centro es el ser humano y Dios es el nombre que damos a las almas que compartimos.

El camino de la vida, Tolstói

El camino de la vida, de Lev Tolstói / ACANTILADO.

Para Tolstói, alejarse de los demás, nuestros iguales, es una elección que termina en la infelicidad, mientras la comunión con los otros es la regla esencial del buen vivir. El escritor ruso no pontifica su evangelio. Lo comparte y nos dice que los esfuerzos por ser uno mismo (con los demás) son actos del presente, no de un futuro idealizado; y la forma más inteligente de vencer a la muerte consiste en vivir, aquí y ahora, de forma virtuosa. “El hombre no necesita saber qué pasará con su alma porque, si entiende su vida como debe ser entendida, como una unión de su alma con el alma de otros seres, y de Dios, entonces su vida no puede ser más que lo que él aspira, es decir, un bienestar que nada puede destruir”, escribe en los extraordinarios prolegómenos del libro, donde se resumen los 31 capítulos, uno por cada día del mes, a imagen y semejanza de los antiguos calendarios

Los biógrafos del escritor ruso suelen preguntarse cuál fue la causa del cambio de vida de Tolstói, que durante sus crisis llegó s fantasear con el suicidio. En sus libros autobiográficos se muestra desesperado, perdido, incapaz de ser feliz. Probablemente no podamos hablar de una razón única, sino una suma de motivos entre los que, sin duda, figuró el envejecimiento y la certeza de un ocaso que a él le llegó en una antigua estación de tren regional (Astápovo). El curso natural del tiempo, que recibimos al nacer y entregamos al partir, nos conduce siempre a una misma pregunta: ¿qué he hecho con mi vida? A la muerte, y a sus postrimerías, se dedican dos capítulos de El camino de la vida. El primero comienza con una declaración liberal: si uno piensa –escribe Tolstói– que la vida termina con la desaparición física, entonces la muerte del cuerpo es el final de la existencia; cosa distinta ocurre si se confía en la inmortalidad del alma, “entonces el hombre no puede siquiera imaginar el final de la vida”. 

Retrato de Tolstói de Nikolai Ge.

Un lienzo de Nikolai Ge que muestra a Tolstói trabajando en su escritorio.

La muerte, según el escritor ruso, puede aceptarse y debe convertirse en un acto moral. La inequívoca convicción de que vamos a perecer se convierte así en la mejor génesis de la vida espiritual, sobre la que Tolstói, para forjar su modelo de santidad, compendia enseñanzas de pensadores como Kant, Lao-Tse, Schopenhauer, Marco Aurelio, Buda, Jenofonte, Thoreau, la religión hindú o las primitivas creencias aztecas, sin establecer jerarquías entre ellas y sin que, en el fondo, importe su procedencia exacta porque sus conclusiones sobre lo que somos (que es lo que dejaremos de ser) no son locales ni identitarias, sino comunes y prosaicas. Útiles para cualquiera. Al fin y al cabo, todos andamos el mismo camino en la vida, aunque los senderos que hollamos parezcan diferentes. En este libro, suma de un sinfín de apropiaciones, capaz de hablar de la religión sin confundirla con los dogmas de la iglesia, sea ésta ortodoxa o cristiana, Tolstói nos habla directamente a nosotros. A todos. Y nos grita: ¡Despertad!