André Weil, memorias y números
El matemático francés, experto en teoría de números y geometría algebraica, defendió en sus memorias, publicadas hace treinta años, el aprendizaje como destino vital
28 enero, 2021 00:00En 1991, hace treinta años, André Weil publicó Souvenirs d’apprentissage. Moriría siete años después con 92 de edad. En este libro, traducido al español como Memorias de aprendizaje, escribió: “Todavía hoy sigo aprendiendo: aprendo a vivir en mis recuerdos”. El hecho de que sea uno de los principales matemáticos que dio el siglo XX (especializado en teoría de números y geometría algebraica) podría cohibir a muchos y evitar el conocimiento de su figura, siquiera fuera a través de estas memorias. Sería un error. Weil no fue un hombre instalado en una torre de marfil. No sólo tuvo fuertes apegos familiares, sino que poseía una rica y emotiva personalidad.
Dedicó ese libro a su difunta mujer Éveline, quien ocupaba un lugar preferente en su vida y pensamiento: “Hablar de mí –dijo- es también hablar de ella”. Sus padres eran judíos agnósticos; André no se enteró de que era judío hasta los once años de edad. El padre era un médico alsaciano y la madre una mujer rusa de origen austríaco. Era tres años mayor que su única hermana, también parisina. De niños fueron inseparables y siempre tuvieron una relación estrecha. Ella era Simone Weil, interesante ensayista, profesora de filosofía y próxima al anarcosindicalismo y al cristianismo; muy frágil de salud, murió con 34 años. Al evocarla, su hermano resaltaba su carácter alegre, su ternura y su humor, “que conservó incluso cuando la miseria del mundo le añadió un fondo de invencible tristeza”. Los acentos de una fe profunda y visible, anotó.
En el itinerario intelectual de André Weil cabe destacar la ausencia de enseñanza regular entre los 8 y 10 años debido a la mortífera epidemia del tifus y a la Primera Guerra Mundial de 1914. A este propósito, escribió: “La vacuna contra el tifus todavía no existía y el hospital estaba lleno de enfermos, a los que entonces se trataba con baños de agua fría; con ese régimen morían como moscas”.
Los chicos franceses recibían clases por correspondencia; no había internet ni videoconferencias. Con sólo nueve años de edad, en otoño de 1915, sus padres le suscribieron al Journal de Mathématiques Élémentaires, con el que pudo satisfacer y estimular su pasión por las matemáticas. Al año siguiente, ya en el Liceo gozó de algunos profesores fuera de serie, a quienes siempre profesó gratitud y reconocimiento; de uno de ellos dice que con su forma de preguntar desarrolló entre sus alumnos un inolvidable espíritu de rigor y una imaginación creadora. Desplegó asimismo afición por el latín y por la historia, una insaciable curiosidad por saber. Aprendió con esos profesores a redactar, a leer y a tomar apuntes de forma inteligente. André Weil creía que no puede haber mejor formación para la mente que esa. Los esquemas servían para las exposiciones orales y establecer un desarrollo lógico, seguido de una conclusión de los temas. En aquel entonces –confiesa en sus memorias– “no resulta inútil aprender a respetar las reglas antes de permitirse transgredirlas”.
Con sólo 15 años, Weil asistió a una conferencia que Einstein dio en París y fue invitado a una casa particular para presenciar una conversación entre el genial físico y el gran matemático Élie Cartan. En sus recuerdos destaca la impresión que supuso la instalación en su casa de la corriente eléctrica, que vinculó con una idea de progreso. Se declaraba analfabeto en materias culinarias pero aficionado a la música. Su libro refleja una ausencia total de pedantería y de esnobismo. En la universidad dedicó muchas horas a la lectura de los grandes textos matemáticos, que le despertaron una singular fascinación. “Deseaba saber de cualquier cuestión más que los no especialistas y menos que los especialistas; por supuesto, no he conseguido nunca ni una cosa ni otra”.
Siempre le gustó trabajar en temas en los que estaba fuera de competición y no tenía que rivalizar con nadie. Le gustaba viajar y observar la realidad, tanto como turista como por estudios. A partir de una estancia en la India, anota en su diario: “cualidades morales aparte, él (Gandhi) y Hitler están entre los más grandes propagandistas de todos los tiempos”. Gandhi –pensaba– pudo ser Gandhi gracias a que tuvo enfrente a los ingleses y no a personajes como Hitler o Stalin: “creo que Gandhi nunca lo ha dicho que yo sepa, pero era demasiado realista como para no saberlo”.
En 1934 renunció a viajar a Alemania tras producirse la noche de los cuchillos largos. Entre agosto y septiembre de ese año estuvo viajando por España, país del que se enamoró. Imaginemos a un André Weil admirador del flamenco, embelesado con los paisajes españoles y, en especial, con Toledo. Lector de poesía, habla con admiración del Romancero gitano de Federico García Lorca, compró un volumen de las obras de Santa Teresa y lamenta que tardara en conocer la poesía de San Juan de la Cruz. Visitó el monasterio de Santo Domingo de Silos y alude en sus libros a sus acogedores monjes benedictinos, A finales de aquel año contribuyó, con sus auspicios, al nacimiento del asombroso grupo Bourbaki, de imborrable huella en el campo matemático.
En 1934 renunció a viajar a Alemania tras producirse la
Dos años después, en Semana Santa, regresó a España con Éveline. Deslumbrado por El Escorial, promovió un congreso de Bourbaki que llevara el nombre del monasterio y que se iba a celebrarse en sus alrededores en septiembre de 1936. No pudo ser, pues estalló la Guerra Civil. El congreso se celebró finalmente en Francia y mantuvo el título ‘El Escorial’. En él fijaron las normas de las redacciones de las comunicaciones del grupo, incluidas las tipográficas. A Weil se debe la creación del símbolo del conjunto vacío, una letra del alfabeto noruego, y el concepto de estructura algebraica.
A partir de su amistad con John von Neumann, deslumbrante matemático húngaro, Weil (que era profesor en la universidad de Estrasburgo) viajó a Estados Unidos (en 1937 y en barco), en calidad de profesor de Princeton. Es muy revelador de su asombrosa personalidad el hecho de que para preparar aquella estancia, André Weil leyese novelas de Sinclair Lewis y los libros del polémico periodista libertario H. L. Mencken.
A su vuelta a Francia, decidió no incorporarse a filas. “El comportamiento de los franceses en aquella época” –escribiría– “se parecía a la resignación de los corderos que se dejan llevar no se sabe muy bien dónde, o quizá al matadero, que al sobresalto de energía de hombres libres dispuestos a defender lo que les es más querido”. Junto con su mujer, se largó a Finlandia. Allí sería detenido, acusado de espiar para los soviéticos y pudo haber sido fusilado. Finalmente, las autoridades optaron por expulsarle del país de los mil lagos.
Tras diversas peripecias, acabó siendo detenido en Francia. En mayo de 1940, el mes en que se estableció el régimen de Vichy del mariscal Pétain, fue juzgado y condenado a una pena de cinco años de cárcel. Éveline, Simone y sus padres pudieron visitarle a la prisión militar de Rouen y darle libros. Padeció un encarcelamiento benigno y durante medio año pudo trabajar sin ser molestado por nadie. En ese período demostró una célebre hipótesis de Riemann para un caso concreto, lo que le dio un enorme prestigio en el mundo matemático. Dado el desarrollo de la contienda mundial, a los presos se les concedió la posibilidad de pedir una suspensión de la pena a cambio de ir a una unidad de combate. De este modo, André Weil fue a parar a Normandía y luego a Inglaterra. Acabó por volver a ser un civil, y al mismo tiempo un parado.
En marzo de 1941 regresó a Estados Unidos. En Nueva York conocería al antropólogo estructural Claude Lévi-Strauss (1908-2009), de origen alsaciano como él mismo, y a quien le resolvió un problema de combinatoria relacionado con las reglas de matrimonio de una tribu australiana. Le escribió un apéndice algebraico a su famoso libro Estructuras elementales del parentesco. Lévi-Strauss le presentó en 1944 al genetista Dreyfus, decano de la Facultad de Filosofía de Sao Paulo, donde había trabajado el antropólogo. Al comienzo del año siguiente se incorporó a una cátedra vacante de matemáticas, que le fue concedida por esa universidad brasileña.
En marzo de 1941 regresó a Estados Unidos. En Nueva York conocería al antropólogo estructural
Un par de cursos después, André Weil pasaría a Chicago, en cuya universidad trabajó hasta 1958, para establecerse por último en Nueva Jersey, en Princeton, de donde se jubilaría en 1976, con setenta años de edad. Su vida estuvo sazonada de quebrantos y sinsabores, pero también, como escribió, fue “la vida apacible de un matemático, iluminada de vez en cuando por las alegrías del descubrimiento matemático y también por el placer de viajar (en compañía de Éveline) y por la contemplación en todas partes de obras maestras”.