El artista Víctor Mira junto a unas cruces / EFE

El artista Víctor Mira junto a unas cruces / EFE

Artes

Las cruces de Víctor Mira

David Cortés publica un libro en el que homenajea al polifacético e irrepetible artista español fallecido en 2003

28 febrero, 2021 00:00

No pienso mucho en Víctor Mira. Pienso mucho, por ejemplo, en una casa que vi en Asturias, desde la carretera, una noche, con una figura en la ventana iluminada, igual que en el famoso poema. También pienso, a veces, en otros amigos muertos. Pero en Víctor, no. Ahora, al leer con angustia y fascinación el libro de David Cortés Santamarta, La obra de Víctor Mira, me doy cuenta de que he procurado mantenerme alejado de su recuerdo. Esa obra era siempre perturbadora. Su vida fue desgarrada y su muerte, atroz. Tengo por ahí un fúnebre grabado que me regaló, que representa la máscara mortuoria de Beethoven, que es al mismo tiempo su propia máscara, con una cruz dibujada sobre su gran frente. Da escalofríos.

La cruz era su signo, como en tantos artistas, Tàpies, por ejemplo. Siempre es un aviso, como de “cuidado, que esto va en serio, esto es grave, aquí no hay bromas”. Para algunos, es el signo de la pasión y el triunfo de Cristo; para mí, el signo del hombre que se dio cuenta de que en realidad no tenía con Dios ningún pacto salvífico, y desengañado, en la mayor de las soledades, en una soledad cósmica, exclamó: “Eli, Eli, lamma sabacthani”, Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado. Y a sus pies la gente se reía: “¡El loco implora al profeta Elías! ¡Eh, loco, dile a Elías que baje a salvarte!”.

En el caso de Mira, la cruz está por todas partes: en sus famosas Bachcantatas, que, siendo tan oscuras, quizá fuesen la etapa menos angustiante de su obra inmensa; está en sus no menos famosos Estilitas, encaramados a columnas que a la vez son cruces que a la vez son miembros viriles. Y llevó el signo de la cruz hasta su última y tétrica performance, que fue su muerte (en el año 2003; había nacido en 1949): una noche se arrodilló, con los brazos en cruz, en la línea férrea que pasaba cerca de su casa, en Alemania, donde vivía, y así esperó hasta que el primer tren lo arrolló. Había dejado escrito que la mitad de su cuerpo se lo quedase España, y la otra mitad Alemania. Así, con este gesto expiatorio, público, performativo, acabó una vida de enorme sufrimiento y de una productividad y calidad artística extraordinarias.

Interior español con exterior holandés (1985-1986) / VÍCTOR MIRA

Interior español con exterior holandés (1985-1986) / VÍCTOR MIRA

Que en todos estos años se haya hablado tan poco de él, y que este libro sea la primera aproximación a su obra en todo este tiempo, es también significativo. Como lo es, también, que para escribir su competente, inteligente, riguroso texto académico --en el que apenas se habla de la vida privada-- David Cortés no haya podido contar con la colaboración de los amigos del artista, ni de sus dos esposas ni de su hija, y no se le haya permitido ni siquiera reproducir imágenes de sus pinturas.

--Pero David, ¿por qué, entonces, te has empeñado en este trabajo tan duro? Porque no hay cosa más ardua, creo yo, incluso para un doctor en Historia del Arte como eres tú, que escribir sobre pintura o sobre música...

--Bueno, no es solo que la obra sea tan buena; es que Víctor y yo éramos amigos. Pasé semanas en sus talleres de Alemania, hablando con él horas y horas. Fue en los últimos años de su vida.

--Ah, no sé si te lo pasarías bien.

--Bueno, ya sabes cómo era. Hipersensible, pero también dotado de un sentido del humor muy agudo e irónico... El caso es que desde entonces yo tenía contraído con él este compromiso...

Estilita (1986) / VÍCTOR MIRA

Estilita (1986) / VÍCTOR MIRA

Bueno, pues como yo no tengo ningún compromiso con nadie, y como David Cortés ya lo hace, tan bien, en su libro, yo me abstendré de describir la pintura de Víctor Mira. Pero en cambio contaré una anécdota que le retrata.

Un día --a finales de los años 90-- fue a verle un delegado del Banco Central Europeo para encargarle una escultura para colocarla en el vestíbulo de la sede que iba a construirse en Munich. Mira se excusó. “Lo siento, pero yo soy pintor”, dijo, “no escultor”. El banquero insistió:

--Pondremos a un arquitecto y a un ingeniero a su servicio, para que conviertan sus visiones bidimensionales en escultura.

--En tal caso... --aceptó Mira--.

--Sus emolumentos serán de... --el banquero dijo una cifra cuantiosa--. ¿Le parece bien?

--¡Sí, estupendo!

Se estrecharon la mano. Y entonces el banquero preguntó:

--Quizá quiera usted saber cómo le hemos elegido a usted.

Y con esa necesidad de dejar las cosas claras y esa falta de diplomacia que caracteriza tópicamente a los alemanes, pasó a explicarle:

--Los artistas alemanes quedaron descartados, por motivos obvios, no queremos que nos acusen de chovinismo. Entonces pensamos en cierto artista inglés, pero los franceses se ponen en seguida muy celosos, y hubiésemos tenido problemas. Lo mismo hubiera pasado con un artista francés que nos gusta mucho: los ingleses se hubieran puesto furiosos. Por eso nos hemos decantado por usted, porque es español y los españoles... no son conflictivos...

Víctor creyó detectar cierto paternalismo ofensivo en esa frase.

--¿Que nosotros no somos conflictivos? --gritó--. ¡Qué dice usted, cómo se atreve! ¡Nosotros hicimos la guerra civil, de la que su guerra mundial no fue más que una patética secuela! ¡Mire si somos conflictivos, que ahora mismo le envío a usted, a su maldito banco y a su encargo, a tomar por saco!

Y para estupor del otro, dando media vuelta se volvió a su taller.

Me gusta verlo así, en ese momento de afirmación.