Antonio Rivero Taravillo, en una entrevista en 'Letra Global'

Antonio Rivero Taravillo, en una entrevista en 'Letra Global'

Letras

Los viajes inútiles

Desde que sacó la biografía de Cirlot yo abrigaba el propósito de viajar a Sevilla, para hablar con Rivero Taravillo -que acaba de fallecer- sobre el poeta barcelonés

Las formas hispanas del haiku

Publicada

El espléndido y sentido obituario que publicó ayer Carlos Mármol sobre nuestro colaborador Antonio Rivero Taravillo nos ha dejado helados. Rivero nos parecía un intelectual muy sólido, y un blasón para esta revista. Su serie sobre el arte del haikú, que, según decía Mármol, es lo más leído de cuanto se ha publicado aquí, era efectivamente espléndida –yo creo que como todos tenemos la memoria muy corta, y como no están recogidos en un libro, podrían reproducirse de nuevo aquí, en Letra, esos sabios artículos, a modo de homenaje póstumo—, pero en general todo lo que escribía era interesante. Ignoro su biografía de Cernuda, pero la que dedicó al poeta barcelonés Cirlot la tengo leída y muy subrayada. Subrayadas especialmente las páginas que le dedica a un viaje inútil y enigmático de Cirlot.

Cuando fallece alguien que tenía todavía mucho que decir uno inevitablemente piensa en la vida como un viaje inútil, y por extensión, y para no quedarse en estas meditaciones melancólicas, repasa todos los viajes inútiles que ha hecho, a lugares a veces impensables, inverosímiles (¡al mar de Aral! ¡a la isla de Kerkena!), en busca de no sé que, y para nada, y se le pone cara de tonto.

“Una pasión inútil”, dijo Sartre que es el hombre, pero yo creo que ahí, una vez más, se equivocaba, como tenía por costumbre el influyente filósofo francés que dio vivas a Mao. ¿Inútil para qué, inútil para quién, Monsieur, dígamelo? ¿Inútil, según qué criterio, para qué utilidad? Esos viajes absurdos, esos viajes malogrados, a menudo dejan un poso.

Desde que sacó la biografía de Cirlot (Barcelona, 1916-1973), yo abrigaba el propósito, siempre pospuesto, de viajar a Sevilla, para hablar con Rivero sobre el poeta barcelonés que en “Momento” escribió que querría volver a nacer pero hacia atrás, hacia el pasado remoto, y que “ya cuando era en Egipto vendedor de caballos ya era el hombre conocido por el triste” y que tanto nos interpelaba a los dos. Y exactamente me proponía hablar con él de un viaje absurdo, o estéril, de Cirlot. Pero la ocasión no se presentó o no supe buscarla.

En enero de 1960 según creo recordar, Cirlot sintió una “llamada” imprecisa, confusa, de no se sabe quién o qué, y en respuesta a la misma emprendió un viaje a la ciudad francesa de Carcasona, vestigio medieval mágicamente preservado , un delirio de torres, agujas y murallas que fue capital del catarismo, o de los albigenses o “perfectos”, que despreciaban el mundo material como obra del Diablo, del falso dios o demiurgo y que fueron exterminados, so pretexto de herejía, para que el rey de Francia y sus cortesanos más dilectos se quedasen con sus tierras y sus bienes.

Hasta la tumba de Chopin

Cirlot llegó a Carcasona solo, esperando ser “contactado” por alguien o algo, dio una vuelta entera a las murallas, creo recordar que asistió a misa, y que dio otra vuelta a las murallas, sin que nadie le abordase, y regresó a Barcelona.

En el tren de vuelta sufrió un incidente: se hizo un profundo corte en el brazo, al parecer con la bombilla del aseo de su vagón. Luego, pensando en el viaje inútil y en el incidente sangriento, llegó a la conclusión de que aquella herida la había recibido en castigo por presentarse a una cita a la que en realidad no había sido convocado, o por apresurarse demasiado a esa cita…

Como sabe el lector que haya leído mis notas sobre arte contemporáneo, me encantan los artistas de la performance que hacen cosas como bailar en su estudio o hacerse pegar un tiro en el brazo; o viajar corriendo, durante varios días y sin desviarse de la línea recta, desde su hogar en Polonia hasta la tumba de Chopin situada a cientos de kilómetros, deteniéndose de vez en cuando para tocar en un concierto; o la caminata desde Munich hasta París del cineasta Werner Herzog, que se echó a andar al enterarse de que allí, en París, estaba agonizando la mujer que a su entender era la mejor crítico de cine, seguro de así salvarla –y de hecho, ella sobrevivió, efectivamente, a su grave enfermedad--, tal como explica en su libro, interesante como todo lo que hace este genio, Del caminar sobre hielo.  

Me hubiera gustado conversar con Rivero sobre haikús, concretamente sobre éste que hace unos años memoricé: “Este mundo de rocío/ mundo, sin duda, de rocío/ pero el rocío…” y cuyo autor he olvidado. Seguramente él lo recordaría.

Y me hubiera gustado también conversar con él sobre el artístico, enigmático y fallido viaje de Cirlot a Carcasona: ¿por quién, o por qué, esperaba el poeta ser contactado? A lo mejor lo sabe.