Lina Meruane: "Lo que me interesa de un libro de relatos es que sea unitario"
La escritora chileno-palestina, que acaba de reunir sus cuentos en Avidez (Páginas de Espuma), reflexiona sobre el efecto de la dictadura en su generación y aborda cuestiones como el deseo o la resistencia ante los discursos culturales hegemónicos
26 octubre, 2023 19:00Si trazáramos un mapa de la literatura chilena actual, Lina Meruane ocuparía un lugar destacado junto a a otras autoras, como Nona Fernández. Chilena de origen palestino, vive en Estados Unidos y acaba de publicar Avidez (Páginas de Espuma), un libro en el que recoge trece relatos publicados desde los años noventa. Lejos de ser una antología, Avidez es una obra donde la necesidad de saciar el deseo y el anhelo actúan como ejes de sus historias. Ordenados a la manera del arco de una vida, desde la infancia a la edad adulta, sus narraciones permiten adentrarse en su universo literario y recorrer los intereses de su producción literaria: la dictadura, la enfermedad, la violencia física y discursiva, la imposición de los discursos hegémonicos… Todos estas cuestiones, abordadas también en obras como Cercada, Sistema Nervioso o Palestina en pedazos, obra que desgraciadamente adquiere una relevancia y una actualidad de primer orden, están presentes en estos extraordinarios relatos.
-Avidez es una palabra que en su libro, donde reúne cuentos escritos a lo largo de varios años, adquiere distintos significados.
-Sí, en este libro hay relatos escritos a lo largo de treinta años. Ni a mí ni a Juan Casamayor (editor de Páginas de Espuma) nos interesaba publicar un libropor mera acumulación. Empecé a revisar los relatos escritos y me di cuenta de que había un tema que estaba presente en todos y que podía resumirse con el concepto de avidez. Es una palabra que alude al hambre material y a la necesidad de satisfacerla, que remite a los apetitos carnales y a las pulsiones obsesivas. Es decir, los relatos hablaban de necesidad, carencia, de la determinación para satisfacer algo. Evidentemente, quedaron algunos fuera. Luego, añadí uno que servía como bisagra para trazar el recorrido que realiza el libro por asuntos como las necesidades de los hijos, los apetitos carnales de las adolescentes o las angustias en torno a la maternidad.
-A través de distintos personajes usted construye un recorrido vital.
-Lo que me interesa de un libro de relatos es que sea unitario, no una compilación arbitraria de textos. Por esto, a la hora de ordenar los relatos, no seguí la cronología de la escritura, sino que tuve en cuenta las realidades y las edades de los protagonistas, que mayoritariamente son mujeres. Creo que la palabra avidez es muy inclusiva en términos de significado. A diferencia de carencia, alude a una actitud determinada, proactiva, en la consecución de una satisfacción. Me parecía bonito que avidez sea una palabra que comenzara con la a y terminara con una z. En sí misma es una especie de abecedario de deseos y tiene una síntesis con mucho golpe. Diría que no es un libro con trece cuentos, sino con trece golpes. Es un libro corto que no se lee rápidamente.
-Sus relatos se definen por su complejidad y por dejar en suspenso a los lectores, abriendo distintas posibilidades interpretativas.
-Soy alguien que siempre encuentro dobleces en la realidad y las traslado a la escritura. Pienso en el primer relato, que se construye sobre un doble plano: por un lado, el aspecto político, representado por la alusión inicial a la muerte de Orlando Letelier a través de la narración de su hijo, que cuenta cómo vio el cuerpo desmembrado de su padre tras la explosión que lo asesinó en los primeros años de la dictadura en Washington. Letelier es ese padre que la dictadura consideraba sucio. Por otro lado está el reverso de esta escena: una niña traumatizada por el afán de limpieza del padre. Remite a esa idea de limpieza enunciada por la junta militar. La niña responde ensuciando la casa de manera muy desagradable. En mis cuentos hay siempre reversos, un doble sentido; se conforman a partir de capas superpuestas que no siempre coinciden, pues a veces están en abierta oposición.
-Esta doblez se percibe también en la ruptura con lo real y en la aparición de elementos extraños, inquietantes, fantásticos.
-Me interesa lo raro y lo imprevisible. En la presentación en Barcelona, Jordi Carrión subrayó el elemento insólito y la ciencia-ficción presente en estos relatos. He de decir que no es algo pesando de manera fría; no tenía voluntad de escribir ciencia-ficción. Lo que sí hay es una voluntad de mirar lo que no se ve normalmente y subrayar su extrañeza. Hay cuentos cuya lectura me ha sorprendido. En el relato 'Hojas de afeitar' aparecen adolescentes obsesionadas por el ritual de la depilación porque las convierte en mujeres, pero también en seres tóxicos y agresivos.
El cuento concluye con el descubrimiento de las adolescentes de que una compañera que acaba de llegar y que es peluda tiene un cuerpo diferente. 'Hojas de afeitar' se está leyendo como un cuento sobre lo trans, pero, cuando lo escribí en 2006, esta cuestión no estaba en la conversación pública y yo no la tenía presente. Lo interesante de esto es que hablamos de un cuento que tenía para los lectores del 2006 una escena sorprendente al final y que ya no la tiene dado que los lectores reconocen en esa escena una situación que perfectamente podría suceder.
-Aludía antes al reverso político de sus relatos. En ellos lo insólito coincide casi siempre con lo subversivo.
-El poder crea una serie de ideas y las convierte en normas para la sociedad: la buena niña, la buena mujer, la buena familia heteronormativa… La realidad cuenta una historia diferente y demuestra que cuanto más se reitera una norma moral más necesidad existe de transgredirla. Esto pasa en todos los planos de la sociedad. Estamos atrapados en una narrativa que hemos normalizado y por eso los relatos parecen insólitos, cuando la mayoría de ellos están basados en hechos reales.
-Sus cuentos dialogan con el resto de su obra -el primer relato, por ejemplo, abordando el tema de la dictadura nos remite a su novela Cercada- y nos ayuda a observar de qué manera sus intereses se han ampliado.
-Hubo un periodo en el que estuve preocupada por el tema de la infancia y de la transformación física y psíquica de las niñas en su devenir hacia la adolescencia; posteriormente, profundicé en el relato de la dictadura, una indagación en la que todavía sigo. Los temas no se olvidan: siguen ahí y se amplían. Las implicaciones sobre qué significó crecer en una dictadura están muy presentes en mi obra; Aparecen en Cercada, pero también en Señales de nosotros, un libro que solo he publicado en Chile. Están en las crónicas en las que vuelvo la mirada hacia atrás y reflexiono sobre qué significo para las niñas que éramos y lo que significó para las adultas que somos esa experiencia. Otros temas que recorren mi obra son la inmigración palestina y los feminismos. Todos están conectados entre sí a través de una mirada sobre el cuerpo, la discriminación, la opresión y la norma…
-Como cuestionamiento de la norma aparece el tema de la enfermedad.
-Sí, es otro de los temas fundamentales. En un principio, no entendía muy bien qué era lo que articulaba estos temas, pero creo que uno de los elementos que los une a todos es mi preocupación por el cuerpo.
-Un cuerpo sobre el cual, como vemos en Hojas de afeitar, hay gozo, pero también violencia.
-Al rasurarse, las adolescentes encuentranplacer. En lugar de convertirse en chicas femeninas lo que hacen es acariciarse y descubrir lo que hay debajo del vello: sus cuerpos con sus transformaciones. Al rasurar a otras hay un ejercicio de violencia: ellas encuentran el placer y ejercen la violencia a través del mismo acto.
-¿Se podría también pensar ese acto como una imposición vinculada a una determinada imagen de la mujer?
-Lo que hacen estas adolescentes es adoptar esta imposición y darle la vuelta descubriendo el placer. Es el mismo gesto que se produce cuando uno se apropia de un insulto para darle otro significado, como sucede con las palabras gay o perra… Al apropiarse del insulto, se puede utilizar como argumento de crítica.
-¿La literatura consiste en una resignificación?
-Sin duda. La literatura siempre mira y repiensa aquello que está escrito en la norma oficial. La literatura explora y resignifica esa norma.
-¿Al escribir existe un compromiso con la palabra?
-Las palabras no son objetos fijos, aunque se pretendan definir a través del diccionario. El lenguaje es un cuerpo vivo que los hablantes van modificando. Si pensamos en términos políticos, la importancia de ka resignificación es mayor, pues alude a la posibilidad de nombrar las cosas de otra manera para que aparezcan de una manera distinta. Esto lo tuve presente con la cuestión palestina: ¿De qué manera se está nombrando la realidad palestina y cómo se está distorsionando con fines políticos? Tras esta pregunta estaba la convicción de existe una nación constituida y poderosa (Israel) que domina el discurso público e impone su descripción, borrando la realidad palestina. Como escritora tengo que pensar el lenguaje desde todos los ángulos. El lenguaje puede ser poético y creativo y, a la vez, tener implicaciones muy graves.
-Lo que comenta del relato construido por Israel lo estamos viendo actualmente de manera particularmente alarmante.
-Esta mañana, de hecho, estaba viendo las noticias de la BBC y comentaban que el mundo árabe no cree la versión israelí en torno a la destrucción del hospital de Gaza, donde murieron quinientas personas. La versión israelí dice que Hamás es el responsable de la masacre. Hamás lo niega y pide que inspectores internacionales lo verifiquen. En la BBC entrevistaban a gente que se manifestaban en Líbano y en Jordania. Todos decían lo mismo: ¿cómo van a creer la versión de Israel si Israel lleva mintiendo 75 años?. “¿Tú creerías a alguien te miente?”, le preguntaba una chica al periodista. Mientras veía esto pensaba que lo que sucedía era una resistencia al lenguaje: se piden pruebas porque no se confía en el lenguaje. Esto es extrapolable a cualquier otra circunstancia. Estamos sometidos a información falsa o manipulada y hemos adquirido mucho escepticismo ante cualquier discurso.
-En uno de sus relatos habla del silencio ante ciertas cuestiones.
-El silencio tiene que ver con el encubrimiento. Por eso hay que pensar cada vez más en el lenguaje.
-Usted lo hace en un relato, 'Reptil', donde el personaje que tiene una lengua rasposa.
-Este es el cuento al que antes aludía y que escribí a propósito para este libro porque me servía para entrar en el mundo escolar. Me di cuenta de que en un libro sobre la avidez tenía que tener un cuento sobre la lengua. En 'Reptilp, pienso en la lengua como un elemento material que lo destruye todo; también pienso la lengua entendida como habla. ¿Qué pasa cuanto la lengua o el habla lo destruye todo?
-Hablando de subversión, pienso en el relato 'Lo profundo', donde el placer se convierte en una forma de subversión.
-A pesar de que este cuento es rarísimo y son muchos los lectores que se quedan deslumbrados y horrorizados al mismo tiempo, está basado en una historia real: una mujer a la que le dejan abierta un herida y decide que no se la cierren. A la hora de escribirlo me interesaba dejar claro cómo una mujer decide sobre su propio cuerpo, como ocurre con el aborto, poniendo en cuestión el discurso médico.
-Esto me hace pensar en su ensayo Contra los hijos, donde habla de la maternidad como una exigencia para las mujeres.
-A las mujeres se les ha permitido tener muy poca decisión sobre su cuerpo y se les ha privado de su libertad amparándose en la institución médica, que dicta lo que es una buena madre y moraliza sobre las costumbres femeninas.
-Usted, como otras autoras chilenas –pienso en Nona Fernández– se han preocupado sobre el relato de la dictadura y la memoria en torno a aquel periodo. ¿Cómo ha vivido el rechazo a la nueva constitución de Chile que implicaba una ruptura con el pasado?
-Somos escritoras y escritores nacidos con una diferencia de quince años, pero todos fuimos niños o adolescentes con la dictadura. Aunque hemos desarrollado nuestros temas de maneras distintas y con estilos diferentes, en la obra de cada uno de nosotros hay un momento –en mi caso más reducido con respecto a Nona Fernández– en el que nos detenemos a mirar la dictadura. Es una cuestión inevitable porque se trata de un experiencia tan estremecedora que resulta imposible abstraerse. Todos hemos querido hacer memoria. Es particularmente importante hacerlo ahora.
-¿Existe riesgo de que se imponga el olvido?
-Más que de olvido, de negacionismo. No habíamos tenido en Chile tal negacionismo desde los años de la dictadura. Es lamentable y es alarmante ver cómo se pidió un cambio de Constitución para deshacerse de la Carta Magna de 1980, que había marcado el destino de los chilenos y establecido prácticas neoliberales. En la izquierda pensábamos que un cambio permitiría una Constitución progresista, inclusiva y representativa, pero no ha salido adelante.
Quizás hubo demasiado entusiasmo y nos olvidamos de que Chile es un país conservador y que la derecha tiene poder mediático y económico. No iba a dejar que esa Constitución prosperase porque acaba con el privilegio de las élites. Ahora tenemos una Asamblea Constituyente dominada por la ultraderecha. Ante esta situación, en la conmemoración de los cincuenta años del golpe, el mundo de la cultura se ha levantado como resistencia ante la falta de memoria.
-Su obra y su vida están marcas por dos 11.S: el de 1973 y el de 2001
-Son dos hitos de los que es difícil abstraerse. El primero tuvo lugar cuando yo tenía tres años; el segundo, días antes de cumplir los treinta. El primero marcó mi infancia y el segundo mi pensamiento sobre la madurez. Con el 11S del 2001 empiezo a pensar en mi papel como chilena de origen palestino. En Palestina en pedazos cuento que, cuando tuvieron lugar los atentados, acababa de llegar a Nueva York. Salía de casa para ir al metro cuando me avisaron que habían atacado las Torres Gemelas y el metro se cerró. Me quedé en casa. Prendí la televisión y no me separé de ella.
Lo que más me impacto, más allá de las imágenes de las torres y de la gente que se tiraba, fue que las cadenas de televisión empezaron a hacer una especie de juicio en tiempo real contra la comunidad palestina. En esos instantes, los medios la señalaron poniendo imágenes de Arafat o de gente celebrando no sé qué en Palestina. La tesis que el telespectador sacaba es que los palestinos eran los culpables. En los días siguientes se fortaleció la islamofobia en Estados Unidos. Yo era una inmigrante latinoamericana y también palestina. Pertenezco a esa comunidad a la que se estaba acusando. Tengo apellido palestino. Por esto decía que el 11S transforma mi mirada del mundo y que me vinculó a una preocupación internacional que hasta entonces no había tenido.