Hoteles en la niebla del tiempo (y 8): Hotel salvaje en los Mares del Sur

Hoteles en la niebla del tiempo (y 8): Hotel salvaje en los Mares del Sur FARRUQO

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Hoteles en la niebla del tiempo (y 8): Las islas del Sur: Defoe, Verne y Stevenson entre bucaneros y maremotos

Las islas son el Paraíso y el Infierno, y en muchas de ellas sobrevive lo desconocido, adornado por su fascinante pasado, pero soportando un doloroso presente

20 agosto, 2024 18:58

Antes de viajar a Rapa Iti, en la Polinesia francesa, un joven aprendió el idioma de la isla, mientras dormía en su casa, pegada a ladera de los Vosgos, la frontera natural entre la Alsacia y la Lorena. Mucho después, en 1983, Marc Liblin, que nunca había salido de Francia, desembarcó en Rapa hablando el perfecto polinesio que había aprendido en el sueño. Él no sabía entonces que las pruebas atómicas de Francia habían destruido la vida de Fangataufa y Moruroa, los atolones cercanos a Rapa desaparecidos en la explosión de una bomba de hidrógeno. La magia y la ciencia entraron en combustión haciendo realidad la utopía del Nautilus de Julio Vene, una nave sumergible, tirada por una energía desconocida en su tiempo; y quién sabe si amarrada aquí, entre los dos atolones o en la misteriosa Tanna, bajo el volcán Yasur. Ahora, los mejores hoteles de Rapa y Tanna son sus desnudas playas blancas, mientras que los primeros rezos del alba se efectúan bajo chorros de manantiales situado bosque adentro. 

Las islas son el Paraíso y el Infierno. En muchas de ellas sobrevive lo desconocido, adornado por su fascinante pasado, pero soportando un doloroso presente. En el corazón del Pacífico, los islotes son rocas desdibujadas a lo lejos; ilustran la sensación placentera que experimenta el que se pierde en el mar entre bosques rodeados de arena flotante, suspendidos sobre selvas coralinas. Los pequeños islotes nacen y desparecen con las mareas.

Imagen de las islas Salomon

Imagen de las islas Salomon LONELY PLANET

Las islas señaladas en el mapa muestran el doble cariz de la diosa Fortuna: algunas se anuncian como paraísos dispuestos a revelar el tesoro de Stevenson y otras alertan sobre los residuos radioactivos, como le ocurre a la Isla de Runit, vigilada por la Marina de EEUU. En las Solomon, un pueblo de pescadores construyó a lo largo de siglos un centenar de islotes en una laguna de agua salada resguardada de oleajes y huracanes. Hoy, este archipiélago no solo se mantiene, sino que ofrece comodidad asiática en la región autónoma de Bougainville, en el territorio político de Papúa Nueva Guinea. Allí se levantan orgullosos hoteles algo obsolescentes, diseñados por cadenas como Holiday Inn o Ranaissance, que aguardan un futuro climáticamente incierto sobre un presente demasiado ambicioso.

Un argumento a partir de la nada

Desde la primera década de este siglo, las olas han cubierto las antiguas islas de Nahtik, Ros o Kepidau situadas en los Estados de Micronesia. De cara al futuro, la desaparición amenaza a las Fiyi, Tuvalu, Maldivas e incluso a las famosas Seychelles, según el criterio de analistas sobrios. 

Portada de la obra de Daniel Defoe

Portada de la obra de Daniel Defoe

En el mar de Chile, en la isla conocida como Mas a Tierra, los más optimistas buscaron infructuosamente el diario de un corsario bueno, conocido por el nombre de Alexander Shelkirk, cuya vida inspiró en Daniel Defoe el famoso relato Robinson Crusoe. Se pensó siempre que la pirueta original de la isla desierta se encontraba en una carta firmada por Shelkirk, celosamente guardada en la Biblioteca Nacional del Legado Cultural Prusiano de Berlín. Sin embargo, la carta nunca ha sido hallada, por más que el mismo Defoe recordara vagamente haberla leído. Ahora sabemos que el narrador creó el argumento de la nada, pero quiso incorporar un palimpsesto a su pasado para dotar de mayor misterio al gran éxito de su Robinson. Otra isla más al sur, la Howland, situada en el archipiélago de Fénix y descubierta por Daniel Mc Kenzie, en 1827, estaba prácticamente desierta cuando desapareció del radar el aeroplano de Amelia Earhard. En la prehistoria de la aviación, la gran pionera había volado en solitario desde Terranova a Irlanda del Norte, emulando la hazaña atlántica de Lindbergh, pero se perdió para siempre frente a los acantilados de Owland. 

Verdaderos palacios

En La Isla del Tesoro, el joven Lloyd Osbourne, hijastro de Robert Louis Stevenson dibujó un cofre con cientos de piezas y colares de metales preciosos y elaboró el mapa del tesoro junto al autor y al resto de su familia, en Edimburgo. Stevenson buscó infructuosamente aquel mapa después de haberlo perdido; siguió escribiendo e inventado mundos hasta su muerte, a los 44 años, en Samoa, al oeste de las Islas Cook y al norte de Tonga. Los tiempos de la aventura marina se acabaron el día en que aparecieron los dragaminas. En el Sur de las antípodas, los Islas Sovereing se asientan sobre lo que antes fueron manglares y bancos de arena; es un archipiélago de seis unidades que hoy ocultan verdaderos palacios, como el Palazzo di Venezia o el Château de Rêves, convertidos en residencias hoteleras, “con piscinas alicatadas con baldosines de oro”, como recuerda Alastair Bonnett en su libro El mapa de las islas editado por BlakieBooks.

Portada del libro de Alastair Bonnett, 'El mapa de las islas'

Portada del libro de Alastair Bonnett, 'El mapa de las islas'

En la piedra plana de la lejanía y las inesperadas pistas de aterrizaje sobre el océano, Bonnett desvela una colección de islas convertidas en cementerios, cárceles rodeadas de azul y salitre, islotes con aeropuerto bajo el mar, bases militares inexistentes en los mapas, poblados flotantes sin Estado ni bandera y, en último término, paraísos vírgenes que un día dejaron de ser inocentes. 

Viaje interior en medio del mundo desconocido

Los balleneros de la Antártida cuentan historias reales que demuestran la destrucción zoológica que se produce en el mar de hielo. En la Isla Decepción, en las Sheiland del Sur del Atlántico y antes de doblar el Cabo de Hornos, no tendrían cabida las hazañas que Jack London dejó escritas en sus relatos, por duros que parezcan. A Decepción se llega desde los amarres de Ushuaia o Punta Arenas, en la Patagonia, cuyos hoteles en funcionamiento son el nuevo cuño del turista rico, el que alitera el camino a base de exageraciones tribales, tras los cristales biselados de una sauna.

En los salones de los hoteles, como el Almasur, el Yegua Loca o el Almagro, de la base patagónica, se cuece todavía la salsa aventurera de la América profunda de las zonas de la Cordillera Andina, caminadas por Henri Michaux en Ecuador, el viaje interior en medio del mundo desconocido de las vertientes amazónicas. En los descansos se impele al avistamiento privilegiado de la ballena jorobada con una pequeña giba en la espalda, la de aleta y la ballena azul, la más preciada y la que lanza la columna de agua más alta. Semejante desfile es como la prueba de autenticidad de los reos antes de ser fusilados.  

Más abajo, en la costa de la Antártida, los marinos despellejan cetáceos, les extraen la grasa y encienden sus hornos con cadáveres de pingüinos muertos. Abandonan los despojos en la orilla para que se pudran o se los lleve el agua en las crecidas del mar. Los cadáveres en descomposición son el cementerio natural de carne podrida en el pórtico de Decepción, “conocida como la Caldera e indistintamente llamada Fuelle de Neptuno, Puerta del Infierno o Boca de Dragón”, escribe Judith Schalansky en su Atlas de Islas remotas (editada en castellano por Nórdica Libros), calificado de “joya cartográfica”, por The Wall Street journal.

La sexualidad rima a plena normalidad

Frente a la Isla de Franklin, un trozo de hielo inhabitable, el capitán Ros deja su barco, el Erebus, alcanza con un bote los bloques antárticos y les pone el nombre de Sir John Franklin, en honor al vencedor de la batalla de Trafalgar. El Erebus acaba encallando en el hielo sin retorno, mientras Franklin se convierte, con los años, en gobernador de la actual Tasmania. A día de hoy, en aquel enclave puede disfrutarse de artificiosos alojamientos románticos, como el Strahan Village o el Mövenpick, con noches de calma densa e inigualable brisa.

Alojamientos románticos, el Strahan Village, en Australia

Alojamientos románticos, el Strahan Village, en Australia

Norfolk, un islote pegado a Australia, fue una prisión infranqueable en tiempos de Barba Roja. En Tonga desapareció Scoot Moorman a causa de un huracán, y en Pukapuca, en medio de las Islas Cooke, la sexualidad rima a plena normalidad, hasta el punto de que hombres y mujeres de cuerpo desnudo se abandonan a un erotismo lacustre en presencia de todos, después de presentar sus genitales esculpidos en madera. Donde el océano roza Las Filipinas, se abre la fosa de las Marianas en la que descansa la cordillera más alta del mundo, aunque sumergida en el agua. Un poco más lejos, en la Isla de las Antípodas (Nueva Zelanda) vive nuestro doble, atraído, al otro lado del planeta, por la misma gravedad que tenemos nosotros. Allí la encontró el capitán Henry Waterhouse mientras viajaba de Port Jackson hacia Inglaterra. Apenas la pisó y solo se llevó a casa el eco atronador de las olas que rompen en su costa desierta. 

La línea que separa ficción de realidad es muy fina en las islas hundidas o en las aparecidas fantasmagóricamente por causas naturales. Allí donde había barreras de coral hoy puede haber arsenales atómicos. El rebote post glaciar del planeta hace que asomen infinidad de pequeñas islas frente a las costas civilizadas. Y este es el sueño: la aparición de nueva tierra como si se tratara de El nacimiento de Venus, una traslación metafórica del cuadro de Botticelli, que infunde la vida.