J.M. Sagarra y el articulismo de atmósfera
Las columnas de periódico del poeta catalán, reunidas en cuatro libros, reflejan su época histórica a través de piezas abstractas y cuadros de sensación a punto de diluirse
27 marzo, 2021 00:10En ocasiones uno se deja llevar por la atmósfera, por la inercia de lo acumulado y, entonces, parece como si estuviese claro, clarísimo, en qué diantres consiste la escritura en periódicos, o por lo menos el articulismo, concretamente la columna de opinión. En días así (claros y azules como un día despejado), parece evidentísimo que escribir columnas en periódicos, en semanarios, en revistas consiste en pronunciarse (emitir opiniones) sobre los temas candentes del día; o bien componer una pequeña pieza lírica, una prosa poética (o por lo menos suntuosa, florida) entorno a los propias aventuras y a los sentimientos que nos suscitan. Y que mejor si se entrelazan las dos cosas: la opinión urgente y las perspectivas del yo, todo bien amalgamado por una “prosa bonita, bella, trabajada”
Por fortuna algunos días la atmósfera circundante no nos arrastra tanto y estamos más sensibles a pensar por cuenta propia, hasta verlo de otra manera. Por ejemplo, nos fijamos más en el continente que en el contenido, y nos lanzamos a caracterizar la columna por su contorno, lo que vemos entonces es una caja vacía que debe rellenarse a diario para que el negocio de la comunicación gire. En esta imagen, que debemos a Sánchez Ferlosio, la columna se nos aparece como una distancia y una urgencia.
Uno podría decir que el mundo de la información ha cambiado, y que las columnas ya no están sometidas a las restricciones del papel; pero el papel sigue existiendo, e incluso en los medios digitales que crean contenido propio, se siguen a menudo respetando las antiguas distancias (en aras de la supuesta capacidad de atención del lector), y la rueda sigue teniéndose que alimentar a diario, para que la información llegué “como pan caliente” al ciudadano. En plata: quizás la columna sea más una distancia que un género; una extensión convencional de prosa, que se puede rellenar de lo que se le ocurra, prefiera y sea capaz el escritor.
Pocos columnistas pueden presumir de una obra tan dilatada y diversa como Josep María de Sagarra. En vida reunió sus mejores columnas en dos libros ya de por sí extensos (Café, copa i puro y L’aperitiu), y los textos descartados componen dos hermosos volúmenes de Quaderns Crema (L’ànima de les coses y El perfum dels dies), inferiores, pero estimables (el lector disfrutará sin duda del placer vulgar de leer los lisérgicos prólogos de Narcís Garolera, más conocido en redes sociales como el “filólogo turutalo”, donde sobresale como divulgador de la misigonia y el etnicismo, dos rubros en los que hoy en día, y en ese medio, parece ciertamente complicado destacar.
Sin llegar a los extremos de indigencia intelectual alcanzados en la senectud, sus prólogos son piezas notables de extravagancia crítica, dedicados a convencernos –tras espigar una docena de artículos de una muestra que rozará el medio millar– de que un hombre con la amplitud de miras y los incontables matices de Sagarra ocultaba a un fanático rebosante de odio hacia la lengua castellana y de rabia contra maestros y amigos muy queridos como Juan Ramón Jiménez o Vicente Aleixandre, a quienes dedicó emocionantes páginas en sus Memorias, y que gracias al heroico trabajo de Garolera suponemos ahora que se trataba de mensajes cifrados para burlar a los eventuales censores, y de paso a todos sus lectores), un magma variadísimo, una inmensa cantidad de páginas en las que Sagarra tocó todos los palos: el yo, el excursionismo, la noche, el arte, los chistes, las disputas literarias, las fiestas patronales, los viajes, el teatro, la política o la ciudad.
Podría decirse que la labor de articulista de Sagarra remeda su propia ambición literaria, de naturaleza casi patriarcal, resuelto a diseminar su talento en todos los géneros posibles, tratando de llenar los huecos de una tradición (la de la literatura catalana) discontinua y maltratada por la historia. Así Sagarra parece vivir en distintos siglos, proyecta hacia el futuro la novela escrita en Barcelona con Vida privada, una clase de libro que no existe en ningún otro idioma; escribe teatro en ese verso que el paso del siglo XIX al siglo XX ha ido abandonando; y se entrega a su natural facilidad métrica para constituirse en poeta popular, sin renunciar a escribir obras de densidad desconcertante, de una originalidad casi alucinógena, como El compte Arnau.
En su desempeño como traductor explora rutas históricas para trasvasar al caudal del idioma literario catalán los principales logros de Dante y Shakespeare; su literatura de viaje actualiza la prosa colonial en un idioma sin imperio, con trazas de etnocentrismo duro que en otra clase de país, con otra clase de problemas y con otros hábitos críticos, complicarían su circulación; y en sus celebradísimas memorias parece estar en todos los sitios a la vez.
¿Dónde se sitúa como articulista? La pregunta me lleva pensar que no disponemos (o yo no conozco), ni en catalán ni en castellano, de una historia del columnismo, que bien podría ser un relato sobre la evolución de los temas y el estilo que ha experimentado el género. De manera que es tan difícil situar al escurridizo Sagarra en el tiempo, como la variedad de sus temas complican su adscripción por género. Pero si lo propio de un autor es aquello que no podemos encontrar en otro, les invito a considerar como la gran aportación de Sagarra al columnismo una clase de texto al que recurre con cierta frecuencia, y que se reconoce porque propiamente dicho no ocurre nada, y está, además, despojado de opiniones.
Se trata más bien de reflejar la atmósfera de un momento, donde el propio yo (y ya no digamos sus lirismos) molestan un poco, como una punta de incomodidad; en una hora que se mezclan el aburrimiento, la nostalgia y un sordo entusiasmo por estar vivo; horas que se extienden y prolongan por el alcohol o los juegos de la memoria, donde las responsabilidades sociales, la respetabilidad derivada del oficio y la propia condición familiar quedan suspendidas o levemente aplazadas. Uno diría que son piezas (por recurrir al lenguaje del oficio) abstractas, sino fuese porque están plagadas de detalles (Sagarra es un cazador de detalles, del nivel de Nabokov), solo que sueltos, en cuadros de sensación que parecen siempre a punto de diluirse. Desperdigados por sus libros, a veces en primer plano, y otras como un fondo que termina apoderándose de la pieza, constituyen lo más genuino del género al que Sagarra, resuelto a sostener una literatura entera sobre sus hombros, dedicó más páginas. Su toque, su atmósfera.