Montaje con las banderas de Portugal y España

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Ensayo

Noticias del iberismo

La editorial Comares publica un ensayo del historiador César Rina donde se estudia el nacimiento y desarrollo del proyecto de acercamiento entre España y Portugal

13 enero, 2021 00:10

Un siglo antes de que el Nobel José Saramago imaginara la Península Ibérica como una gran balsa de piedra desprendida de Europa por una imprevista fractura en los Pirineos, pensadores y políticos del siglo XIX ya anticiparon la idea de Iberia, si no como una nueva nación, sí como un proyecto común. Esta es la tesis del historiador César Rina, que en un ensayo publicado por la editorial Comares estudia las diferentes miradas sobre el iberismo, un sueño de colaboración mutua interrumpido abruptamente por los nacionalismos europeos y las dictaduras española y portuguesa. Es al término de ambas, tras el 25 de abril portugués y la muerte de Franco apenas dos años después, cuando determinadas voces recuperan esta vieja idea que había surgido al calor del internacionalismo y del republicanismo a un lado y otro de la raya.

El sueño de Iberia nació a comienzos de 1900, cuando España y Portugal se encontraban sumidas en crisis institucionales, invadidas por las tropas napoleónicas, sin referentes dinásticos y con la pérdida, inevitable y paulatina, de sus respectivos imperios coloniales. El iberismo se asocia, inevitablemente, a los planteamientos del republicanismo moderno en una suerte de emancipación intelectual en la que confluyen las aspiraciones de las sociedades industriales. Singularmente, en ese momento inicial tal planteamiento no confrontaba con el concepto de Estado-Nación. Al contrario: servía como mimbre de una identidad previa a la concreción federalista

Hay un punto romántico, que Rina define como kantiano, en la irrupción del iberismo como un proyecto de paz capaz de sustituir la confrontación bélica por la diplomacia. Visto desde la comodidad del siglo XXI, y sabiendo el dolor y el terror que habrían de esperar a la Europa del XX, es tentador aplicar una mirada indulgente, y hasta paternalista, a ese cosmopolitismo ilustrado que tardaría varios lustros en ser recuperado, al menos en su espíritu, tras las dos grandes guerras mundiales. 

Imaginar Iberia, César Rina

Antes de ambas catástrofes, el iberismo surge como un ideal progresista, pero también como una actitud práctica, resolutiva, confiada en que la política sería capaz de resolver problemas concretos por encima de las proclamas y las banderas. No se trataba tanto de redimir el pasado –nos recuerda Rina– cuanto de proyectar desde el presente de la Península Ibérica un futuro donde avances como el ferrocarril y el telégrafo resultaban hechos capitales. Hasta se llegó a estudiar la navegabilidad del Duero y el Tajo como posibles arterias de desarrollo, vías de modernidad y prosperidad. 

La alternativa iberista partía de la proyección de esta aspiración de desarrollo. Era una solución de Estado más que una identidad compartida. Hubo, no obstante, intentos de dotar de un espacio simbólico común a esta idea de una única península (el autor hace un prolijo recorrido sobre esta cuestión por diferentes obras y autores, incluyendo una cita a Bourdieu en la introducción), sobre todo desde un punto de vista historicista.  

Abundaron tanto en Portugal como en España, especialmente a mediados del siglo XIX, expertos en esta disciplina que legitimaban la idea de una cultura y una historia común, entre ellas Juan Cortada, autor de una vetusta colección de Historia de los pueblos del mundo, en la que definía al país vecino como “un hermano separado por cuestiones políticas, pero miembro de un mismo tronco”. Son ideas que, a lo largo de dos siglos, desaparecen y reaparecen según sea la pulsión política y los conflictos sociales de ambos países.   

Retrato de Felipe II (1573), obra de Sofonisba Anguissola

Retrato de Felipe II (1573), obra de Sofonisba Anguissola

Especialmente vivas resultaron las posiciones de finales de la década de los años sesenta, con el ejemplo de la unificación de Italia, para muchos un modelo a importar en la Península. Monárquicos y republicanos se disputaron así el concepto de Iberia, pero con sentidos dispares; en el primer caso alimentaba la nostalgia imperial, mientras que en el segundo se planteaba desde la identidad de dos pueblos. Caben así en este libro las aportaciones iberistas de distintos ámbitos. De las ciencias sociales, sin duda (donde debe reseñarse la política, en su aspecto teórico), pero también en la literatura, las artes o la opinión de las vanguardias intelectuales.

El espíritu ibérico se intensifica al calor de las pasiones del Sexenio Revolucionario español (1868-1874) con las expectativas que suscita la idea de un Estado Federal, asumiendo argumentos que hoy no son extraños: la constitución de una nacionalidad de nacionalidades diversas. Sucedería no sin el recelo de quienes en Portugal temían que la propuesta de una federación ibérica ocultase un afán imperialista por parte de los españoles. Otros, los más ardorosos defensores del iberismo federal, como Pi i Margall, defendían la ligazón de una relación fraternal, escindida por la ambición de los dos Felipes (singularmente Felipe II, cuyo proyecto imperial y centralista fue para los iberistas la causa primera de la fractura peninsular).

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El referente inobjetable de todas estas corrientes no vería la luz hasta los años setenta del XIX con la publicación de la biblia iberista, la Historia de la civilización ibérica de Oliveira Martins, obra citada por intelectuales españoles como Menéndez Pelayo, Juan Valera, Joan Maragall o Miguel de Unamuno. Esta vasta obra (dado su volumen y prolijidad) es analizada en detalle por César Rina. España sería, al decir de Oliveira, no tanto término identificador de un reino concreto, sino la denominación del conjunto de los pueblos que habitan la Península Ibérica. Una civilización común por encima de reyes, fronteras e intereses políticos y económicos. Esta lectura se mantendría viva durante el siglo XX y sigue siendo la base de la defensa de una Iberia compartida.  

A partir de la publicación del libro de Oliveira, con mayor o menor solidez intelectual, el iberismo se ha venido identificando por un lado como un ideal para los federalistas y los republicanos y, por otro, como la bestia negra de los nacionalistas, especialmente los lusos, que sienten a España como una amenaza. La oposición al iberismo, como demuestra a través de los textos originales Rina, fue “el principio cohesionador de la política portuguesa en la defensa de imaginarios identitarios”. Sin empacho, los nacionalistas portugueses hacían constante referencia al “peligro español”.

Mapa antiguo de España y Portugal (1775)

Mapa antiguo de España y Portugal (1775)

Imaginar Iberia investiga las causas y la defensa de este sentimiento que todavía hoy se identifica en exceso en clave de postulados de derechas e izquierdas. Nada más falso: en la construcción del iberismo, en ambos países, hubo posiciones conservadoras que vieron con buenos ojos esta idea de una nación peninsular, de la misma manera que existieron, y todavía existen, en España conservadores con un estricto espíritu republicano (incluso entre los monárquicos tacticistas).    

En contraste con el desenlace del libro –Rina diagnostica el fracaso de las ideas iberistas frente a los nacionalismos imperantes en el siglo pasado– en el prefacio el autor hace un emotivo homenaje a Saramago, que se pregunta, en el introito de su Viaje a Portugal, en qué lengua hablan los peces del Duero-Douro, esos que habitan las mismas aguas que lusos y españoles y, a un lado y otro lado de su orilla ven, beben, viven. Es una hermosa y poética manera de resumir este trabajo sobre el iberismo y la posibilidad, quién sabe si un día posible, de una Península federal, contada en portuñol