Nick Drake
El cantante Nick Drake, autor de 'Pink moon', no llegó a grabar su cuarto disco; se desconoce si su muerte fue un suicidio o un error al consumir antidepresivos
5 abril, 2021 00:00Pocos músicos me han hecho tanta compañía en mis momentos de melancolía como Nick Drake (Rangún, Birmania, 1948 – Tanworth-in-Arden, Reino Unido, 1974), una de las presencias más tristes en toda la historia de la música pop. Incomprendido en su momento (sus tres elepés vendieron una cantidad ridícula de copias), fue reivindicado años después y algunas de sus canciones hasta acabaron en anuncios de coches para gente que nunca se habría comprado un disco suyo. Lo descubrí hacia el final de mi adolescencia con su último álbum, Pink moon, que solía estar permanentemente en la sección de saldos de los grandes almacenes, como si nunca hubiera disfrutado de una distribución normal. Tú ibas a la sección de discos rebajados e, invariablemente, te encontrabas, entre otros, estos tres elepés que me acabé comprando: el Pink moon de Drake y los respectivos discos de dos cantautores de los que nunca más se supo, Tony Hazzard (que tenía su punto) y Mike Maran (cuyas canciones habían sido destrozadas por unos arreglos orquestales absolutamente intempestivos y criminales). Hazzard y Maran fueron revendidos al cabo de un tiempo por cuatro duros, pero Drake se quedó conmigo para los restos: había algo hipnótico en ese elepé de 28 minutos de duración compuesto de una serie de canciones breves y de una melancolía hiriente que el señor Drake había grabado a solas, cantando (con una voz que ponía los pelos de punta) y tocando la guitarra y el piano.
Pink moon (1974) fue su tercer y último disco oficial (luego aparecieron algunas nuevas canciones, no muchas, previstas para un cuarto álbum que no llegó a grabarse). No tardé mucho en hacerme con los dos anteriores, Five leaves left (1969) y Bryter layter (1970), producidos por el gran Joe Boyd, el hombre que dio forma, entre otros, a los discos de The Incredible String Band o Syd Barrett. En su momento no los había comprado ni Dios, y el fracaso fue algo que Drake, un muchacho dado a la depresión y a la más profunda de las melancolías, nunca superó. Sabía que tenía talento y no soportaba que nadie le hiciera el menor caso, más allá de algunas críticas positivas. Su carácter tampoco era el más adecuado para la promoción, dada su renuencia a conceder entrevistas e, incluso, a actuar en directo. Consideraba que su triste y evocador folk/pop de cámara debería tener bastante con los discos para llegar a todo el mundo, y todo parece indicar que se equivocaba.
Hoy día, Nick Drake es el amigo muerto de muchos jóvenes melancólicos, como lo fue Roy Orbison para el Bruce Springsteen adolescente, pero cuando necesitó la comprensión y el cariño de la audiencia, no los encontró, y eso le condujo --junto al consumo de diferentes drogas, principalmente hachís-- a la desesperación más absoluta y una conducta que piadosamente tildaremos de errática. A día de hoy, seguimos sin saber con certeza si su muerte fue un suicidio o un error en el consumo de unas pastillas antidepresivas a las que recurría para dormir, dado que el insomnio permanente era otra de sus dolencias recurrentes. Tras el fracaso comercial de sus tres discos, se había refugiado, hecho caldo, en casa de sus padres, y estos fueron quienes encontraron su cadáver una mañana en la cama de su infancia y adolescencia. Puede que muriera virgen, pues no hay constancia de que llegara a consumar sus relaciones con las dos únicas novias que se le conocen (una de ellas, la cantante de folk Linda Thompson, que luego formó dúo con su marido Richard, tras dejar éste a Fairport Convention). Poco se sabe de una supuesta visita a París para conocer a Françoise Hardy, encuentro que para algunos tuvo lugar y que para otros solo es una leyenda urbana.
Salvando las distancias, Nick Drake me recuerda a veces a John Kennedy Toole, el hombre que escribió La conjura de los necios y que se quitó de en medio ante el desinterés de las editoriales para acabar triunfando después de morir gracias a la insistencia de su madre. Con otro carácter, Drake podría haber llegado a ver cómo era reconocido por el público, pero el suyo se lo impidió: suicidio o sobredosis involuntaria, da igual, nuestro hombre se murió de pena, legándonos unas canciones bellísimas que a algunos nos han reconfortado en nuestros peores momentos, aportándonos un extraño consuelo y haciéndonos una peculiar compañía. Me viene a la cabeza la estrofa que Don McLean dedicó a Vincent Van Gogh y que tan adecuada resulta para este glorioso difunto: “Este mundo nunca estuvo hecho para alguien tan hermoso como tú”.