¡Al infierno con la demoníaca Alice Munro!
Tal vez Munro ha sido una buena escritora, pero sin romper moldes, en todo caso ocultó un caso de pederastia que sufrió su propia hija a manos de su padrasto
20 julio, 2024 22:37Dar lecciones de moral es muy feo, pero a veces alguien tiene que hacerlo. Como muchos ya lo hacen con el impresentable y clamoroso caso del presidente del Gobierno y los negocios de su esposa, no me ocuparé yo de ello. Prefiero lanzar el anatema sobre Alice Munro.
En estos momentos no cabe duda de que arde en una caldera de Pero Botero. Ahora hablaremos de literatura. Pero primero hay que decir que se equivoca por completo la periodista que trata de atenuar lo imperdonable del comportamiento de Munro diciendo que “es el resultado de una estructura patriarcal bien engrasada por los años…” No: como dijo el general De Gaulle cuando se negó a firmar el indulto a Brasillach, que muchos escritores le pedían en atención al talento del dañino escritor antisemita y germanófilo, “el talento es una responsabilidad”. Y la narradora, a juzgar por los críticos, tenía mucho talento, y por eso se le otorgó el premio Nobel de literatura. Ese talento hace de ella una mala persona sin paliativos.
Lo cual confirma mi tesis, a contracorriente de Jünger y de tantos ingenuos que ven a los escritores como santos laicos, de que se puede perfectamente ser un buen escritor y a la vez una persona repugnante, como trato de demostrar, caso a caso, cada domingo en esta serie de artículos titulados Al infierno con la literatura, que también habría podido titular “Cuando soy mala, soy mejor” en alusión a la sentencia de la pícara actriz y bomba sexual americana Mae West: “Cuando soy buena, soy muy buena. Cuando soy mala, soy mejor”.
Volvamos a este lado del Atlántico. Estos días la señora Corinna Smith, de 59 años, de la localidad de Neston, cerca de Liverpool, ha sido condenada a cadena perpetua por matar a su esposo de 80 años de edad, llamado Michael Baines, días después de enterarse de que había abusado repetidamente, durante varios años, de sus dos hijos cuando eran niños.
De estos dos hijos, uno se suicidó en el año 2007. La otra, años después de los hechos, le confió a su madre el horrible secreto. Corinna mató a Baines arrojándole sobre cara y torso, mientras éste dormía, una olla de agua hirviendo, en la que previamente había disuelto tres kilos de azúcar.
¿Imponer el silencio, cómo?
¡Cadena perpetua, de la que por lo menos tendrá que cumplir doce años entre rejas! Es de suponer que tan severa condena le haya caído a la pobre Corinna, con la que simpatizo profundamente, por la crueldad del procedimiento que eligió para liberar al mundo de semejante alimaña, restaurando así la justicia y vengando a sus hijos y a ella misma. Ya que el azúcar derretido convierte el agua hirviendo en una melaza pegajosa que prolonga el daño sobre los tejidos subcutáneos y Baines murió en el hospital tras una larga y horrible agonía.
Ahora bien, la señora Munro, sensible analista de las pasiones humanas y de los problemas, las ambigüedades de relaciones humanas y la melancolía secreta de la clase media norteamericana, ante un caso parecido, y contrastado e incluso confesado por escrito por el agresor, su amorosa pareja, llamado Gerald Fremlin, cuando por fin su hijastra lo denunció, y fue condenado y pasó dos años en la cárcel, lo que hizo fue… imponer el silencio en la familia y proteger a Fremlin hasta su muerte.
Todo esto es imperdonable, y lo era también en los años sesenta, cuando ocurrieron los hechos. Las zarandajas bizantinas sobre el pérfido patriarcado de la época son excusas propias de un feminismo desnortado y filisteo, excusas que por cierto no admitió el juez. Desde luego es repugnante también que el padre de la pobre niña violada se encogiera de hombros al enterarse por ésta de lo ocurrido, pero él podría alegar en su defensa que no tenía el talento de su ex esposa, que él no era más que un pobre imbécil. Es un miserable, pero el silencio “por amor” de Munro la hace el doble de despreciable.
Sólo es una buena "costumbrista"
Cuando le dieron el Nobel yo me hallaba en casa de una amiga, pillé en su biblioteca un libro de cuentos de la canadiense y lo leí a ver si era tan buena como para merecerlo. Al cerrar el libro pensé: Esta señora con ese irritante aspecto de ancianita lista con el pelo cano y una cinta coqueta, absurda y hasta ridícula a su edad, no cabe duda de que escribe bien, pero tampoco es gran cosa, no rompe moldes, sólo es una buena costumbrista como hay cien, qué alivio: ahora no tengo que descubrir toda su obra, me la ahorro, a ella y sus pesares.
Pero para valorar la excelencia de los escritores no juzgo sólo por mi propio criterio subjetivo. Pues, aunque como se comprenderá respeto y valoro mucho ese criterio, sé que no es la medida infalible de todas las cosas. Tengo gustos e influencias particulares que pueden llevarme a pasar por alto o negar lo que para otros son evidencias de excelencia clamorosas.
Y como la crítica y el jurado del Nobel consideran que Alica Munro es una gran autora, no me cuesta admitir que lo sea, pero ello no hace más que darme más bazas a favor de mis tesis, y elevar aún más la voz cuando grito: ¡Al infierno con Alice Munro, junto al señor Fremlin y a su ex marido! ¡Trío nefando de cómplices en la pederastia, padres demoníacos!
¡Y libertad para Corinna Smith!