Las biografías de Anna Caballé / DANIEL ROSELL

Las biografías de Anna Caballé / DANIEL ROSELL

Letras

Anna Caballé y sus señales de vida

La escritora viaja a las raíces de la literatura confesional en un ensayo intimista, ganador del Premio Jovellanos, donde desbroza la poética del género biográfico

4 septiembre, 2021 00:10

“Los cementerios” --decía Napoleón con un envidiable humor negro-- “están llenos de gente imprescindible”. También lo están las bibliotecas. ¿Cuál es la diferencia entre ambos mundos? Diríamos que consiste en la distinta naturaleza del intermezzo: esa pieza musical menor, casi de circunstancia, que se programa como paréntesis entre dos obras mayores. Que la vida es un entremés emparedado entre una comedia y una tragedia lo averiguamos al alcanzar esa edad terrible en la que sabemos cuál es la última vuelta del camino. Lo presentido se convierte entonces, si la diosa Fortuna acompaña, en una expectativa vagamente tardía, pero en absoluto abstracta. El sendero se termina. Nada es más concreto que un punto y final. 

En los camposantos, bajo cruces, cobijamos los despojos de los que eran iguales a nosotros. En cambio, en los libros resiste lo mejor de aquellos que se fueron: pensamientos, vivencias y sentimientos tan individuales como compartidos. Páginas tan vivas como sus días, huidos para siempre. Por eso extraña que durante siglos, casi hasta el presente, haya existido una evidente disociación entre lo que se considera alta literatura y el caudal fecundo de estas narraciones testimoniales, memorialísticas y biográficas que se enmarcan dentro de lo que los teóricos del arte literario denominan el cuarto género (por oposición a la tríada clásica). 

Anna Caballé / LENA PRIETO

Anna Caballé / LENA PRIETO

Se trata de libros que suelen leerse con devoción e interés, sobre todo llegada la madurez, pero que rara vez han contado con el aprecio sincero de la academia, ensimismada en darle vueltas a las mismas norias secas. Sin embargo, nada es más pedagógico para conocer el trasfondo de la naturaleza humana que un relato biográfico. La razón se enuncia en los evangelios --biografías sagradas-- cuando Cristo proclama: “Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis también” (Mateo 25, 31-46)”. También lo canta Borges: “El hombre olvida que es un muerto dialogando con muertos”. 

Una vida concreta, por vulgar que nos parezca, contiene exactamente los mismos ingredientes en potencia que las grandes trayectorias universales, pretéritas o presentes. De las virtudes artísticas y morales de la biografía trata el último ensayo de Anna Caballé, escritora y profesora de la Universidad de Barcelona, que ha recibido por este trabajo el Premio Jovellanos que otorga la editorial Nobel. El saber autobiográfico (Reflexiones de taller), que así se llama el libro en cuestión, es una confesión y, al tiempo, una poética de la literatura que (en primera o tercera persona) viene contando desde el principio de los tiempos las vidas de santos, diablos y mediopensionistas, que de todo hay en la infinita galería de tipos terrestres

Anna Caballé

Caballé, una de las mayores especialistas de España en estudios biográficos, había escrito en paralelo a sus investigaciones monografías notables dedicadas a escritores e intelectuales españoles: desde Paulino Masip a Carmen Laforet, pasando por Concepción Arenal (libro por el que obtuvo el Premio Nacional de Historia) o el psiquiatra Carlos Castilla del Pino. Ninguna de ellas tan difícil como el ensayo que dedicó a Francisco Umbral --El frío de una vida (Espasa)--, donde por primera vez reveló, para enfado de los umbralianos dogmáticos e ignorancia de algunos bisoños del periodismo, la tragedia íntima del mayor columnista de la Transición, heredero (declarado) de César González Ruano. Un libro valiente al que muchos hicieron a conciencia el vacío y que, por eso, merece el aplauso. La verdad no puede mover a escándalo porque es infalible e irremediable, al contrario que los intereses. 

Esta práctica de la biografía como una más de las bellas artes, en su caso, se consuma en función de una teoría general del género que comienza con su tesis doctoral y se vierte más tarde en títulos como Narcisos de tinta (Megazul) o Pasé la mañana escribiendo. Poéticas del diarismo español (Fundación Lara). El último ensayo de la filóloga barcelonesa extiende este camino, pero en esta ocasión renuncia al código universitario para hacer ante el lector una confesión íntima, a la que añade una contenida pero estupenda panorámica por los grandes autores y obras del cuarto género. La primera parte del libro, escrito durante la pandemia, son unas memoirs sobre su fascinación por las vidas escritas. Un texto lleno de sensibilidad donde, además de vindicar la trascendencia histórica de la biografía, género anómalo dentro de la literatura española en relación con la británica o la francesa, sitúa los relatos sobre las existencias ajenas como las mejores escuelas de vida

Anna Caballé2

El ejercicio literario biográfico, sea de primera voz o a través de intermediarios, se caracteriza por su poderosa irradiación moral, lo cual no quiere decir doctrinaria. Los descargos personales, los diarios y las relaciones vitales han sido con frecuencia --Caballé lo cuenta con casos concretos-- un instrumento de propaganda capital en términos políticos. La épica, incluso la más impostada o anacrónica, necesita una narración que venga a sancionar ese arquetipo heroico donde convergen los valores ideológicos y culturales de una sociedad. Precisamente uno de los síntomas de delirio comunal se manifiesta en la obstinación de un grupo social por articular --a veces hasta el ridículo-- su mitología particular, con frecuencia excluyente y hecha con un molde ancestral, aunque el mundo ahora esté más poblado por demagogos e impostores que por titanes y reinas. Los unicornios, sépanlo, no existen.

Entre los argumentos de Caballé en defensa de las biografías destacamos cuatro. El primero es de índole filosófica: los mejores relatos confesionales son aquellos que, además de hechos documentados, explican la identidad de un individuo y muestran, de forma directa o indirecta, la forja de su carácter. Dos: un buen biógrafo, igual que un periodista serio, debe contrastar la información de los materiales con los que trabaja. Su verdad, sin embargo, siempre será una verdad por aproximación. Ni siquiera los personajes (auto)biografiados controlan todas las circunstancias de su suerte, mucho menos de su fama. No lo olvidemos: hablamos de un género donde se practica, como en ningún otro, la vanidad extrema

Umbral

Tres: este imponderable, lejos de ser una limitación, se convierte en un factor que suele mejorar muchas narraciones biográficas. Cualquier retrato vital es subjetivo y artificial, incluso los que se sitúan en el campo de lo ambiguo, pero su verdadera riqueza está, igual que sucede con un poema, en su capacidad de sugerencia. “Sin un punto de vista, una biografía se derrumba”, dice Caballé, que defiende la razón que asiste a biógrafos como James Boswell cuando, en su Vida de Samuel Johnson (Acantilado), reivindica su versión en igualdad de condiciones a la imagen oficial de su biografiado. Y cuatro: las biografías más creíbles –como nos enseñó Plutarco en sus Vidas Paralelas– son las que no excluyen los defectos vitales de sus protagonistas. Las vidas de santos, uno de los moldes biográficos clásicos, nos parecen construcciones arqueológicas porque, aunque en la Antigüedad pudieran considerarse ciertas, muestran los muñones de la falsedad en cuanto las circunstancias culturales cambian. 

laforet

De ahí que, igual que pasa con las traducciones de los clásicos, cada generación cuente con el derecho, según sus intereses intelectuales, a trazar su visión de determinados personajes. Caballé ilustra estas reflexiones con una descripción de las formas biográficas establecidas por la tradición. Desbroza los retratos de personajes capitales que nunca escribieron nada, y de los que sabemos todo por terceros (Sócrates o Jesús de Nazaret), estudia autores clásicos (Suetonio), modernos (Virginia Woolf), describe los distintos sentidos del yo biográfico a lo largo del tiempo (el capítulo sobre las Confesiones de San Agustín es estupendo) e incide en los antecedentes españoles, desde Gómez de la Serna a Unamuno, Ortega y Gasset y sus epígonos. Caballé rinde también un hondo homenaje a la libertad de criterio de biógrafos como Renan, que se atrevió a desacralizar –en contra de todos– el relato evangélico de Cristo. 

Castilla del PinoEl libro presenta el arte de la biografía como una tarea titánica y de alto riesgo. Es cierto. Nada hay más fugitivo y difícil de atrapar que una existencia humana. Y nada es más agresivo que un albacea (sobre todo si está interesado económicamente) a la hora de administrar los silencios y los inéditos guardados en cajones y cajas fuertes. Pero, de igual manera, no se nos ocurre tampoco nada más apasionante que revivir ese viaje irrepetible --porque sucede una sola vez y para siempre-- que consiste en lo que Josep Pla llamaba hacerse por dentro.

El libro presenta el arte de la biografía como