El arte de dudar en la era de los macrodatos
La cultura científica ayuda a cuestionar las estadísticas que cada día recibimos a través de los medios, las redes sociales e internet para que su manipulación interesada no altere nuestra percepción de la realidad
21 enero, 2024 19:00El conocimiento de los fenómenos de la realidad requiere de datos, pero no consiste en ellos. Necesita conceptos que integren los factores y los contextos de cada momento y situación, y, con ellos, interpretar la realidad (aquello que encuentro tal como lo encuentro); dispuestos siempre a incorporar modificaciones, de acuerdo con los resultados y nunca enganchadas a una ideología que imponga lo que se debe encontrar.
Hace veinte años, el editor alemán Frank Schirrmacher planteaba el terror biológico y social a envejecer en que viven los europeos, con la consiguiente pérdida de confianza en ellos y en mantener, o conseguir de nuevo, un trabajo pertinente a su formación. Lo hacía en el ensayo El complot de Matusalén, del que se vendieron un millón de ejemplares y que fue traducido a catorce idiomas. Se trata de un malestar que un día alcanzará también a los más jóvenes, a los que el autor proponía solidarizarse con sus mayores y con quiénes ellos mismos serían irremediablemente dentro de unos decenios. Se hace precisa así una nueva perspectiva e interpretación de la vida que abra horizontes de esperanza y de mejor aprovechamiento.
Diez años después, Schirrmacher publicó Ego, acerca de las trampas del juego capitalista; hasta un punto en que ya “todo es dinero. Literalmente”. En 2008, entremedio de estos dos libros, se produjo la quiebra de la compañía financiera Lehman Brothers, a causa de una irresponsable gestión de fondos, asumiendo riesgos imposibles de cubrir en los créditos a hipotecas subprime (con un nivel de riesgo de impago superior al resto de créditos) que marcó el comienzo de una gran recesión mundial: la ruina de innumerables familias y un empobrecimiento generalizado, una era de demenciales e inaceptables desigualdades sociales y económicas.
Medio siglo antes, el escritor de ciencia ficción y también editor John W. Campbell ya había advertido de la amenaza que supone transferir las reglas de juego matemático a la sociedad, en su condición de juegos ocultos, opacos y egoístas, que nos reservan sorpresas terroríficas: la estrategia y la codicia. ¿Cómo se puede permanecer en una sociedad –venía a preguntarse Schirrmacher- sin sufrir daño mental cuando ésta supone que cada individuo es razonable sólo si actúa en su exclusivo interés? La sociedad convertida en una timba gigantesca. ¿Ideología californiana, neoliberalismo? Sencillamente, la ley de la selva, el imperio de la codicia y la brutalidad.
Alan Turing, uno de los padres de la informática, escribió que el trabajo necesario para la educación de una máquina que se ha de programar venía a ser más o menos el mismo que para educar a un niño. Por su parte, Frank Schirrmacher veía el mercado como un ordenador gigante, un monstruo estadístico donde lo cierto se decide por muestras estadísticas interpretadas desde un punto de vista exclusivamente económico, desalmado.
Aprender de los datos y estadísticas supone saber dudar de ellas. Hay una ingente cantidad de datos de todo tipo y conviene sopesar todo lo que se dice y se argumenta con cifras, planteando preguntas que ayuden a identificar fallos, insensateces y engaños. Se requiere, pues, adquirir experiencia y disponer de una actitud escéptica; de origen griego, la etimología de este término es escrutar con reflexión, meticulosamente.
David Spiegelhalter es un reconocido estadístico británico, cuyo último libro El arte de la estadística (Capitán Swing) discurre sobre los métodos estadísticos, su ciencia y su arte. La importancia de refutar las malas prácticas y ofrecer análisis dignos de confianza; comprobar los supuestos y hacer reproducibles los análisis; separar el ruido de las señales e interrogarse por qué hacemos lo que hacemos en lugar de centrarnos en qué técnica particular usar. Se pronuncia con claridad acerca del que él llama principal problema de la cobertura de prensa: “no son las falsedades totales y absolutas, sino la manipulación y la exageración a través de una inapropiada interpretación de los hechos: éstos pueden ser técnicamente correctos, pero están distorsionados por lo que podríamos llamar unas prácticas de interpretación y comunicación cuestionables”. Es decisivo que tanto los lectores como los periodistas estén educados en tales aspectos. En la formación de los científicos, señala Spiegelhalter, apenas se enfatiza en cuestiones no técnicas que son fundamentales.
Hay que cultivar la capacidad de cuestionar los números que se nos enchufa cada día, conscientes de los aspectos éticos de la ciencia de los datos (también del mal uso de los datos personales) y de que la forma en que se presentan los datos influye en su percepción: el impacto emocional y la selección de resultados. David Spiegelhalter hace mención del “calamitoso nivel del debate estadístico en la campaña del referéndum sobre el Brexit en el Reino Unido”. Hay falacias de evidencias y distribución sesgada de datos, que pasan a intoxicar las muestras y conducen a interpretaciones erróneas.
Estamos en la era de los macrodatos, con la ciencia estadística interviniendo en negocios y medios de comunicación. También aquí resulta básico tener pericia: separar los hechos de la ficción, reconocer la dispersión, distinguir resultados significativos. Cabe reconocer asimismo diferentes errores. Se denominan de tipo I a los que rechazan algo que es cierto (o una hipótesis nula, que es una aplicación de la reducción al absurdo, donde se supone lo contrario de lo que se quiere demostrar esperando obtener una contradicción). Los errores de tipo II dan por cierta una falsedad (no se rechaza una hipótesis nula y se sostiene la hipótesis alternativa, por estar relacionadas las variables). En analogía jurídica, un error de tipo I supone condenar falsamente a un inocente. Y de tipo II sería declarar no culpable a quien ha cometido el delito. Para los peritajes judiciales se hace imprescindible la estadística forense que estudia los fenómenos delictivos, tanto en números como en observación.
Si se dice, por ejemplo, que una prueba de dopaje es 95 por ciento fiable, significa que un 95 por ciento de los deportistas dopados y un 95 por ciento de los no dopados serán clasificados correctamente. Si un atleta da positivo, ¿cuál es la posibilidad de que realmente se haya dopado? Sabemos que un 5 por ciento de los que no se dopan dan positivo. La razón de verosimilitud da solidez en un análisis forense: se trata de dividir la probabilidad de que la evidencia asuma la hipótesis A (en este caso, 0,95) por la probabilidad de que la evidencia asuma la hipótesis B (en este caso, 0,05). El cociente es igual a 19; esto es, es 19 veces más probable que la prueba de positivo si el atleta es culpable que si es inocente. Habrá que contar también con la ley de grandes números y con las variables de confusión (especialmente empleadas en biomedicina), factores que distorsionan la medida de asociación entre dos variables.
Es obligado combatir con eficacia la pseudo-ciencia que afirma que la vacunación causa autismo o que ir a la universidad incrementa el riesgo de desarrollar un tumor cerebral. Quienes más saben de ciencias saben también que hay que desaprender. Importa transmitir a nuestros semejantes el gusto por no ser meros espectadores y ascender por el entramado de la intrahistoria, dudando mejor y con la presencia de mil factores ocultos.