La editora Ana del Arco / ANTONIO ORTEGA URBANO (COMARES)

La editora Ana del Arco / ANTONIO ORTEGA URBANO (COMARES)

Letra Global

Ana del Arco: “Editar exige un equilibrio entre la valentía y la tabla de Excel”

La directora de Comares, presidenta de los editores andaluces, reflexiona sobre la riqueza del sector más allá de Madrid y Barcelona y defiende la labor cultural de los sellos independientes

1 junio, 2023 18:13

Ana del Arco viene de una familia de editores, juristas y amantes del arte. De su padre, un juez reconocido y conocido en Granada, heredó la vocación por las leyes que ha marcado su vida. Hasta ahora, que se ha hecho cargo, con su hermano Miguel Ángel, historiador, de la editorial Comares, veterana en estudios y ensayos académicos y en los últimos años todo un referente en la divulgación de la Historia y las Ciencias Sociales. Experta en derechos de autor como abogada, es la presidenta de la Asociación de Editores Andaluces, donde abundan las editoriales independientes. Enmarca las cejas con un suave gesto de sorpresa que la acompañará toda la conversación. Piensa las preguntas y, aunque responde con rotundidad a veces, hace pausas para no improvisar una respuesta.

–Siempre tengo que estar preparada para hablar de editores que, al fin y al cabo, es también hablar de libros y, por tanto, de lectores.

–¿Se puede saber cómo es un país por quienes y qué leen?

Se puede saber sí, los hábitos de lectura ... hay barómetros que los miden pero sobre todo se sabe cómo es un país por cómo se trata y se protege la cultura. Está todo relacionado: desde el inicio de la educación en la lectura hasta la formación del pensamiento crítico. Los números solos, aunque retratan una realidad, no dan la fotografía completa. Lo significativo es cómo se inculca la lectura y la capacidad de conocimiento crítico desde los primeros escalones de la educación a las bibliotecas, los archivos o el trato a los escritores.

–El modelo francés sólo tiene críticas precisamente en Francia.

Desde Malraux y la recuperación después de la Guerra Mundial, la protección a la cultura francesa por parte del Estado sobrepasa a los diferentes gobiernos. Está por encima del signo que tengan unos y otros. Pero claro, Francia no es ajena a los cambios tan radicales que están viviendo los hábitos culturales y, sin ninguna duda, para los libros y todo lo que suponga lo escrito. En Francia es cierto que ha habido una cierta critica al bono cultural que se ha implantado en otros países europeos, incluido el nuestro, pero creo que en general ha funcionado porque, aunque se trate de apoyar a las industrias culturales nacionales, no podemos sustraernos a la globalidad en la que viven los lectores y los más jóvenes todavía más (Se refiere al hecho de que en la primera aplicación del bono cultural –durante la pandemia– el consumo de productos como videojuegos o géneros como el manga, se impuso en un rango de edad).

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–Usted preside una asociación con setenta editoriales, todas con sede en Andalucía. ¿Cuál es el retrato robot del sector editorial desde la periferia?

Pues común al resto del Europa y, me temo, al resto del mundo: entre la concentración y la fragmentación. La peligrosa concentración en prácticamente dos grandes grupos editoriales y un universo de pequeños editores que sobreviven a base de mucho riesgo y mucha imaginación.

Editar exige un delicado equilibrio entre la valentía y la tabla de Excel. En realidad, es un mundo de pymes el de la mayoría de las editoriales del país y, en muchos casos, resulta casi una situación de autoempleo o, como mucho, con uno o a lo sumo dos empleados. La estructura es frágil, pero a la vez es ligera. Se sobrevive con mucha perseverancia y gastando poco (sonríe casi con resignación).

–Ser conservadores en el gasto implica no afrontar riegos con autores o títulos.

No crea. Es precisamente la originalidad y la coherencia en la línea editorial la que permite que haya un buen número de editoriales de mucho prestigio que tienen lectores fidelizados. Pero claro, estamos hablando de números muy modestos, de tiradas de trescientos ejemplares, en el mejor de los casos. Y de la perseverancia en defenderlos y mantenerlos vivos, disponibles.

–Usted resalta siempre la importancia de tener un buen catálogo.

Y la coherencia. De eso hablo cuando me refiero a la perseverancia, a la necesidad de mantener una línea de calidad que sea identificable, que permita la fidelización. Esto es una carrera de fondo en la que puede haber sorpresas agradables, de pronto un éxito o una traducción de un autor que recibe un Nobel y que hasta ese momento no era muy conocido, pero obviamente no es lo habitual. La supervivencia la marca esa constancia de tener un buen catálogo, algo que no tiene nada que ver con la histeria del mercado de novedades.

Existe una verdadera bulimia en los grandes sellos, que editan desenfrenadamente, sin dar tiempo a que ni los libros ni los autores se asienten. La presión del mercado es brutal y va en contra de la necesidad de consolidación y calidad de un buen libro. La tentación es recortar gastos, claro, y a veces en cuestiones que son tan importantes como la traducción, el cuidado de la edición, la corrección de textos incluso. Hoy no hay correctores en plantilla en las grandes editoriales y en muchos casos es el autor el que casi se autoedita. En contraste, existen editoriales más modestas, pequeñas, que se mantienen gracias al cuidado de los textos y el mimo en la edición. El libro es un instrumento de militancia, el catálogo es un compromiso.

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–¿Libran una guerra que puede perderse?

–(Niega y al mismo tiempo se encoge de hombros) Lo peor de la concentración es que no hablamos de grupos nacionales, sino de grandes corporaciones cuyo capital reside fuera del país. No tienen raíces donde viven sus lectores. Hay distancia y prisa. Es un coctel muy peligroso. No hay serenidad. No hay compromiso. Sólo importa la cuenta de resultados. Es una muy grave distorsión que afecta a la competencia en términos de igualdad. En la mayoría de los casos, en esos grandes grupos los puestos de decisión carecen de interlocución con sus lectores, yo diría que ni siquiera los conocen.

–¿Se puede existir sin contar con la fuerza centrípeta de la capital?

–Todo no puede estar en Madrid. España tiene una diversidad que se muestra también en el mundo editorial. El mercado es más complejo y también más rico. Fíjese en Andalucía: podemos hablar de libros diferentes en Granada, Sevilla, Málaga o Cádiz. Hay un espacio para lo local. Se pueden hacer buenos catálogos desde la diversidad y la diferencia.

Con un carácter propio que tiene, sin ninguna duda, un público interesado. El caso de Andalucía, como el de Cataluña u otros lugares de España, es paradigmático. Lorca ya hablaba de la capacidad de lo local de convertirse en universal.

Me atrevo a mencionar en una enumeración, por supuesto, no exhaustiva casos de editoriales andaluzas de muchísimo prestigio por ejemplo la ya veterana Renacimiento, imprescindible en reediciones de tanto interés como en la apuesta por la poesía o por los nuevos autores.

Y hay otras excelentes: Barrett o El Paseo. David González Romero –editor de El Paseo– publica algunos libros que tienen un enorme éxito con autores locales; al mismo tiempo está traduciendo autoras alemanas fundamentales en el siglo XX que no habían llegado a España. Y lo hace desde Sevilla.

–El año pasado lío en la feria de Madrid con las editoriales independientes. ¿Se puede sobrevivir sin la Feria del libro de Madrid?

–Se puede sobrevivir como se puede sobrevivir, en el caso de las galerías de arte, sin ir a Arco, pero obviamente es una merma en las posibilidades de notoriedad y de visibilidad. Y si no se te ve, no existes. En nombre de la bibliodiversidad es determinante el acceso en la Feria a las editoriales que tienen un baremo consolidado y un trabajo reconocido y acreditado.

Entiendo que el espacio de la Feria es limitado y que haya que aplicar restricciones. El criterio del número de títulos publicados para determinar la participación y ubicación tiene, a mi entender, algunas disfunciones. Lo deseable es que en los próximos meses se concreten los esfuerzos que está haciendo la feria para que las editoriales con catálogos más pequeños puedan acceder a casetas. Alguien que tiene seis libros al año a lo mejor es más interesante que otros que tienen doscientos. Debemos procurar que quepamos todos. No sólo las editoriales. Estamos hablando de los lectores que tienen derecho a acceder a libros diversos y distintos.

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–¿Se escribe más que se lee?

–La buena noticia es que en comunidades con bajos índices de lectura, como Andalucía, se está creciendo mucho en el arco de los 10 a los 15 años. Los índices de lectura en esa edad se están disparando y eso es una fantástica noticia porque son curvas que cuesta mucho levantar. Sobre lo de escribir… es verdad. Tiene que ver la autoedición, en la que han entrado hasta los grandes grupos. Hay gente que alucina cuando se entera de que haya tiradas de trescientos libros que ni por asomo se agotan, pero es la realidad.

Yo preguntaría si quien se asombra ha comprado un libro en el último mes. Y lo que ha ocurrido es el increíble ascenso del libro infantil. Están naciendo extraordinarias editoriales dedicadas a los más pequeños: Libre Albedrío, Bárbara Fiore, Tres tristes tigres, Avenauta. Lo mismo ocurre con las librerías: esos libros infantiles y juveniles están sosteniendo el mercado. Están compitiendo con grandes editoriales con mucha fuerza y, la verdad, con un notable éxito

–Hispanoamérica, esa comunidad de millones de personas que compartimos lengua, sigue siendo una asignatura pendiente.

–Ahora con la edición digital las relaciones con Iberoamérica han crecido mucho, sobre todo donde se comparte la lengua, pero también con Portugal y Brasil. Tradicionalmente había problemas de distribución e incluso de facturación, algo que se va solucionando gracias al formato digital. En las obras de ficción los problemas son otros, también las ventajas. Al fin y al cabo siguen vivos –desde el punto de vista editorial– los autores del boom y muchos de los que de alguna manera le han dado réplica.

Pero esta recuperación de la relación se nota sobre todo en el ensayo y los trabajos científicos (recalca que se refiere a Historia y Ciencias Sociales). Existe el pirateo, claro, pero esa es una lacra que ya existía. Asombra encontrar en la calle libros recién publicados en España. Pero las ediciones de carácter académico, a través de las universidades, se han facilitado muchísimo con el acceso digital. Esto ha sido una revolución que ha reabierto una vía de comunicación interesantísima.

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–Barcelona fue la patria adoptiva de algunos de los escritores del boom.

–Bueno, eso ha cambiado por distintos motivos, pero la tradición editorial que tuvo siempre Cataluña se sigue manteniendo. Y se abren librerías, aunque se cierren otras. Finestres, por ejemplo, es una apuesta muy potente. Por otro lado, los estudios de edición en la Pompeu Fabra siguen siendo señeros, indispensables. La verdad es que la edición en Barcelona se sigue cociendo con buen fuego, aunque haya sufrido, como en todas partes. El ruido no ayuda a ninguna actividad económica y a la editorial tampoco, pero estamos ante un sector que tiene una innegable fortaleza y tradición en Cataluña.

–¿En el mapa de los lectores se mantiene el desequilibrio entre Norte y Sur? 

–No, es un poco más complejo, aunque efectivamente influyen los índices de renta, pero Galicia y Andalucía comparten bajos índices de lectura. Se va cambiando, pero aún estamos a la cola respecto a las primeras, a Madrid, Castilla La Mancha y el País Vasco.

¿Es un paisaje compartido con el resto de Europa?

–Bueno, los índices de lectura son distintos, pero lo que marca la diferencia es la política institucional de apoyo a la edición, no tanto en subvenciones directas sino en la dotación de las bibliotecas y las compra de libros por parte de instituciones. El modelo es Reino Unido: allí las bibliotecas son verdaderos soportes de la edición, sobre todo en estudios y ensayos.

–En el Congreso de la RAE de Cádiz ha habido una reivindicación común: la defensa del español como lengua útil para el conocimiento científico.

–Es que es vital. Fíjese que hoy casi todas las tesis y tesinas exigen una traducción en inglés. Hemos doblado el espinazo ante la difusión en inglés de todo tipo de conocimientos. Y ahora es importante tomar decisiones ante la Inteligencia Artificial (IA) o la necesidad de que los contenidos no sean únicamente en ese idioma. Vale que el inglés es prácticamente un esperanto, una lengua común internacional, pero es importante para la idiosincrasia de los pueblos, para la cultura, defender la lengua también ese mundo que ya está aquí y que puede suponer una merma de riqueza, de matices. La lengua es un instrumento vital. No podemos delegar precisamente el futuro, no podemos renunciar al papel del español en los nuevos soportes de investigación o en los formatos de organización digitales. Que los organismos evaluadores del conocimiento exijan el inglés es algo que hay que modificar. No es una batalla perdida o al menos creo que no debemos darla por perdida. Estamos a tiempo. Hay que actuar porque si nos resignamos estaríamos ante una derrota gravísima.

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–No sé si hay debate en las editoriales sobre la polémica revisión de textos como ha ocurrido con títulos de Agatha Christie o  Roald Dahl.

–No es un fenómeno nuevo la revisión de obras clásicas… De El Quijote, por ejemplo hay muchísimas, aunque se trata de adaptaciones de un lenguaje menos asequible a uno contemporáneo. Usted me habla de cuestiones de fondo, de cambiar contenidos… Claro que se puede hacer, nadie lo impide y debe impedirlo porque la creación es libre y,  siempre que no se vulneren los derechos de autoría, es posible… Otra cosa es lo que yo personalmente pienso. Ante la obsolescencia de determinados textos hay que contextualizarlos. Para eso están las ediciones críticas, las introducciones, los estudios preliminares o las notas a pie de página. No soy partidaria de meter tijera en los originales por una cuestión de respeto al lector. Tenemos que tratar a los lectores como adultos, dotados de criterio, no infantilizarlos. Hay que fomentar el pensamiento crítico y darle espacio al lector para que ser forje su criterio  Entiendo que haya casos y textos, pero insisto: para eso están las ediciones contextualizadas. Claro que yo me dedico a la no ficción y allí sería imposible meterme mano a Marañón o a Marx... ¿no?

–No existe una fórmula mágica para aumentar el número de lectores, supongo.

–De entrada, las editoriales debemos apostar por la calidad y ser perseverantes y permeables. Desprejuiciadas. Y desde la administración hay que insistir en los primeros años, en la escuela. Eso es de cajón.

–Dice Alberto Manguel que aunque no haya libros siempre habrá lectores.

–Nosotros tenemos que defender que todos los formatos son el libro. El impreso, el digital, el audiolibro… todos. Por ejemplo, en las ciencias se está usando mucho el PDF en abierto. Si nosotros no defendemos un concepto amplio de lectura vendrán otros, por ejemplo, desde la industria del videojuego, que lo reivindicarán. La cuestión es como Hamlet: leer o no leer.

–Hemos hablado del inglés como lengua del conocimiento, pero en cuanto a traducciones el mercado anglosajón también parece un hueso difícil de roer.

–Es verdad que existe una resistencia, pero es una batalla que tampoco podemos dar por perdida y trabajar otras alianzas. Por ejemplo: el mercado alemán ahora mismo es muy permeable a la literatura española… La Feria de Frankfurt es esencial para eso, un centro de relaciones de un mercado europeo para forjar alianzas editoriales. Yo creo que en España se está reaccionando bien en ese sentido, aunque quede mucho por hacer. La concentración editorial es la gran amenaza para todos.

–Algunas editoriales ya incorporan a los traductores en las portadas.

–Es que son esenciales. Desde luego, en los ensayos o estudios. Y yo creo que en la ficción también. Ahora mismo estamos redescubriendo a Emily Dickinson gracias a unas traducciones buenísimas. Y deben revisarse de tanto en tanto porque las traducciones caducan. En Comares, por ejemplo, en los textos jurídicos es inevitable una revisión casi permanente, la actualización de conceptos, las notas… En libros de pensamiento resulta ineludible también por la necesidad de contextualización. Siempre ha habido un mercado de estudios jurídicos que son usados por la academia y por quienes aplican y estudian leyesm pero si hablamos de un mayor esfuerzo de divulgación yo diría que la historia es la preferida por los lectores, aunque se den casos de libros de economía o de antropología que de pronto suscitan mucho interés.

–¿Era esperable un fenómeno como el de El infinito es un junco?

–¡No! Fue rechazado por algunas editoriales, según  ha contado su autora. Esa es una de las alegrías de la edición, que a veces –contra todo pronóstico– hay un enamoramiento entre una obra y los lectores. Ha sido increíble y una enorme alegría para los que amamos la lectura. Hay que tener en cuenta dos factores, además de que el libro es muy bonito y está muy bien escrito: esa capacidad de divulgación tan seductora que tiene el texto y la personalidad de su autora, Irene Vallejo. Ella lo cuenta muy bien y eso ayuda muchísimo al libro. Ella es un acicate más para la lectura. Verdaderamente su caso es el sueño de cualquier editor.

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–Porque no todos los sabios lo saben contar.

–Bueno (sonríe) ha habido una cierta resistencia a la divulgación desde la academia.  Ahora parece que se valora más, pero contrasta esto que pasa aquí con la tradición británica, por ejemplo. Ahora mismo hay estupendos divulgadores que, sin faltar al rigor, son capaces de atraer a muchísimos lectores, desde la arqueología hasta las matemáticas. Esa es una buena noticia. Y ni le hablo de los buenos libros de historia que hay. En España hay magníficos historiadores que son también grandes escritores. Otra cosa es el libro técnico, que tiene otro formato, aunque yo soy partidaria de la clarificación, de la simplificación… de hacer asequible el conocimiento por muy específico que sea. Ahí también debemos intervenir los editores. Debemos acompañar al autor en su capacidad de comunicar. Es nuestra obligación.

–¿Qué tal las relaciones con el Ministerio de Cultura? ¿O tal vez deberían pedir antes cita con Hacienda?

(Cara de asombro). A ver, es verdad que el tejido editorial está formado sobre todo por autónomos y que, en ese sentido, necesitamos medidas que tienen que ver con la Seguridad Social y con Hacienda. Pero estamos esperanzados con el Estatuto del Srtista y con la Ley de Cultura. Es muy necesaria. Para el sector y para la cultura española. Mucho.  Otra cosa son las ayudas para las ediciones, ahí nuestra interlocución directa es con el ministerio de Culturay también con las autonomías.

–¿Un editor lee por placer?

–Claro. Aunque a veces los manuscritos te canibalizan todo el tiempo… En mi mesilla de noche tengo, por ejemplo, Madrid 1945, de Andrés Trapiello y la traducción de los poemas de Emily Dickinson de Carlos Pujol, que es tan buena… Y un montón de inéditos para leer o corregir. Pero eso no me cuesta trabajo. Lo que de verdad me duele es decir que no. Te persigue el complejo de culpa siempre. Por claro que lo tengas. Es muy duro negarle el sueño a un autor, pero también es nuestro deber, ser honestos.

–Es especialista en derechos de autor.¿Los herederos son una traba o una ayuda?

(Gesto de pánico que modera inmediatamente) Bueeno… Hay que hacer diferencias. Hay herederos que apoyan y ayudan a la divulgación de la obra porque la conocen y la aman. En muchos casos han sido y son imprescindibles. Y hay otros que desde el desconocimiento esperan réditos económicos que, al no darse habitualmente, impiden de alguna manera la visibilidad del autor. Hay muchas obras descatalogadas por avaricia. Algunos creen que tienen un filón y terminan matando la presunta gallina de los huevos de oro. Pero es un derecho, así esta legislado y con eso tenemos que bandear. Ahora, se agradece cuando una familia entiende, conoce y colabora. De todas maneras, los buenos libros más tarde o más temprano encuentran su camino.