Mark Lanegan, excantante de Screaming Trees, en un concierto / alterna2 - Йо Асакура (CC BY 2.0)

Mark Lanegan, excantante de Screaming Trees, en un concierto / alterna2 - Йо Асакура (CC BY 2.0)

Letras

Mark Lanegan

La voz del excantante de Screaming Trees es la de alguien que ha estado en el infierno y ha vuelto para compartir sus experiencias con nosotros

10 enero, 2022 00:00

Una vez fallecido el gran Johnny Cash, lo más parecido que he encontrado a la voz del Señor en esta tierra es Mark Lanegan (Ellensburg, Washington, 1964), un superviviente del grunge (fue el cantante de Screaming Trees entre 1985 y 1996) y sobre todo de sí mismo que se las pinta solo para infundirme el temor de Dios y, al mismo tiempo, aportarme cierto consuelo. Es su voz la de alguien que ha estado en el infierno y ha vuelto para compartir sus experiencias con nosotros, lo cual le confiere una extraña autoridad moral y una no menos peculiar sabiduría con las que fabrica unos discos que resultan solemnes y severos, sí, pero que también aportan, con cierta sensibilidad de ogro bondadoso, un innegable solaz a las almas momentánea o permanentemente atribuladas, categoría a la que, sin duda alguna, pertenece nuestro hombre, como él mismo dejó meridianamente claro en sus memorias, Sing backwards and weep (2020), donde explica con inocente sinceridad una existencia juvenil tan estimulante como desastrosa en la que el alcohol y las drogas jugaron un papel muy relevante. Cuando se publicó Canta al revés y llora (la traducción es mía, pues el libro no se ha editado en español), hubo protestas ante la aparente tendencia del músico a poner de vuelta y media a un montón de gente, pero lo cierto es que el primero que quedaba fatal era él: no hay más que ver cómo relata su amistad con Kurt Cobain, de la que abusó a base de sablazos constantes para costearse el whisky y la heroína. Si en el libro hay alguien más despreciable que su autor, se trata de los hermanos Conner, sus compañeros en Screaming Trees, que salen bastante mal parados.

Mark Lanegan tuvo que esperar a librarse de Screaming Trees –los grandes perdedores del grunge frente a Nirvana o Pearl Jam- para convertirse en esa versión tremendista de Johnny Cash que tanto me gusta. Lleva grabados varios álbumes entre Whiskey for the holy ghost (1994) y Straight songs of sorrow (2020), en los que su personal visión del rock, del folk y del ryhtm & blues se manifiesta a través de unas canciones casi siempre espléndidas, a veces más duras y a veces más tiernas, como de animal herido que aún intenta creer en el poder curativo del amor y la ternura. Su lado más suave se puso de manifiesto en tres discos espléndidos grabados a medias con la británica Isobel Campbell, que son también los más accesibles de su carrera: Ballad of the broken seas (2006), Sunday at devil dirt (2008) y Hawk (2010), en los que se convierte prácticamente en un folkie (con retranca), como si estuviese bajo la benigna influencia de esa chica que formó parte de Belle and Sebastian. A medio camino entre Tom Waits y Nick Cave, nuestro hombre nunca ha cargado conceptualmente las tintas en los respectivos papeles de santo bebedor y predicador pasado de vueltas, y con Campbell hizo todo lo posible por parecer una persona normal pero, afortunadamente para sus seguidores, no lo acabó de lograr. Eso sí, el Lanegan más auténtico se encuentra en sus obras en solitario, donde a veces se excede en el ruido borrachuzo a lo Waits o en la sobredosis de solemnidad a lo Cave. Cuando encuentra el justo término medio, el hombre es insuperable, y eso sucede en la mayoría de las ocasiones.

A principios de 2021, Lanegan decidió pasar una temporada en Irlanda. Si pensaba darle así esquinazo al coronavirus, se equivocó por completo: en marzo tuvo que ser ingresado de urgencia en un hospital irlandés y se tiró meses hecho polvo y con muchas posibilidades de diñarla, meses transcurridos sin tener muy claras las diferencias entre el sueño y la vigilia y entre el sueño y la realidad, meses que, algo es algo, le sirvieron para escribir su último libro, Devil in a coma, publicado en el mercado anglosajón en diciembre de 2021. En un momento dado, los médicos intentaron practicarle una traqueotomía que le hubiera dejado sin voz. Lo impidió su novia, Shelley, convencida de que si su Mark no podía cantar preferiría morirse. Acertó. Nuestro hombre sobrevivió al Covid-19 y sigue conservando esa voz que necesito especialmente desde que se apagó la de Johnny Cash. ¡Dios te bendiga, Shelley, y a ver si le duras un poco más que las anteriores!