Posters del movimiento 'Ocuppy Wall Street'

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Ensayo

La indignación estéril

La oleada de protestas sociales que en 2011 reclamaban reformar el capitalismo se quedaron en poca cosa frente a un muro 'democrático' que limita cualquier cambio

6 septiembre, 2020 00:10

Vamos a cambiar nuestros hábitos, con el esfuerzo de cada uno, para lograr una sociedad distinta. Es un mensaje cautivador, que tiene más acogida justo ahora, tras esas vacaciones estivales en las que uno ha podido degustar la lechuga y el tomate del huerto cercano. Dejemos de lado lo especial de un verano marcado por la pandemia del Covid, y pensemos que ese fenómeno era el habitual en todos estos años: actitud individual, con buenas intenciones, para lograr cambios sociales de envergadura. ¡Pamplinas! Son poses que no conducen a ninguna parte. Preparen acciones más contundentes, y busquen el conflicto, pero, ¿cómo y contra quién?

Ese dilema es el que plantea Pierfranco Pellizzetti en su obra El fracaso de la indignación, del malestar al conflicto (Alianza Editorial), que en castellano se pudo leer en 2019, pero que el profesor de Sociología de la Universidad de Génova publicó en italiano en 2013. ¿Curiosa distancia entre las dos publicaciones? El hecho es que toda Europa había presenciado las movilizaciones de los indignados en 2011, aún bajo el Gobierno del PSOE en España, y que se conoció como el 15M. Otros movimientos se expandieron en otros países, como el Occupy Wall Street. ¿Y qué quedó? ¿Qué se plasmó de todo ello? Apenas nada. Porque la corriente histórica ha ido en una dirección opuesta. Ni se refundó el capitalismo, como había prometido el presidente francés Sarkozy ni se ha frenado el proceso de financiarización de la economía mundial.

Es cierto que las circunstancias han cambiado mucho. Porque esa lechuga que estábamos dispuestos a recoger del huerto, ahora, tal vez, la debamos tomar con ansia debido a una forzada parálisis del proceso de globalización, provocada por la pandemia del Covid. Pero no se vislumbra en el horizonte un cambio substancial de las relaciones económicas que han imperado en los últimos decenios.

El fracaso de la indignación, Pier Franco Pellizzetti

Los indignados, sostiene Pellizzetti, plantearon cuestiones generales, con una cierta ingenuidad, que se veía positiva como un método de socialización y de politización de numerosos jóvenes que sólo se habían planteado algunos manidos debates propios de los institutos de secundaria. Sin embargo, los cambios se realizan desde palancas que demandan cuestiones concretas, como el asunto de los desahucios por impago de alquiler. Pero, por la misma razón, ¿cambian, por ello, las relaciones económicas de una sociedad? Más bien no.

Del 15M nació Podemos en España. La formación de Pablo Iglesias se reivindica en aquel movimiento. La realidad, nueve años más tarde, es ilustrativa. Iglesias es vicepresidente de un Gobierno que se plantea ahora salvar la situación con las ayudas de la Unión Europea, y que alza la voz, en un volumen aceptable, para señalar que en Bankia se destinaron muchos recursos públicos, y que se deberían recuperar. Eso es compatible con amparar y trabajar para una fusión de esa misma entidad con Caixabank, con el apoyo, sin grandes aspavientos, de Podemos, los herederos de los indignados de 2011. ¿Algún problema? ¿Contradicciones o proyectos frustrados? Sin novedad en el frente.

el informe lugano 2Pero, ¿qué hacer? La pandemia del Covid ha hecho realidad un pronóstico de Susan George, plasmado en Informe Lugano II: Esta vez, vamos a liquidar la democracia. Consideraba George que la imposibilidad de agruparse en los centros de trabajo podía generar una sociedad más individual, con hombres y mujeres, y jóvenes, preocupados por sus cuestiones personales y atados a las innumerables atracciones a las que podemos acceder desde el cuarto de casa. Sin relación de unos con otros, cualquier cambio social de envergadura se antoja muy complicado.

Pero, ¿qué hacer? La pandemia del Covid ha hecho realidad un pronóstico de

Pellizzetti lo explica con el cambio que ha sufrido la sociedad occidental, con un peso cada vez menor de la industria, con sindicatos diezmados y con un ejército de jóvenes que ya se dan por vencidos antes de entrar en el sistema, en un proceso de “automarginación y fatalismo”, que, ante la situación de “creciente precarización/desempleo, renuncian incluso a buscar vías individuales para encontrar trabajo”.Los indignados se quedan solos, a juicio del sociólogo italiano, porque los pensadores de la izquierda siguen anclados en sus principios “escolásticos”. Esa izquierda habría perdido la brújula, superada por la atracción y la fuerza de un discurso neoliberal en el que el alumno más aventajado –suele ser el blanco de todas las críticas– fue Tony Blair.

Algo va mal, Tony Judt

Porque esa es la gran cuestión. Mientras los movimientos liberales, obsesionados con el aumento de precios y la inflación, con la pérdida de valor de los ahorros y hartos de la hegemonía de las tesis de Keynes, llevaban décadas preparando sus aparatos de pensamiento y de propaganda, en la izquierda no ha ocurrido lo mismo. Es el pasmo por lo sucedido, la perplejidad por el triunfo del capital financiero, lo que ha primado, y que ilustra lo que explica Pellizzetti sobre Blair citando a Tony Judt:

“En la primavera de 2001, durante un debate radiofónico de la BBC, sobre las inminentes elecciones generales en Gran Bretaña, una joven periodista manifestaba sus frustraciones: “¿No os parece –preguntaba a sus colegas en el estudio– que no estamos ante una verdadera opción? Tony Blair cree en las privatizaciones, igual que Thatcher”. “No exactamente –le contestó Charles Moore, director del periódico Daily Telegraph (conservador)–. Margaret Thatcher creía en las privatizaciones. A Tony Blair sencillamente le gustan los ricos”.

Nuestro sociólogo italiano, sin embargo, no deja a todos en el mismo rincón. Considera que se debe “excluir por obligada honestidad del elenco de los blandos y de los ponciopilatos a los que propugnan una refundación democrática basada en una renovada dimensión cívica”, y nombra a Manuel Castells –el actual ministro de Podemos– a Benjamin Barber y a David Harvey, junto a los “tan injustamente denostados populistas, (dando por sentado que hoy en día populismos significa sobre todo crítica de las políticas antipopulares), como Ernesto Laclau –referente de Podemos– y Chantal Mouffe”.

Pellizzetti toma partido, ve a los indignados como unos ingenuos y pide que se naturalice el conflicto, desde la premisa de que sin él no puede haber cambio, y que es el conflicto, precisamente, el nervio de una sociedad democrática. En eso no difiere de Tony Judt, que reflejó su apuesta por el golpe en la mesa cuando fuera oportuno, algo que la llamada izquierda no ha hecho desde la revolución conservadora de los años ochenta.

A las puertas de un proceso que puede ser tan complicado como el vivido con la crisis de 2008, El fracaso de la indignación aparece como el fantasma que indica que siempre aparece un muro ‘democrático’ que invita a no romper nada ni a plantear ningún cambio estructural. ¿Una frustración perpetua o un paradigma erróneo de entrada de los propios pensadores que se reivindican como rupturistas?