Bandera de España

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Democracias

La España ordinaria

Luis Antonio de Villena reivindica a la difusa Tercera España, un país decente y alejado de los tradicionales extremismos ibéricos, en un breviario publicado por Athenaica

4 abril, 2021 00:10

Probablemente el mayor problema de España, si entendemos este concepto como un espacio de convivencia configurado a partir de una evidencia geográfica, lejos de los esencialismos y los antagonismos que desde hace unos años vuelven a hacer acto de presencia en la vida pública, sea nuestra aparente incapacidad (genética) para ser –de una vez y para siempre– un país normal, corriente y ordinario. Una carencia que, con frecuencia, se ha disfrazado de virtud, generalmente apelando a la (falsa) nobleza de la singularidad o a la riqueza –incluyan aquí también la mención recurrente a la pluralidad, como dicen de forma enfática ciertos bobos solemnes– de nuestras culturas, que no serían una, sino cientos. 

Pura cháchara: nada nos impide alcanzar ese nirvana democrático que es la vulgaridad civilizada de la rutina parlamentaria, la tibieza exacta de las pasiones y, sobre todo, la bendita ausencia de las identidades tribales. En realidad, somos lo que no parecemos ser: una nave prosaica cuya obstinada deriva no es consecuencia de una plaga bíblica, sino que más bien obedece a la costumbre (de unos y de otros) de ponerse sublimes, épicos y redentores. Esta intensa nostalgia por unas epopeyas que nunca existieron, porque la historia real muestra de forma cruel cuán miserable es la vida, aunque todos tengamos la costumbre de idealizarla, igual que hacemos con nuestros muertos, ha sido causa de exilios, intolerancias, litigios y enfrentamientos de sangre y fuego a lo largo de nuestra historia. 

Luis Antonio de Villena

El escritor Luis Antonio de Villena

Siendo cierto, no es una anomalía: la conflictividad social y política existe en el seno de muchas naciones, aunque es verdad que en otros lares, tanto lejanos como cercanos, estas disensiones no suelen implicar el cuestionamiento del espacio común, cuya hegemonía se disputa de forma civilizada, ni tampoco su sustitución por patrias ficticias que, a pequeña escala, reproducen mecánicamente el aldeanismo ancestral de quienes sólo se sienten cómodos entre sus iguales, en lugar de con gente diferente. Nuestra especialidad, desde antiguo, parecen ser las guerras culturales. Y, sin embargo, nuestro pretérito señala la persistencia de una tradición, un territorio difuso o una atmósfera, donde unos españoles no quieren imponer a los otros sus traumas. Simplemente viven y dejan vivir

De este país ha escrito un ensayo, publicado por la ejemplar editorial Athenaica el poeta Luis Antonio de Villena: Añoranza y necesidad de la Tercera España. Se trata de un delicioso breviario, a modo de panfleto, donde Villena, que no suele escribir sobre política, traza una panorámica improvisada –como exige el género, alérgico a la sistematización académica– de esta herencia que podríamos designar como la España decente. La tesis del opúsculo –que apenas ocupa un centenar de páginas– es que la existencia de las famosas dos Españas, simbolizadas en el cuadro del duelo a garrotazos de Goya, puede ser superada mediante una fórmula infalible: el desengaño creativo, que sería la génesis de esta España alternativa que Villena delimita, pero no termina de articular en un programa definido para evitar caer en el error de las dos anteriores: la institucionalización del dogmatismo

'Duelo a garrotazos', de Francisco de Goya (1820)

Duelo a garrotazos, de Francisco de Goya (1820)

La reflexión del escritor madrileño nace de la calamidad por la que pasa el país: “Este librito se ha escrito por una necesidad de explicarme o de intentar comprender en una ojeada mi país en un momento –otro– delicado, muy delicado”. En este sentido, es un texto claramente noventayochista –practica la reflexión regeneracionista sobre España– y combativo, porque no disfraza bajo la máscara de la equidistancia su profundísima indignación ante “políticos malos, usureros, codiciosos y egoístas que se apoyan en los enemigos de España para formar gobierno, dada su inaudita y mezquina sed de mando”. 

Villena no se casa con nadie: reparte a derecha y a izquierda porque en ambas orillas existen personajes mediocres que se aprovechan de la anestesia educativa y cultural de una sociedad donde “todo da lo mismo si se logra trincar algún dinerillo”. Una España “lamentable y triste” que, sin embargo, vive presa de unos mitos de grandeza que no se corresponden con un espíritu que no es tal, obsesivamente magro, materialista y vulgar. 

El viaje del poeta madrileño a esta Tercera España arranca con los Reyes Católicos y termina en nuestros días, deteniéndose en los episodios esenciales de la eterna dialéctica entre los ortodoxos y los heterodoxos, reverso y anverso de una única moneda. A cada una de estas lecturas sobre lo español –signifique esto lo que signifique– se opone su correspondiente disidencia, configurando así un haz infinito, una cadena de desacuerdos o un bucle de antagonismos. Tras los primeros antecedentes, Villena focaliza la oposición entre las ideas de España que se instauran ideológicamente en el siglo XIX, aunque podemos encontrar ejemplos previos en el humanismo del XVI o la Ilustración afrancesada del siglo XVIII. 

Necesidad y Añoranza de la Tercera España, Luis Antonio de Villena

Es en esta España decimonónica donde Villena encuentra la placenta de los males presentes, ecos de las primitivas tragedias de nuestros abuelos. Absolutistas y liberales, trasladados después a rojos y nacionales, componen el eje básico sobre cuyos raíles ha girado la política española, donde la Tercera España “nunca ha gobernado” porque nunca ha tenido la forma de un movimiento social o de un partido político. Es más bien un anhelo, la consecuencia de una virtud que el poeta mexicano Octavio Paz expresa con su maravilloso talento nominalista: “Ningún pueblo ha confesado con tanta entereza sus culpas y ninguno con más desesperación ha enseñado sus llagas. ¿Qué otra cosa son sino dramática –y redentora– conciencia acusadora Larra, Santa Teresa, Quevedo, Vitoria o Cervantes?”. 

La flagelación española es una constante de todos los episodios históricos relevantes, desde la unificación de los primitivos reinos ibéricos, la conquista y colonización de América, el desastre de 1898 o la Transición, cuyo legado Villena defiende, salvo en lo que se refiere al “trampantojo autonómico”, un acto de generosidad que los nacionalistas han convertido en una fuente de conflicto permanente, impidiendo siquiera poder asumir la famosa “conllevancia” que proponía Ortega y Gasset. La Tercera España es la que sabe que nadie gana a nadie, la que descubre, frente a la propaganda, que en una guerra civil no vence ninguno de los contendientes, aunque unos conquisten el poder y otros pierdan la vida, la de quienes, exiliados o perseguidos, no cuestionan su nación, sino que intentan reformarla. Es la única vía cierta para salir del marasmo en el que nos encontramos sin repetir las pesadillas de aquellos que nos antecedieron. La desconocida España condensada en una visionaria frase de Unamuno: “No soy un fascista ni un bolchevique, soy un solitario”.