Cartel de propaganda maoísta donde aparece la figura de Mao junto a las de Stalin, Lenin, Engels y Marx (1967)

Cartel de propaganda maoísta donde aparece la figura de Mao junto a las de Stalin, Lenin, Engels y Marx (1967)

Democracias

La mentira maoísta

Acantilado publica ‘Sombras chinescas’, el deslumbrante testimonio que Simon Leys escribió en los años setenta sobre la vida en la China del Mao crespuscular

30 agosto, 2020 00:10

“¿Qué niño inteligente tendría el valor de comprobar la documentación de Papa Noel?”. En esta frase, escrita con una indudable ironía, incluso diríamos que con cierto sarcasmo, que es uno de los signos que distinguen a las mentes independientes que se atreven a pensar por sí mismas, está resumida buena parte de la desgracia y el delirio que han marcado la historia reciente de China, ese gigante que ya no está dormido, durante los últimos setenta años. Exactamente desde el día en el que Mao Zedong, cabecilla de una revolución campesina que, como otras tantas, terminó sustituyendo con una élite asesina a otra previa que había jurado combatir, alcanzó el poder hasta nuestros días, cuando el coronavirus, surgido en el húmedo mercado de Wuhan, sacude el mundo y nos asoma al precipicio de un presente marcado por el fin de la globalización, el retorno a la pandemia nacionalista (esa forma de utopía regresiva) y la devastación económica. 

De ese pasado, paradójicamente tan actual, cobijado ahora bajo máscaras distintas pero análogas, trata Sombras Chinescas (Acantilado), el asombroso –por desmitificador– libro que escribió sobre la China del Mao crepuscular Simon Leys, seudónimo de Pierre Ryckmans, sinólogo belga, diplomático independiente y raro unicornio. Leys, agregado cultural de Bélgica en la embajada de Pekín, es autor de una trilogía sobre la historia contemporánea del gigante asiático compuesta por tres títulos encadenados de los que Sombras (1974) es el segundo; el primero es Los trajes nuevos del presidente Mao (1971) y el tercero Imágenes rotas (1976). Juntos forman el friso que explica cómo el totalitarismo político, disfrazado como populismo liberador, contamina la vida íntima y destruye la concordia social, creando lo más parecido al infierno en la Tierra, si obviamos a las guerras. 

Maos de Warhol

Mao Zedong, visto por Andy Warhol

Para ser un embajador, Leys es un extraordinario dinamitador de mitos, sobre todos los modelados con el barro de los místicos que escriben sus propias biblias, como muesta el libro rojo de Mao. Su relato, vertido de nuevo al castellano por José Ramón Monreal y cuya obertura interpreta Jean François Revel, condensa las experiencias que Leys vivió en sus estancias en la China en los años cincuenta y setenta. En este sentido, Sombras chinescas es un excelente libro de viajes que documenta, contextualiza y muestra una realidad bastante distinta al edulcorado cuadro dibujado durante décadas por buena parte de la intelligentsia de la izquierda europea, especialmente la francesa, simbolizada por el predicamento cultural del diario Le Monde, al que Leys describe como “el periódico-algodón”. 

Simon Leys (Bruselas,1935 Canberra, 2014)El mayor mérito de su libro, sin embargo, trasciende la condición testimonial para convertirse en uno de los más certeros alegatos en contra del maoísmo, la variante comunista china, cuya influencia sociológica fue muy intensa en la Europa civilizada, incluida la España de la Transición, y también en países americanos –véase el caso de Sendero Luminoso en Perú– y otras naciones del Tercer Mundo. Todos ellos regidos por creyentes que aspiraban a sustituir una dictadura anterior por su particular satrapía, por supuesto en nombre (sin beneficio) de esa invención llamada pueblo. La fórmula china, por decirlo con términos actuales, fue tendencia en la segunda mitad del pasado siglo, cuando los hijos de las burguesías europeas predicaban una revolución proletaria que sólo les beneficiaba (en términos de hegemonía moral) a ellos. Quienes vivían y morían masacrados o asesinados bajo la bondad del comunismo real, en cambio, tenían otro juicio sobre las palomas blancas que querían crear un hombre nuevo por el singular procedimiento de exterminar sin miramientos al hombre real

El mayor mérito de su libro, sin embargo, trasciende la condición testimonial para convertirse en uno de los más certeros

Bandera de la República Popular China, instaurada en 1949 por Mao

De su tragedia habla precisamente Leys, que relata magníficamente la China Popular creada en 1949 por Mao Zedong. Un universo donde las masas son instrumentos de una clase dirigente depravada y mafiosa que, igual que en el Imperio Romano, se dedicaba a conspirar y exterminarse sin descanso. Al contrario de lo que sucedía en la antigua ciudad de las siete colinas, ab urbe condita, en la que las familias nobiliarias y los caudillos militares buscaban una pátina de prestigio por el procedimiento de vincularse con actos heroicos del pasado –eso es La Eneida, el poema con el que Virgilio cantaba las maravillas (inventadas) de la gens Iulia–, en la China del Gran Timonel el procedimiento consistía en aniquilar el pasado –especialmente en el ámbito patrimonio histórico– y sustituirlo por una distopía mayormente malnutrida cuyo mejor símbolo son las descomunales avenidas construidas para los desfiles militares donde, durante el resto del tiempo, sólo transitaban autobuses colectivos y campesinos en burros agotados. Un imperio de mentiras inseguras y mutantes, regido por una burocracia inhumana, gobernado por los caprichos, las hambrunas y la infinita propaganda. Un sitio donde la libertad parecía una patología. 

Sombras chinescas, Simon Leys

Sombras chinescas cuenta con una indudable valentía –cuando fue publicado, en 1974, era un libro escrito completamente a contracorriente– la vida en la jaula de oro china (destinada a extranjeros, repatriados e ingenuos turistas políticos), la obscena destrucción de Pekín y el saqueo de una cultura sabia y milenaria a mayor gloria de una revolución cultural cuyos mandamientos pueden resumirse en dos: serás adoctrinado o serás asesinado. Sin grises ni equidistancias. La revolución, como poéticamente contó el director de cine ruso Nikita Mijalkov en Quemado por el sol, una gran película sobre el reverso de la revuelta soviética, devora sobre todo a sus hijos, creando así un monopolio ideológico incompatible con la autonomía personal, enemigo de la cultura y alérgico al pensamiento. 

Mao Zedong (1893 1976)

Mao Zedong (1893 1976), el Gran Timonel.

De todas estas pandemias da buena cuenta Leys, que asume el riesgo de ser incomprendido o criticado por contar la verdad (amarga) de los hechos. Una postura no exenta de costes personales, sobre todo cuando en las democracias europeas se practicaba la ceguera de los corderos dogmáticos y el término oriental mandarín definía con una exactitud matemática las prácticas dominantes (todavía) en el ámbito cultural, esa ridícula forma de ritornello. El sinólogo belga, en cambio, se sale del rebaño, mira la China Popular con el prisma de quien conoce su largo devenir cultural, arrasado por el dogmatismo de las sectas, y nos muestra un paraíso proletario en el que el individuo es sacrificado –la gran causa de la liberación justifica la reformulación del mismo feudalismo ancestral, ahora con otra máscara–, se prohíbe el contacto humano entre los chinos y los extranjeros y todos los seres son sometidos a un estado de vigilancia policial arbitrario que mata, anima al suicidio (si antes no ha acabado contigo el hambre y el trabajo en régimen esclavista) y termina apagando cualquier llama de la vida. 

EX6NJN e1545170198509

Jóvenes activistas maoístas en una concentacióm  popular durante la revolución cultural china

El teatro maoísta es una danza perfectamente orquestada que padecen los chinos y disfrutan los occidentales afines a la causa, tan aficionados a la moral del converso, o del ignorante, para poder erigirse en jueces de los males del capitalismo. “Al ignorarlo todo, se posee la magnífica cualidad de no asombrarse de nada”, escribe Leys para describir la comodidad y suficiencia de los intelectuales occidentales que creen que un país de ochocientos millones de seres equivale a tratar con una decena larga de funcionarios entrenados para mentir sonriendo y disimular su condición de carceleros bajo atenciones rituales. Se enfrenta de esta manera, limpiamente, mirándolos a la cara, con los “turiferarios” del maoísmo, que justifican en nombre del compromiso social la destrucción de la inteligencia

El traje nuevo de Mao, Simon Leys / EDICIONES EL SALMÓNViajar a China desde Europa, al menos la primera vez, es lo más parecido a ir a Marte. Con el tiempo se comprende que no se trata de una sensación pasajera o circunstancial, fruto del primer encuentro, sino de un sentimiento permanente. Como explica Leys en su libelo, los efectos del totalitarismo, los lustros de delaciones, frustraciones, ingeniería social y miedo compartido han conseguido, tal y como escribió el poeta Mandelstam sobre la Unión Soviética, que “las personas bondadosas desaparezcan” o sean sustituidas por “amigos profesionales”, “filósofos de servicio” y burócratas aterrados ante el peligro (cierto) de tomar cualquier decisión por sí mismos, partidarios de esperar para ver en qué direccion sopla el viento (tras las periódicas purgas) antes sentarse hasta que vuelva otra vez a cambiar de sentido. 

Viajar a China desde Europa, al menos la primera vez, es lo más parecido a ir a

Libros rojos de Mao

Libros rojos de Mao

“Un sistema totalitario”, escribe Revel en el prólogo de Sombras chinescas, “no puede mejorarse, sólo puede hundirse”. Si China se ha convertido en este calamitoso siglo XXI en la nueva gran potencia internacional se debe, en buena medida, a la exactitud de esta frase. El gigante oriental, fábrica del mundo surgida a partir de la herencia de un feudalismo atroz en forma de hambrunas, represión, espanto y nostalgia, es, al mismo tiempo, el símbolo del comunismo renovado (mediante la contradicción de sus términos) y pragmático, y el país más capitalista del orbe, puesto que sólo existe un patrón: el Estado, santísima trinidad de todos los monopolios, incluyendo la administración de la vida, regido por “el taciturno guiñol de la gerontocracia maoísta”. Conviene no olvidarlo precisamente ahora, cuando Europa es sacudida por el Levante de los nacionalismos y el Siroco de unos populismos que prometen seguridad (el paso previo a la represión de cualquier clase de disidencia intelectual) a cambio de sacrificar la dignidad cultural y la libertad. Sobre todo, la que guía el pensamiento.