Camus, el liberal herido
Los artículos del diario 'Combat', recogidos en 'La noche de la verdad', muestran el compromiso del escritor francés con una libertad que siempre está en peligro
28 febrero, 2021 00:10Cuesta conciliar el sueño tras la lectura de un puñado de páginas de La noche de la verdad, los artículos de Albert Camus en Combat, el periódico de la Resistencia en Francia. Es complicado, porque los ojos se abren como una muestra de admiración al interiorizar cómo razonaba y cómo escribía Camus esas piezas que muestran los deseos de supervivencia, de establecer un juicio ponderado en medio de la catástrofe. Los artículos en Combat, recogidos en este volumen publicado por Debate, ofrecen un fresco de Europa, y de Francia, que todavía no ha digerido sus dos grandes traumas, la ocupación nazi y el colaboracionismo, y la independencia de Argelia. Las dos cuestiones aparecen en Combat, con la pluma de Camus, que se erige en un moralista que antepone siempre el sentido de la justicia y no deriva jamás en la soberbia. El Camus de Combat, el mismo que pondría en pie una obra posterior majestuosa, es un liberal herido, un soldado que admite que puede equivocarse, y que no le duele darle la razón al otro.
Los contextos históricos son determinantes, y es cierto que cuando se conocieron muchos de los detalles de lo que ocurría en la Unión Soviética, la fascinación primigenia en la izquierda europea podía derivar en un distanciamiento contundente. Pero Albert Camus, como unos pocos escritores e intelectuales con anterioridad, y debemos pensar en gigantes como Joseph Roth, supieron ver los graves peligros, y encendieron todas las alarmas. Eso también se comprueba en La noche de la verdad, donde podemos apreciar un ejercicio de orfebrería, sin dejar de pensar que se trataba de piezas que buscaban una sacudida, una reacción en el interior de cada hombre y de cada mujer, de cada ciudadano y ciudadana francesa que supiera amar la justicia, primero, y su país, después. En ese orden.
Albert Camus
Por ello, Manuel Arias Maldonado, que firma un prodigioso prólogo, señala que Camus es valiente cuando critica el marxismo, justo cuando nadie quería arremeter contra los revolucionarios soviéticos que habían vencido a los nazis. No se había publicado Archipiélago Gulag, ni Mao había puesto en marcha sus experimentos sociales. “En ese contexto –señala Arias Maldonado– la crítica que hace Camus del marxismo tiene especial valor; lo mismo puede decirse de su defensa de la democracia”. Y añade –para constatar que Camus defendió una línea muy delgada, difícil, que se puede identificar con un liberalismo político que suele tener las de perder cuando arrecia la tormenta y hay que decantarse por una dualidad entre el blanco y el negro– que el autor de La Peste fue fiel a sí mismo: “Su argumentación sigue una línea coherente. Si en agosto de 1944 demanda una auténtica democracia popular y obrera que reconcilie la libertad con la justicia, advirtiendo de que esa democracia está aún por construirse y que habrá de erigirse cuando llegue la paz, previene asimismo contra las doctrinas –como el socialismo marxista– que se quieren infalibles”.
Es un combate, frente al totalitarismo, y frente a sí mismo, para no excederse, para saber en qué lado debe estar un hombre honesto, que ame la verdad y la justicia. Es el escritor que, al lado de una minoría, sabe que puede ser la voz de una mayoría de franceses, siempre que éstos tengan el coraje de respetarse a sí mismos. Es una lección frente a la adversidad, y que puede ser ahora de gran utilidad, cuando la confusión invade a las sociedades occidentales castigadas por la pandemia –además de la que sufrimos y que identificamos con el Covid—del autoritarismo y el populismo.
Por eso la lectura de La noche de la verdad nos lleva a La Peste, para entender que uno de los libros más solicitados y vendidos en todos estos meses, fagocitados por el tremendismo de las pandemias, debe ser entendido como un manual para estar siempre alerta, para prevenirnos del totalitarismo, del signo que sea. En La Peste, Camus nos habla del nazismo, de la ocupación de Francia, y se refiere a una plaga que era frecuente en la Edad Media, y que acababa, de forma invariable, en el asesinato de judíos, como chivos expiatorios por esa tremenda fatalidad sanitaria. Y señala que los virus, a veces, no se ven venir, como se vio, o no se quiso ver, la llegada de los nazis al poder. Una clara lección para que Europa, ahora, vigile de cerca cualquier tentación autoritaria.
Camus carga contra las milicias, contra esos franceses aliados de los nazis que delatan y dan muerte a sus vecinos franceses enrolados en la Resistencia. Esa es la perversión que el escritor-editorialista saca a la luz, con la necesidad, a su juicio, de que todos ellos sufran un terrible castigo. Sin embargo, en ese momento aparece de nuevo la justicia, la templanza, el saber que uno puede equivocarse. Camus admite que Mauriac acierta cuando pide clemencia a favor de esos colaboracionistas, a partir de su fe católica.
La reflexión de Camus es más necesaria que nunca, porque alude a la arbitrariedad, a ese poder con el que juegan los estados. El periodista de Combat no tenía ninguna estima por el escritor Robert Brasillach, un traidor, pero entendió que los castigos se ejercían desde una venganza que despreciaba la equidad. Su petición de clemencia se basó en su oposición a la pena de muerte, un asesinato que iba a protagonizar el Estado francés. Por ello, como le sucedería con muchas otras cuestiones, Camus sería vilipendiado por la izquierda. Sin embargo, no tuvo empacho en admitir que Mauriac tenía razón, cuando le había lanzado severos reproches por su apuesta punitiva inicial.
Ese preguntarse a uno mismo, valorar qué pesa más en la balanza, qué debe protegerse antes que otra cosa, está presente en esos escritos, entre marzo de 1944 y 1948-1949. Y muestra cuánto le debe Francia a la conciencia de Camus, porque nada es como parece, porque el país adalid de la libertad y la justicia, colaboró sin titubear con el nazismo, con un antisemistismo latente y explícito muy anterior a la ocupación alemana. Un país que tampoco supo cómo resolver la situación de Argelia, una provincia de Francia, desde la oficialidad, pero una colonia maltratada sin ambigüedades. Y es la doble condición de Camus, un francés pied-noir, nacido en Argelia, la que le hace defender un principio muy cercano al liberalismo político, lejos de los sectarismos que lo impregnaban todo. Eso explica la querencia por la verdad y la justicia, al comprobar dos realidades muy distintas, en la provincia-colonia y en la metrópoli.
Una de las entradas en el libro, el artículo del 26 de septiembre de 1944, es muy ilustrativa sobre el compromiso que exige Camus. Se trata de la detención de Louis Renault, con el juicio, en realidad, a la “gran industria francesa”, por su colaboración con Alemania. Lo que está en juego es el respeto a la ley o la desobediencia, en casos tan extremos. La industria francesa, tras el armisticio que había firmado el Gobierno, con una “apariencia de legalidad”, trabajaba para el ocupante, porque esa era, en principio, su obligación. Esos industriales, por tanto, cumplían la ley. Y lo que señala Camus es que había otra obligación distinta, la que debían cumplir los grandes industriales con sus compatriotas franceses. “No hay nada que tengamos más claro: el deber de los grandes industriales franceses en 1940 era ponerse, y esta vez en nombre de los auténticos intereses de la nación, por encima de la ley y del Gobierno. Se nos contestará que los alemanes se habrían hecho cargo de las fábricas. Pero es algo que ya se vio y los resultados fueron lamentables”. (…) “Otros hubo, en esta época, que se pusieron por encima de la ley. No tenían ni títulos ni dinero. Lo que para ellos era simplemente el deber que hallaban en su corazón debería haber sido para Louis Renault una obligación imperiosa e ineludible. Hablando claro, debía rebelarse antes que el propio pueblo”.
Es el contexto de la ocupación, pero habla Camus de forma clara de la responsabilidad de las élites para ver los peligros y anticiparse a ellos. Les pide una ética que en pocas ocasiones se exhibe, porque esos grandes industriales se casan con el poder, sea del signo que sea. Una lección para los tiempos contemporáneos, para aquellos que en situaciones delicadas no se comprometen con la verdad, y prefieren defender sus intereses. “Nosotros ya hemos condenado a la gran industria francesa por no haber querido arriesgar nada. Se distanció para siempre de la nación al hacer caso omiso, sin inmutarse de sus rebeliones. Y esos hombres que invocaron la ley para eludir su deben tienen que entregar sus puestos a estos otros hombres a quienes no les importaron los honores, pero que sin embargo salvaron el de su país”.
La posición de Camus, salvaguardando unos valores democráticos, frente a unos y a otros, buscando un punto de equilibro complicado, es una constante en los artículos de Combat. Justo en esos momentos escribía su gran obra Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, publicada por primera vez en Londres por Routledge, en 1945. Era una advertencia ante lo que podía llegar, tras la II Guerra Mundial, con un dominio del llamado socialismo democrático, el comunismo que se implantó en los países europeos de la órbita soviética. Popper criticaba el holismo de las teorías marxistas, el determinismo histórico que lleva a órdenes políticos concretos. Y por ello repasaba de forma severa a Platón, Hegel y Marx.
Se abría una tercera vía de compromiso con la libertad, la defensa de un liberalismo político que no quería caer en las garras que habían provocado la caída de Europa, el fascismo que los grandes industriales capitalistas habían alentado, y la dictadura del proletariado, que se quería implantar tras la revolución rusa y la influencia de la Unión Soviética, que podía exhibir la lucha y la victoria frente al nazismo. Popper, años después, fue tachado de conservador, aunque su especialidad siempre fue la filosofía de la ciencia. A Camus los ataques le llegaron también por la izquierda, que no podía soportar la autonomía de criterio del escritor francés.
Edición en francés de los artículos de Camus en Combat
Una autonomía que le llevaría a defender ese gradualismo en las reformas y en los cambios, la gran palanca que también exhibe Popper. Una autonomía que le llevaría quejarse amargamente de que Europa no podía dejar a España en manos de Franco, tras la entrada de Estados Unidos en la guerra y la victoria frente a la Alemania nazi. Su origen español, con raíces familiares, por parte de su madre, en Menorca, podrían explicar esa preocupación. Pero lo que pesa es su reivindicación de los valores democráticos, de la libertad, que amó tanto como el que más, frente a esa izquierda marxista, que anteponía otros intereses.
Es un liberal herido, un escritor que busca siempre el matiz, que huye de blancos y negros y que respetó los valores franceses, aquellos que no podían permitir el terrorismo árabe en Argelia, pero tampoco la explotación francesa en una supuesta provincia francesa, lo que le provocó, también, enormes críticas. El estar vigilante, el defender valores de forma férrea, es lo que ofrece ahora una enorme vigencia a esos artículos. Una Europa que va perdiendo la memoria, frente a los populismos y las tendencias autoritarias, desde Vox en España al Frente Nacional en Francia. Leer La noche de la verdad es leer desde la trinchera del compromiso con un liberalismo político que va perdiendo adeptos, a marchas forzadas. Camus está para recordar, pese a los sinsabores, que no puede quedar otro camino que ese.