Jacques Tardi, profeta del pasado
El francés Jacques Tardi (Valence, 1946) fue uno de los autores estrella del difunto mensual A Suivre, en el que su carta de presentación fue la monumental Ici Même, escrita por Jean-Claude Forest. Antes de eso, el hombre había pasado por la editorial Dargaud y su revista Pilote, donde las cosas no le habían ido demasiado bien. Todo funcionaba mientras ilustraba guiones ajenos -entre ellos, uno de Jean Giraud, Un cheval en hiver (Un caballo en invierno)-, pero cuando le dio por dar rienda suelta a su creatividad, empezaron los problemas. Profundamente antimilitarista, aunque ( o porque) su padre fue un oficial del ejército francés destinado en Alemania, donde nuestro hombre pasó su infancia antes de volver a la patria y pasar por la Escuela de Bellas Artes de Lyon y la de Artes Decorativas de París, Tardi intento publicar en Pilote dos historias, Un episode banal de la guerre des tranchées (Un episodio banal de la guerra de trincheras) y La veritable histoire du soldat inconnu (La auténtica historia del soldado desconocido), que sus jefes encontraron demasiado derrotistas y muy poco francesas (la primera la publicó el diario Libération y la segunda, la editorial Futuropolis). Viendo que ahí no tenía mucho futuro, nuestro héroe se trasladó a la revista Métal Hurlant, donde publicó, en 1974, Polonius, ambientada en el Imperio Romano y con guion (ajeno) de Philippe Picaret. Pero fue en ese mismo año cuando apareció su primer gran álbum, Adieu, Brindavoine (Adiós, Brindavoine), espléndida historia ambientada en la primera guerra mundial y protagonizada por un peculiar antihéroe que ya adelantaba lo que el autor piensa de las patrias, las banderas y las grandes contiendas: nada bueno (para distanciarse de cualquier tipo de reconocimiento nacional, en 2013 rechazó la Legión de Honor).
Con Adiós, Brindavoine, Tardi se instalaría definitivamente (o casi) en el pasado, dedicando la práctica totalidad de su obra a historias ambientadas en cualquier época, menos la que a él le había tocado vivir. Inspirado por los folletines del XIX, los comics de Edgar P. Jacobs y los delirios de Julio Verne (un par de cuyos libros ilustraría posteriormente), Tardi dio a luz en 1976 a la muy peculiar Adele Blanc-Sec, investigadora de lo misterioso y lo paranormal en el mundo retro del París de la belle époque. La fantasía, los enigmas aparentemente irresolubles y un sentido del humor ligeramente retorcido (Adele no es una mujer especialmente simpática, aunque sí lo suficientemente empoderada como para poder ser considerada una feminista Avant la lettre) se juntaron en los nueve álbumes de sus aventuras (hay previsto un décimo que no llega nunca, como la segunda parte de Las tres fórmulas del profesor Sato, de Jacobs, que lo tuvo que acabar su ayudante Bob de Moor, empleado también como machaca de Hergé). Tuve el placer de traducir los cuatro primeros para la editorial Norma y recuerdo habérmelo pasado pipa haciéndolo.
La otra gran serie de Tardi avanzaba un poco más en el tiempo, pero no iba mucho más allá de los años 50: Las aventuras de Nestor Burma (cinco libros publicados hasta ahora, entre 1982 y 2000), eran sendas adaptaciones de algunas novelas de Leo Malet (1909 – 1996), estupendo representante del polar francés que nunca tuvo suerte con sus ediciones españolas. Como Adele, Nestor tampoco es un prodigio de simpatía, pero como investigador privado no tiene precio, pues es de los que muerden y no sueltan. La reconstrucción del París de antaño es excelente, de las calles al tugurio más infame, pasando por la vestimenta de los personajes, tan brillante como la del París de treinta años antes, el de Adele Blanc-Sec.
La relación de Tardi con la novela negra de su país se extiende a otro autor de mucho mérito, Jean Patrick Manchette (1942 – 1995), del que adaptó en 2005 su novela Balada de la costa oeste (que yo acabé traduciendo para RBA, disculpen que me cuele constantemente en el plano) y que escribió para él el álbum Griffu (1978), que también era estupendo (como ilustrador, Tardi puso imágenes a tres novelas de Louis Ferdinand Céline (1894 – 1961): Voyage au bout de la nuit (en 1988), Casse pipe (1989) y Mort a credit (1991). Otro autor que captó su interés lo suficiente como para adaptarlo al comic fue el escritor y cineasta Jean Vautrin (1933 – 2015), cuya novela ambientada en la Comuna de París (sí, se podía ir más atrás que con Adele Blanc Sec) Le cri du peuple (El grito del pueblo) convirtió en cuatro espléndidos álbumes que, sin embargo, no consiguieron fascinarme tanto como las andanzas de Adele y Nestor Burma.
Me temo que ahí me quedé con Jacques Tardi, y aunque sigue publicando (cada vez a un ritmo más lento: ya tiene una edad), no siempre le leo (o no lo hago con el entusiasmo de antaño). Como le dijo Orson Welles a Peter Bogadonovich, basta con una buena película para que te recuerden. En el caso que nos ocupa, Tardi merece ser admirado y recordado por dos series soberbias ambientadas en diferentes épocas parisinas, lo cual me parece más que suficiente. Y sin olvidarnos de Adieu, Brindavoine, que es el álbum con el que muchos descubrimos que ese tal Tardi podría depararnos grandes momentos. Como así fue.