
El jurado del premio 'Biblioteca Breve' de novela formado por los escritores García Hortelano, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y José María Castellet, en Barcelona.
Vargas Llosa, Osio 50: Barcelona como destino
La relación de Mario Vargas Llosa con Barcelona evidenció el atractivo de la Ciudad Condal como destino literario para toda una generación de escritores latinoamericanos
Año 1958. Un veinteañero Mario Vargas Llosa embarca en Río de Janeiro junto a Julia Urquiza (esposa y ferviente animadora de su vocación literaria) para estudiar en Madrid gracias a la beca Javier Prado. Escapan del Perú de una situación complicada en lo laboral y en lo personal. Él es un joven periodista letraherido que quiere ser escritor. Ella, divorciada del tío de Vargas Llosa y diez años mayor, soporta las habladurías como puede y vela para que se cumpla ese destino en el que cree tal vez más que su joven marido. El futuro, piensan, solo puede ser mejor. Por las mañanas –azuzado por Julia: “Si quieres ser escritor, escribe”– Vargas Llosa toma notas para una posible novela, por la tarde lee a Orwell. Al principio Barcelona debía ser solo una escala más en ese largo viaje hacia el futuro.
Cuando arriban y suben Rambla arriba, Urquiza se embelesa con las flores y los pájaros y Vargas Llosa evoca entusiasmado lo que acaba de leer en Homenaje a Cataluña: anarquistas ceneteros, barricadas en cada esquina, comunistas preocupados, la guerra en su hormigueo. El joven artista sobrepone lo leído a lo que vive, en esa suerte de realidad aumentada que es siempre la buena literatura. Así, el primer encuentro con la ciudad ya tiene que ver con lo literario, tal vez toda su vida tenga que ver con esa pulsión. Ya en la pensión la pareja se relaja y pasan a deseos más mundanos y turísticos: paellas y toros, nada menos que Luis Miguel Dominguín.

'La tía Julia y el escribidor'
Dos días después siguen con su viaje hasta llegar a Madrid. Allí se establecen y son relativamente felices. Vargas Llosa estudia el doctorado con diligencia, Urquiza encuentra algunos trabajos alimenticios y pasa a máquina todos los borradores del primero. Nunca abandona su destino como escritor. La vida es cómoda y barata. No les va mal. Pero debido al férreo control del régimen franquista los diarios le resultan ilegibles, la universidad alcanforada. Pero aún en Madrid, Barcelona se le aparece como destino literario. Sin padrinos ni recomendaciones, se hace con el Premio Leopoldo Alas de Narrativa Breve, convocado por la editorial Rocas. Vargas Llosa había leído la convocatoria de un grupo de médicos barceloneses amantes de la literatura. Decidió enviar una selección de los relatos que ya tenía escritos. El primer libro de Vargas Llosa fue publicado en 1959, después de los tiras y aflojas consabidos con la censura, con el nombre de Los jefes.

'Los jefes'
Concluidos sus estudios, con la beca a punto de caducar, Vargas Llosa y Urquiza deciden fijar su residencia en París, centro del arte en el siglo XX y de algunos de sus héroes literarios. Allí empieza a frecuentar el cogollito latinoamericano. Conoce –no sin nerviosismo– a Julio Cortázar y frecuenta a su idolatrado Julio Ramón Ribeyro, que pasa en poco tiempo –lo que tarda en leer lo que escribe ese joven– de admirado a admirador y, sobre todo, le presentan a Carlos Barral. Allí la pareja se rompe y empieza a escribir la novela La ciudad y los perros, con la que ganará el Premio Seix Barral. Ni Vargas Llosa era todavía Vargas Llosa, ni el Biblioteca Breve el mítico premio en el que se convertiría después. Lo que está acreditado es que Barral viaja a París para conocer al joven autor. En esa cita primigenia –parece que Barral agota gin.tonics, Vargas Llosa, vasos de leche– se da origen a uno de los centros gravitatorios del futuro boom que cambiará el panorama editorial del planeta entero.
La recepción crítica resulta apabullante. Apenas tiene 26 años. Un niño de provincias de Perú se adueña del tablero central del juego. A Barral le gustaba decir que él en persona había salvado el manuscrito de un mal informe de lectura, pero Luis Goytisolo lo desmiente. Fue su esposa María Antonia Gil Moreno de Mora la primera en ponerle sobre aviso de la potencia de la novela. A raíz del premio y su amistad con Barral, Vargas Llosa frecuenta Barcelona con fruición. Por ejemplo, pasa los veranos en Calafell, cerca de su editor, encerrado en una habitación forrada de fotografías de la selva –a la manera de su admirado Flaubert en su refugio de Croisset– tecleando sin parar lo que será La casa verde, mientras el resto (García Hortelano, Ferrater, el propio Barral, entre otros) sudan las bebidas nocturnas en la playa, otean turistas. Los comentarios de los escritores españoles son claros al respecto: “Así no vale, este escribe de fábula porque no para de trabajar”.

Carmen Balcells con sus autores hispanoamericanos
De vuelta, un poco cansado de la dureza de París para los extranjeros y escaldado de su matrimonio fallido con Urquiza, Vargas Llosa decide trasladarse junto a su prima carnal (y nueva esposa: Patricia Llosa) a Londres y fundar una familia. Allí, las cosas resultan tan estimulantes en lo intelectual (librerías, nuevos amigos como Cabrera Infante y la famosa sala de lectura del Museo Británico) como difíciles en lo pecuniario, nacen sus dos primeros hijos. Es entonces cuando aparece un personaje central en esta historia, la agente (superagente la llamaba Vázquez Montalbán) literaria Carmen Balcells le hace una propuesta. Si él deja las clases en la universidad londinense y se muda a Barcelona, ella le pagará el salario estipulado a cuenta de la futura novela. Eso sí, debe pasar de publicar cada cinco años a hacerlo cada dos. La profesionalización del escritor literario –como en la mayor parte de países occidentales más avanzados– deja, para algunos, de ser una quimera.
Todo parecía conducir a Barcelona –sus libros publicados, su interés por Tirant lo Blanc y que su queridísimo amigo García Márquez ha decidido vivir también en la ciudad– y Barcelona aparece finalmente como destino. Así, los dos mejores jóvenes escritores en español de la época acaban viviendo en la misma manzana en 1969. García Márquez y su familia en Caponata 6, Vargas Llosa y la suya en Osio 50, casi vecinos. Viven en Sarrià. Si la culpable de que Vargas Llosa viviera en Barcelona fue Balcells, el culpable de la mudanza de García Márquez, parece que fue Ramón Vinyes (o ese contaba él, tan caro a la autoleyenda), librero e intelectual catalán emigrado a Colombia y mentor del de Aracataca en su primera juventud. Aparece como el sabio catalán que visita Aureliano Babilonia en Cien años de soledad.
Los 130 metros cuadrados del piso de la familia Vargas Llosa (con dos hijos y pronto una en camino) no le dan para el aislamiento artístico y Balcells decide alquilarle también un sobreático en la misma finca donde poder escribir tranquilo. Lo hace a nombre de la empresa MAPASA (Mario y Patricia, Sociedad Anónima) con ese sentido del humor y común tan propio de la catalana. En Barcelona o Calafell se habían escrito páginas de La casa verde y Conversación en la Catedral. Entre esas cuatro paredes, escribiendo por primera vez sin horarios esclavos ajenos– escribe La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary, Historia de un decidio, buena parte de La tía Julia y el escribidor y casi por completo Pantaleón y las visitadoras. Pero más allá de lo escrito –en realidad todos los libros se escriben en la cabeza de sus autores– lo relevante es que alrededor de la dupla latinoamericana se arracima una escena cultural nueva y vibrante que cambia las normas de lo literario y lo editorial. A su reclamo acuden los integrantes de la Gauche Divine (los Tusquets, los Trías, los Herralde, los Moix y compañía), pero también a los Donoso o a Muñoz Suay. Su poder convoca a los Cortázar, a Carlos Fuentes y a otras luminarias internacionales que los visitan.
Con ellos Vargas Llosa participa en el encierro en Montserrat como respuesta al proceso de Burgos, imparte clases en al subsede barcelonesa de la Autónoma de Bellaterra o acude al Camp Nou con sus hijos para animar a su compatriota Hugo Sotil, vive el nacimiento de su hija Morgana en el 74 en la clínica Dexeus. Poco después del nacimiento, deciden poner fin a su etapa barcelonesa y empacan de nuevo sus enseres para viajar a Lima (no será ese el destino definitivo, pero ellos creen que sí).
Después llegaría el famoso puñetazo a García Márquez y su ruptura con la izquierda internacional, más libros, galardones, la fama literaria y las heridas políticas, las polémicas y los agravios con buena parte de la sociedad catalana por su posición crítica al procés. Y la coda final de papel cuché y su rotura y la parcial vuelta al origen.
Al ser preguntado sobre la ciudad. Vargas Llosa siempre recordó esos años con nostalgia, destacando que no sabe por qué dejaron la ciudad donde fueron tan felices. Todavía en la actualidad, en los bares y librerías de Barcelona se pueden encontrar epígonos vivientes de aquella experiencia: el escritor o escritora latinoamericano que viene a la ciudad a escribir la mejor novela de la que es capaz. Y lo hace.