El caso Philby
La serie 'Un espía entre amigos', supone un mano a mano entre Damian Lewis y Guy Pearce maravilloso y plantea la disyuntiva entre la elección de un amigo o la fidelidad a una patria
2 junio, 2023 15:41Kim Philby (Ambala, India, 1912 – Moscú, 1988) fue, sin duda alguna, uno de los personajes más pintorescos del turbio mundo del espionaje internacional. Se llamaba Harold, pero su padre, de natural orientalista, le puso el apodo de Kim en homenaje al protagonista de la novela de Rudyard Kipling Kim de la India. Durante su paso universitario por el Trinity College, hizo amistad con otros jóvenes marxistas de buena familia como Donald McLean, Guy Burgess, John Cairncross o Anthony Blunt (primo lejano de la reina que acabaría de curator de su colección particular de arte), junto a los que sería conocido posteriormente como Los cinco de Cambridge, por sus labores de espionaje para los soviéticos. Prodigioso agente doble, empezó con sus discutibles prácticas en la España de los años 30, donde había sido enviado por el SIS (los servicios de inteligencia británicos, que luego se convirtieron en el MI6) para vigilar al general Franco, que ya apuntaba maneras. No tuvo especiales problemas, salvo una detención en Córdoba, mientras asistía a una corrida de toros, de la que se acabó saliendo de rositas. Era tan bueno en lo suyo que, pese a conspirar contra el Caudillo, éste le otorgó personalmente la Cruz Roja al Mérito Militar el 3 de marzo de 1938: ese tío era capaz de dársela con queso a cualquiera.
Se le acabó la suerte en 1963, cuando fue descubierto y tuvo que darse el piro a Rusia, comprobando que una cosa era ser marxista en Londres y otra, muy distinta y más coñazo, era serlo en Moscú (entre otras pegas, nuestro hombre, por soviético que fuera, no hablaba ni papa de ruso). El encargado de gestionar lo que había que hacer con él fue su mejor amigo, el agente del SIS Nicholas Elliott (Londres, 1916 – 1994), obligado a debatirse entre el amor a la patria, la indignación por las actividades de Philby, que habían causado más de una muerte y más de dos, y la amistad sincera que sentía por el traidor. Esa peculiar relación es la que recoge la miniserie de Movistar (seis episodios) A spy among friends (Un espía entre amigos), espléndido mano a mano entre Damian Lewis (Elliott) y Guy Pearce (Philby), acompañados por un montón de excelentes secundarios, como es habitual en las producciones británicas (Anna Maxwell Martin como Lily Thomas, experta interrogadora del MI5, o Adrian Edmondson, el punk de la serie de los 70 The young ones, como el mandamás del MI5, sir Roger Hollis).
Perfectamente ambientada en el Londres de 1963, aunque con ilustrativos flashbacks de los años 40, Un espía entre amigos plantea una difícil disyuntiva: entre la patria y tu mejor amigo, ¿por quién optar? A través de sus interrogatorios, la agente Thomas debe dilucidar si Philby se le escapó a Elliott en Beirut –a donde se le había enviado para desenmascararlo y, tal vez, eliminarlo- o si Elliott permitió que su viejo compadre se diera a la fuga. No lo tendrá fácil porque Nicholas Elliott es un liante consumado cuyas explicaciones parecen convincentes al principio, pero empiezan a agrietarse en cuanto las rascas un poco. Para acabarlo de arreglar, los jefazos del MI5 parecen más interesados en mantener las formas y en que el populacho no se entere de nada que en hacer justicia con los traidores a la patria: a Philby se le llegó a ofrecer una jubilación tranquila y sin estrecheces a cambio de una confesión y de algunos nombres (como el de sir Anthony Blunt, quien no solo sobrevivió a su detección en 1963, sino que siguió encargándose de la colección de su prima hasta que Margaret Thatcher se deshizo de él en los años 80).
Escándalos políticos
Se detecta en la serie el clasismo británico de toda la vida, en el que un compadre de Cambridge, aunque sea un traidor de la peor especie, es tratado con más respeto y delicadeza que el pueblo llano, al que hay que darle las menos explicaciones posibles de lo que se cuece en los ambientes genuinamente posh.
Basada en la novela de Ben Macintyre y escrita por Alexander Cary, Un espía entre amigos nos muestra un Londres oficial en el que la ropa sucia se lava en casa (y en el que está a punto de estallar, por cierto, el caso Profumo, que puso en jaque la seguridad nacional por la relación del ministro de defensa, John Profumo, con la cortesana Christine Keeler, que también se acostaba con un agente del KGB) y el inglés medio le importa un rábano a quienes, en teoría, están encargados de defenderlo. Sorprende, hasta cierto punto, observar la frivolidad (boys will be boys) con la que los defensores de la patria tratan a sus ciudadanos y se tratan entre ellos (los del SIS desprecian a los del MI5 y ambos detestan cordialmente a los de la CIA, que, aparentemente, han confundido Londres con el patio trasero de su casa). Especialmente dedicada a los interesados en escándalos políticos del siglo XX, Un espía entre amigos constituye una excelente aproximación a esa Inglaterra en la que la post guerra se alargaba hasta el infinito mientras empezaban a hacer sonar sus guitarras los Beatles, los Kinks o los Stones. Y es, asimismo, una nueva oportunidad para comprobar lo buen actor que es Damian Lewis, alguien al que la industria del espectáculo debería tener mucho más presente.