Colección de banderas piratas

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Ensayo

La industria cultural de los piratas

El científico Steven Johnson explica el desarrollo del comercio marítimo a través de la historia del pirata Henry Every y el negocio del saqueo implantado por los corsarios

24 diciembre, 2021 00:00

En 1631, los piratas de la Berbería atacaron la aldea irlandesa de Baltimore, y raptaron a unas cien personas (la mitad eran niños) para ponerlas a la venta como esclavas en Argel. Una práctica habitual. En 1640 el Parlamento inglés estimó en unos 5.000 los súbditos de su Corona esclavizados en el norte de África. De este modo, los británicos impusieron la etiqueta de derecho internacional: hostis humani generis (enemigos de la humanidad). Se dio así una justificación legal para juzgar crímenes cometidos al otro lado del mundo y combatir a los que luego se llamó terroristas. Era una medida razonable y oportuna, pero evidenciaba la hipocresía de los británicos.

En efecto, desde el siglo anterior, la Corona inglesa protegía y alentaba a sus propios piratas, dándoles patente de corso para sus fechorías y utilizándolos en su beneficio. Los hizo dignos de respeto y admiración en su país, en la idea de que quien posee el mar, posee el mundo entero. El vitoreado Francis Drake (1540-1596), de origen humilde y armado caballero por su reina, se empleó a fondo en el saqueo de las costas americanas y de los intereses españoles. Fue comerciante de esclavos y su principal hazaña pirata fue hacerse con el galeón español Cacafuego, cargado de metales preciosos (1578). Años más tarde se apoderó de Santo Domingo, asoló la bahía de Cádiz y, al mando de una escuadra con 20.000 hombres atacó La Coruña (1589), pero fue derrotado. Un año antes de morir fracasó en sus ataques a Puerto Rico y Panamá.

El científico Steven Johnson ha publicado Un pirata contra el capital (Turner) sobre el célebre y misterioso pirata Henry Every, quien nació en torno a 1659 y creció escuchando cuentos sobre las hazañas de Drake o Raleigh. Dice de él que pasó su infancia temiendo ser secuestrado y vendido como esclavo por los piratas berberiscos, pero, pasados los años, no tuvo inconveniente en comerciar y lucrarse con la esclavitud de seres humanos; fue un intruso en ese negocio, monopolizado por la Royal African Company. Every se enrolaría en la Spanish Expedition Shipping, con una tripulación mejor remunerada que la Marina Real y una flotilla que se apoderaba de los tesoros españoles hundidos en el Caribe. 

Un pirata contra el capital, Steven Johnson

Entró en el espectacular barco corsario Charles II, del que Steven Johnson dice: “Que un grupo de cien o más personas pudiera sobrevivir en mar abierto durante varios meses seguidos, a bordo de un navío con menos metros cuadrados habitables que una cancha de tenis es, quizá, uno de los grandes hitos del ser humano a la hora de crear entornos habitables en medios radicalmente inhóspitos”. A bordo los marineros se entretenían con música y juegos de cartas, y la tasa de alfabetización era muy alta. Pero estaban sometidos a terribles condiciones alimentarias y de higiene, y a enfermedades infecciosas. Allí se produjeron las primeras huelgas; señala Johnson que por esto en inglés huelga se dice strike; del arriar las velas (striking the sails) de los barcos anclados que daban a entender su negativa a trabajar.

La piratería es un término marítimo que anuncia robo y, de origen griego, la etimología de pirata implica ataque y asalto. En mayo de 1694 se produjo un motín en el Charles II que tendría repercusión en el comercio mundial. Tras cinco meses de tiempo muerto en el puerto de La Coruña, Every tomó el poder del barco, lo rebautizó Fancy (lujoso) y se dirigió a Madagascar, refugio seguro de piratas. Entre la tripulación iba William Dampier, quien cartografiaría Australia y sería un destacado botánico. La nueva ley, fuera de una autoridad de largo alcance, daba por buena la crueldad y la violencia despiadada para poder enriquecerse y alcanzar fama

En este punto, fue decisivo el eco de panfletos, gacetas y canciones que cautivaban los ánimos ansiosos de épica, gloria y heroicidad. Sus atrocidades rara vez se daban a conocer, y se rechazaba que fuesen piratas o criminales depravados, sino guardianes de derechos y libertades individuales, preocupados por la igualdad y la justicia equitativa. Todos ellos tenían participación en su empresa. “En la Marina Real británica del tiempo de Every, el comandante y los oficiales ganaban un salario diez veces mayor que el del marinero cualificado. En un barco mercante o en una misión corsario como la Spanish Expedition Shipping, la proporción era de cinco a uno”.

Grabado que representa al pirata Henry Every como un empresario acaudalado (1725) / GRANGER

Grabado que representa al pirata Henry Every como un empresario acaudalado (1725) / GRANGER

Aporta Johnson un código pirata de los primeros años del siglo XVIII, por el que todo tripulante tenía un voto igual al del resto en los asuntos que se tratasen en cada momento; hombres sin amo y al margen de la autoridad tradicional. “Si defrauda a la empresa en concepto de joyas, dinero o metales preciosos por valor siquiera de un tálero, se le abandonará en tierra. Si un hombre roba a otro, se le cortarán la nariz y las orejas y se le abandonará en tierra, en algún lugar en el que se encuentre sin duda penurias”. En cambio, establecieron un seguro de salud para quienes sufrieran heridas graves en combate.

Lleguemos ahora a la fecha del 11 de septiembre de 1695. El persuasivo Every había logrado ya una alianza con otros grupos piratas, y a sus 150 hombres se unieron otros 300. Encabezó así una flota de seis naves que iba a acechar a los barcos que regresaran al puerto indio de Surat, después de peregrinar a La Meca. Con hambre de riquezas, aguardaron meses pacientemente. Tras diversas vicisitudes, tuvieron suerte. Divisaron al poderoso mercante indio Fath Mahmamadi, separado del convoy principal y cargado con plata y oro por valor de más de cinco millones de dólares de hoy día, el cual, contra todo pronóstico, se rindió con tres disparos; había sufrido ya daños por otras escaramuzas (se calcula que operaban en todo el mundo unos 2.000 piratas). 

A los cuatro días, el 11 de septiembre, en las aguas tropicales del océano Índico, al oeste de Surat, el velocísimo Fancy localizó al ostentoso barco Ganj-i-Sawai (en persa, tesoro excesivo) del emperador del Gran Mogol, estado islámico del subcontinente indio, que transportaba una fortuna de en torno a unos veinte millones de euros. Iba con un lote de mujeres turcas que el comandante pensaba vender en la India, una trata de blancas. Las mujeres de élite del harén tenían un nivel de vida incomparable, pero carecían de libertad. Mimadas y prisioneras.

Defoe, avery el pirata afortunado

El Fancy se lanzó sobre ese barco enorme y de apariencia inexpugnable. La suerte acompañó su audacia. En medio del caos, explotó de forma casual un cañón en la cubierta del barco mogol, produciendo muertos y heridos. Y uno de los primeros cañonazos del Fancy acertó a dar en el palo mayor del Ganj-i-Sawai, de modo que la vela mayor con todos sus aparejos se desplomó. Los piratas arrasaron con todo: torturaron, asesinaron y violaron a mansalva. Las versiones de lo ocurrido se multiplicaron, Every se llevó cautiva como concubina a una supuesta nieta del emperador mogol. Daniel Defoe escribió sobre estos hechos el relato Avery, el pirata afortunado.

Los piratas se dieron a la fuga y se dispersaron. Por estar yendo contra los intereses británicos y de la Compañía de las Indias Orientales (la primera sociedad anónima de la historia), se puso precio a sus cabezas, pues se quería borrar la reputación de Inglaterra como nación pirata. Al año siguiente del histórico atraco, seis de aquellos piratas, confiados, volvieron a Inglaterra. Cayeron uno tras otro, fueron juzgados enseguida, acusados de hacerse con el Ganj-i-Sawai, de modo felón y pirático. No se publicaron las transcripciones de lo dicho durante el juicio, pero todos ellos fueron absueltos y, de forma asombrosa y desconcertante, ninguno fue considerado enemigo de la humanidad

A los diez días se celebró un segundo juicio contra ellos, acusados ahora de amotinarse en el Charles II (un crimen contra compatriotas). El nuevo jurado los declaró culpables y fueron ejecutados al mes siguiente, de forma lenta y cruel. Se impuso finalmente la consigna de no tolerar a los piratas para que el comercio del mundo prosiguiera. A pesar de las recompensas ofrecidas, jamás se volvió a saber de Henry Every. Se perdió todo rastro suyo y quedó convertido en un modelo para la gente pobre de entonces y en un mito de la piratería que no cesa y que hoy sigue renovándose.