El primer Homer Simpson
El novelista Nathanael West dio el nombre de Homer Simpson a uno de los personajes de 'El día de la langosta', sobre la industria del cine que sería llevada a la gran pantalla
9 marzo, 2022 00:00A finales de los años 40, el escritor inglés Evelyn Waugh fue invitado a Hollywood para hablar de una posible adaptación al cine de su novela Retorno a Brideshead (1945), que casi todo el mundo recuerda por la excelente versión televisiva a cargo de John Mortimer y protagonizada por Jeremy Irons. Las conversaciones no llevaron a ninguna parte, pero el horror que le inspiró la vida californiana al autor británico le fue muy útil para escribir uno de sus libros más crueles, Los seres queridos (1948), que, ese sí, sería llevado al cine en la década de los 60 y versaba sobre los cementerios de mascotas y la locura amorosa hacia los animales domésticos que Waugh había detectado en la, para él, chiflada California.
Hollywood y sus inmediaciones son, sin duda alguna, un escenario tragicómico con posibilidades de convertirse en una pesadilla a lo David Lynch, pero la visión de Waugh nunca dejó de ser la de un turista. Para apurar el cáliz hasta las heces, nada como ser norteamericano y acabar trabajando para la industria del cine, como atestiguaron Scott Fitzgerald y su amigo Nathanael West, muertos en 1940 con un día de diferencia (FItzgerald reventó de un ataque al corazón y, al día siguiente, West sufrió un accidente de tráfico en el que la diñó junto a su esposa). Si Scott nos dejó los relatos de su alter ego Pat Hobby, un guionista beodo que no da una a derechas, Nathanael depositó toda su mala uva sobre Los Ángeles y la industria del cine en una estupenda novela que ahora reedita entre nosotros Hermida Editores, El día de la langosta (que fue llevada al cine por John Schlesinger a mediados de los 70).
Mucho antes de que Matt Groening bautizara como Homer Simpson al desastroso padre de familia de una popular serie de dibujos animados, West le dio ese nombre a uno de los patéticos personajes de El día de la langosta (1939), una pesadilla de novela centrada en algunos elementos marginales de la industria del cine que se cruzan, se pierden y se reencuentran durante menos de doscientas páginas y ofrecen una imagen de Hollywood deprimente no, lo siguiente. El personaje principal, Tod Hackett, es un diseñador de vestuario que ha venido a Hollywood a triunfar, pero de momento se dedica a ir tirando mientras piensa en el cuadro que pintará y justificará toda su vida de artista, El incendio de Los Ángeles. Vive en un edificio de apartamentos lleno de gente atrabiliaria: un cómico borracho y senil, la hija de éste, Faye (una frívola que tiene mucho éxito con los hombres y que fascina a Hackett sin que él mismo entienda muy bien por qué), un enano que brujulea por el mundo de las apuestas y las carreras de caballos...No muy lejos de ese edificio habita un contable llamado Homer Simpson (Donald Sutherland en la película) que es, probablemente, el ser más patético de todos: se ha pillado una baja en el hotel de la América profunda en el que trabajaba y se ha trasladado a California por si el clima clemente puede hacer algo por su corazón enfermo (también se enamorará de Faye, la aspirante a actriz que nunca pasa de extra, y lo pagará carísimo). Estamos ante uno de los retratos más fascinantes y más tristes de la vida en Hollywood, con sus sueños rotos, sus carreras que no despegan, su soledad generalizada e irresoluble, sus quimeras que no van a ninguna parte….
Buena literatura, con material de derribo
Durante su breve existencia, Nathanael West (nombre auténtico, Nathan Wallenstein Weinstein, Nueva York, 1903 – California, 1940) nunca se distinguió por su optimismo ni por su visión alegre de la vida. Su cuñado fue el célebre humorista S. J. Perelman, con el que llegó a escribir una obra de teatro, pero su especialidad siempre fue helarte la sonrisa en los labios cuando estabas a punto de dibujarla en tu rostro. Ya lo había conseguido con Miss Lonelyhearts (1933), cochambrosa historia protagonizada por un infeliz que llega a fin de mes atendiendo al consultorio sentimental del personaje del título, que no existe más allá de la imaginación de sus atribuladas lectoras, pero con El día de la langosta puede decirse que echó el resto.
Hijo de emigrantes judíos lituanos de habla alemana, el señor West fue un mal estudiante que estuvo viviendo de sus padres hasta que éstos se arruinaron. Su primera novela, The dream life of Balso Snell (1931), pasó totalmente desapercibida. Y tampoco consiguió la fama que sí alcanzó a su amigo Fitzgerald con las otras tres que le dio tiempo a escribir antes de estrellarse con su coche: Miss Lonelyhearts, A cool million y esta The day of the locust que vuelve a estar al alcance del lector español. Como guionista, escribió once películas de serie b que no han pasado precisamente a la historia. Fue, probablemente, el más perdido de toda la Generación Perdida, pero también, tal vez, el más lúcido a la hora de hablar del amor y el éxito en un ambiente que dificulta enormemente ambos anhelos.
Reivindicado a posteriori, en el momento de su muerte no era más que un guionista de películas baratas especializado en sentimientos baratos. ¿Habría llegado a triunfar como novelista? ¿Le habría servido de algo? A su amigo Scott no le fue de gran utilidad el triunfo, y algo me dice que al señor West tampoco. Nos queda su habilidad para convertir en buena literatura un material de derribo como el que aparece en El día de la langosta, texto de urgente y necesaria recuperación para quienes, como yo, no lo conocieran, pero guardaran un gran recuerdo de su adaptación cinematográfica: la primera vez que vimos en una pantalla a alguien llamado Homer Simpson.