La leyenda negra: punto final
Discrepar públicamente es sano e intelectualmente productivo. Al texto de respuesta amable de María Elvira Roca Barea al comentario sobre su libro Imperiofobia y leyenda negra, desearía por mi parte responder con algunas precisiones:
1. El término leyenda negra no es español, no fue Julián Juderías ni Emilia Pardo Bazán los que lo inventaron. Como ha demostrado Carlos Gilly, la expresión la usó por primera vez el matemático inglés Isaac Barrow a fines del siglo XVII para referirse a la mala opinión que suscitaban algunos emperadores romanos. Ni España inventó el término, ni España ha sido el único país que ha generado críticas feroces y falsamente fundamentadas por parte de determinados países europeos o americanos. El problema de España no ha sido tanto el de su imagen exterior como el de la dependencia obsesiva de esa imagen, como ya subrayó, con razón, Julián Marías. No deja de ser curioso que, si como dice María Elvira Roca, "Europa no constituye ninguna norma de conducta moral y superior a la que haya que ajustarse para mejorar", nos tenga que preocupar tanto la opinión europea sobre España. Estoy tan en contra del papanatismo europeísta como de su contrario, el casticismo español eurófobo. Lo que siempre he reivindicado es superar los viejos complejos del aislamiento histórico español, el principal de los cuales ha sido el de la excepcionalidad española, tanto en lo bueno como en lo malo. España ha sido sujeto paciente de la opinión foránea, pero también sujeto agente. ¿Por qué no analizar los textos españoles contra Francia antes y después de Napoleón y las críticas desde España a la "pérfida Albión", desde los primeros testimonios que acompañaron a Felipe II para casarse con María Tudor allá por 1554.
2. Las raíces de la leyenda negra arrancan de nuestro propio país, y los textos que podríamos citar al respecto son innumerables, aparte de los típicos y tópicos Bartolomé de las Casas y Antonio Pérez. En nuestro país la capacidad de autoflagelación ha sido enorme. Ciertamente, el libro de Roca Barea resucitando el alicaído concepto de leyenda negra puede ayudar a alimentar la autoestima nacional, históricamente tan baja, ejerciendo como reactivo emocional, como latigazo fustigatorio, a tantos intelectuales supuestamente progresistas españoles siempre tan inhibidos a la hora de asumir la conciencia nacional española por temor a que esta pueda ser interpretada como signo ideológico de viejas resonancias franquistas. Al respecto, quisiera precisar que es difícil el equilibrio entre la necesaria autocrítica nacional y la reafirmación de nuestra propia identidad. Pero es posible. Lo supieron hacer ilustrados como Cadalso y Jovellanos, aunque el miedo a la etiqueta reaccionaria tiene un largo recorrido y ha lastrado a la intelectualidad española desde los tiempos de Felipe II.
3. Aportar como gran testimonio de la vigencia de la leyenda negra las referencias de Karen Armstrong o un artículo de un periódico alemán me parece la confirmación de que no se encuentran hoy en Europa historiadores de rigor científico que avalen lo que la leyenda negra decía de la Inquisición, de la conquista en América o de Felipe II. El único arquetipo vigente es el de la contraposición norte-protestante sur-católico que no incide directamente sobre España sino sobre el ámbito mediterráneo-latino y que reproduce torpemente la dicotomía weberiana entre catolicismo y protestantismo.
Acabo de escribir un libro sobre la leyenda negra de Felipe II, 25 años después de mi primer libro sobre el tema que Roca Barea tan bien conoce. Estoy seguro de que se constatará que estamos mucho más de acuerdo la autora de Imperiofobia y leyenda negra y yo de lo que ella misma cree.