Pérez Andújar: la línea de sombra entre las dos Barcelonas
El escritor de Sant Adrià gana el Herralde de novela con 'El año del búfalo', una historia que arrastraba desde hace 20 años
9 noviembre, 2021 00:00La nueva Barcelona en clave de auto-ficción saca al fin la cabeza con la consagración de Pérez Andújar, ganador del Premio Herralde de novela con El año del búfalo. Mucha performance y muy buena letra. Hasta ahora no se oían con claridad sus toques de atención: “oigo dos veces lo que me dice y sin embargo no me convence”, en palabras de Fausto. Pero Andújar lo vale y ha llegado su momento: diseña primero el escenario y después cuenta lo nuevo sin apropiarse de la historia, y mucho menos para decir esto era así y ahora es asá.
Su narrativa no es una ruptura del paradigma que resume el mundo metropolitano en el que vive y se siente concernido; no pontifica, claro; presenta con radicalidad la nueva era desde que no existe el procés y ha dejado de hablarse obsesivamente de gentrificación. La suya dejó de ser la ciudad de los urbanistas en el momento en que sus distintas realidades empezaron a comunicarse a través de grietas que se abren en el trazado urbano. Y el escritor coloca esta coletilla: “solo entonces empezó la fiesta”. Es de lo que él quiere hablarnos.
Herralde, nuestra Casa Rusia (homenaje a John Le Carré y al mismo Jordi Herralde, a la sombra imperecedera de Sean Connery), ha premiado a Pérez Andújar (Sant Adrià de Besòs, 1965), licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona (UB). Alguien ha abierto una ventana y entra el aire a borbotones. Pérez Andújar, que presentó la novela bajo el seudónimo Ingo Folke, ha remarcado que la historia viene de lejos; empezó a pensar en ella hace más de 20 años y finalmente ha querido escribir un libro raro de verdad, con el “horror de fondo”. Es la historia de un escritor finlandés, comunista e hispanófilo que deja escrita una novela póstuma sobre cuatro tipos que están encerrados. Andújar señala que el caos de “la dinámica política alimenta el caos de la narración convirtiendo el libro en un motor de autocombustión, en el que surgen personajes como Francisco Franco, Mobutu, Bing Crosby y el ColaCao, y también Carles Puigdemont, en un maletero”.
Andújar, uno de los nuestros, valorado, querido y licenciado por la UB, gana el galardón de Herralde, mientras que el mexicano Daniel Saldaña se hace con el premio de finalista con El baile y el incendio, una historia con guiños al Cuernavaca de Malcolm Lowry y de su gran novela, Bajo el volcán. Francamente, hacía ya días que no pensábamos en Geoffrey Firmin, aquel cónsul británico, muy honorario, dipsomaníaco y autodestructivo.
Conciencia de clase
Lo dicho, aire fresco del bueno; y se lo debemos al Jurado del premio, compuesto por Marta Ramoneda, Gonzalo Pontón, Marta Sanz, Juan Pablo Villalobos y la editora de Anagrama, Silvia Sesé. Ayer, tuvo lugar una jornada de lujo; por fin un día sin los embudos ideológicos de capelleta i pa de pessic. Una velada sin curones, ni correajes, con la buena gente que nos habla del amor y de las buenas letras. Y especialmente con Andújar, el narrador que tiene como modelo a un autor que se pasó la vida escribiendo novelas de caballería, aunque no lo parecieran: Raymond Chandler.
Decía Graham Green que el éxito solo es temporal, porque “es un fracaso retrasado”. Andújar --nada que ver con su homónimo, árbitro de futbol-- habrá tomado buena nota. Lleva mucho dándole a la cultura popular y a la parapsicología, una vocación caleidoscópica, como base de su experimentación y de un sentido del humor afilado y poliédrico que le permite aproximaciones a la realidad sin resentimiento. En la ciudad renacida, ha escrito el autor, “persisten la conciencia de clase y el empeño en hablar de pobreza y no de precariedad” que es la palabra que hemos acuñado los que “creímos ser clase media por un rato”. Andújar se siente prisionero del estupor y la velocidad de los acontecimientos. Sale de la estela de sus mayores, Marsé, Mendoza, Vázquez Montalbán o Ruiz Zafón, convencido de la hegemonía del relato sobre la sociología. Aquellos genios dejaron de tener consciencia de clase casi de niños y Andújar, sin llegar a la consciencia, se queda en el instinto. Ha atravesado el Besòs, su Rubicón, pero todavía no ha superado la línea de sombra que escinde las dos Barcelonas.
Sus argumentos remiten en parte a la supremacía de los héroes del cómic, que actúan solo como individuos y expresan su conflictividad según los cánones de la época. Así pudimos verlo en Paseos con mi madre, un altar de la sentimentalidad posmoderna; un canto al minimalismo combativo. El autor, cauto y en el fondo melancólico, lo dice así: “La gente no se fija, pero muchos libros echan a andar gracias a una dama en apuros”. Valdrá media carcajada, pero amplía el corazón.
Castellet, el gran crítico del medio siglo, diría que Andújar fue pillado bajo los cascotes del realismo social y que ha sido influido por el behaviorismo de barrio. Pero este dato no es malo; más bien señala al buen ficcionador, cuyo estado mental está situado entre la verdad y sus mentiras. Al margen siempre de que el autor utilice trucos cinematográficos, como lo es la existencia de un Yeti en el río Besòs, (La noche fenomenal), una bestia antropomórfica que no asusta ni encanalla el ambiente.