Cabecera de la revista Diagonal

Cabecera de la revista Diagonal

Ensayo

Xavier Baqué's Diagonal

Durante ocho años, la revista 'Diagonal' ni se consolidó en el quiosco ni se hundió, más bien flotó cual corcho durante casi una década

17 agosto, 2020 00:00

Si los neoyorquinos tenían el Interview de Andy Warhol, los barceloneses moderniquis de los años 80 nos apañábamos con el Diagonal de Xavier Baqué. La revista estaba claramente inspirada --por no decir fusilada-- en el mensual norteamericano coordinado por Bob Colacello (Warhol, como de costumbre, se limitaba a poner el nombre y a no hacer nada de nada) que fue durante una época la Biblia de la modernidad (y el esnobismo) para quienes acabábamos de dejar atrás una dictadura de 40 años y nos internábamos en la vanguardia (el concepto, no el diario del conde de Godó) con una alegría digna de mejor causa. Un intento previo --la revista Latino, ideada por el fotógrafo Toni Riera-- no pasó del número uno y arruinó a sus inversores ipso facto, pero el amigo Baqué consiguió alargar la vida de su Diagonal hasta 1988 (había nacido en 1980).

Lo logró a su manera, que consistía a menudo en no pagar a los colaboradores o, por lo menos, demorar todo lo posible tan funesto trance. Lo hacía, eso sí, con una indudable gracia, como el día en que se presentó en la redacción la fotógrafa María Espeus con ganas de cobrar y fue informada de que el gran Baqué se encontraba en esos momentos de viaje en Roma, lo cual no era cierto. De hecho, se había escondido tras una cortina y le asomaban los pies por abajo, detalle que no le pasó inadvertido a María, quien le obligó a abandonar tan desairada situación, aunque nunca he sabido si llegó a cobrar o no.

Como todo pícaro que se respete, Baqué era un tipo muy simpático y con mucha labia que, especialmente si llevabas unas copas de más, te podía convencer de casi cualquier cosa. A mí me convenció para dirigir la revista, pero solo ocupé el cargo un mes: en cuanto vi que no había forma humana de cobrar el prometido sueldo de director, me cesé a mí mismo. Ahora no recuerdo si seguí colaborando en la revista o no, pero es muy probable que sí, ya que con Baqué no había manera de enfadarse. Como el padre del rumbero Peret en la canción El mig amic (El medio amigo), Baqué vivia enredant per allà, enredant per aquí (enredando por ahí, enredando por aquí), pero hay que reconocer que lo hacía con una gracia y una desfachatez que desmotivaba de inmediato a cualquiera que hubiese contemplado la posibilidad de partirle la cara.

Ejemplar de la revista Diagonal

Ejemplar de la revista Diagonal

Durante una época, incluso, fue, a su peculiar manera, el sostén de su familia, pues dio trabajo en Diagonal a su padre y a su hermano menor. Éste ejercía de chico de los recados, y el otro nunca averigüé muy bien qué función cumplía. De hecho, para entretenerme, hice correr la voz de que aquel tipo calvo y de aspecto levemente patibulario no era el padre de Baqué, sino alguien al que habría conocido en el trullo y con el que podría haber establecido una relación similar a la de Arturo Fernández y Paco Rabal en la película de Miguel Hermoso Truhanes. No me constaba que Baqué hubiese pasado por el talego, pero no me negarán que, como maledicencia en el fondo inofensiva, mi teoría no estaba mal del todo.

Hacer durar ocho años aquel invento tiene un mérito tremendo. Durante esos ocho años, Diagonal ni se consolidó en el quiosco ni se hundió, más bien flotó cual corcho durante casi toda una década. Nunca fue posible saber cómo iban realmente las cosas porque Baqué, cuando te lo cruzabas, parecía nadar a perpetuidad en el petrodólar y estar siempre de un humor excelente (su fisonomía de espadachín decimonónico con bigotillo se mostraba invariablemente reluciente). Cuando los fastos del 92, me lo crucé un día en una tienda de discos y me contó que se había montado un negociete con las réplicas de las tres carabelas de Colón que no acabé de entender muy bien, pero con el que, al parecer, se ganaba muy bien la vida (el hecho de que le rechazaran la tarjeta a la hora de pagar lo interpreté como una muestra habitual de su genio y figura).

Hace mucho que no me lo cruzo, pero me contaron que vivía de otro de esos negocios incomprensibles a los que tan dado ha sido siempre, algo relacionado con la publicidad que me explicaron, pero no entendí muy bien (es posible que no prestara mucha atención). Caso de cruzármelo, me tomaría algo con él de mil amores, pues siempre me cayó bien, pese a su propensión a ejercer de liante. Los 80 fueron en Barcelona años muy propicios para pícaros con una cierta gracia como Xavier Baqué. La época les ayudó a brillar durante un tiempo, y el apagón fue más duro para unos que para otros. Dentro de todo, tengo la impresión de que el amigo Baqué --conocido entre sus detractores por los alias de El Púa y el Baquilla-- ha salido bastante bien librado. Tal vez porque sus trapisondas siempre fueron de una ambición muy limitada. Como dijo Pepón Coromina, que había sufrido en sus carnes como productor cinematográfico a un socio apellidado Baquer (con erre al final, pero muda en catalán): “Mi Baquer era un mangante de cien millones; el de Diagonal, de dos mil pesetas”.