El artista Michael Landy, en una imagen de un vídeo sobre su creación / TATE.ORG

El artista Michael Landy, en una imagen de un vídeo sobre su creación / TATE.ORG

Letras

'La ruptura' de Landy, el 'Último Año' de Niedling, y nuestro futuro

Dos formidables obras de arte contemporáneo nos invitan a partir de cero, con Landy y Niedling y la pandemia como oportunidad para aprender

31 enero, 2021 00:00

Se cumplen veinte años de Break down, la exhibición en Londres que hizo famoso a Michael Landy, uno más de la interesante hornada de los Young British Artists, y que causó gran admiración y asombro entre su público. Fue una performance a la que no pude asistir, aunque duró varios días, y de la que solo he visto algunas fotos, pero desde luego está entre mis preferidas en la historia del arte contemporáneo. Consistió en la destrucción pública y sistemática de todas sus pertenencias, desde su Saab 900 de color rojo, hasta su pasaporte y las llaves de su casa, pasando por sus libros y las fotografías y cartas más queridas. Literalmente, todo lo que había atesorado en sus 38 años de vida.  

La entidad Artangel financió los costes de semejante destrucción. En un recinto en el centro de Londres, todas y cada una de sus cosas eran cuidadosamente desmontadas por Landy y su equipo de colaboradores en mono de trabajo azul; los pedazos colocados en unas bandejas amarillas, y éstas en una cinta mecánica que los transportaba a un camión para que lo llevase todo a un vertedero. No cualquiera es capaz de un gesto tan radical como esa “disección y reciclado de un estilo de vida”. Landy, entrevistado esta semana por una redactora de The Guardian, y preguntado por sus sentimientos durante la performance, dice que fue “como asistir a mi propio funeral”. No es difícil de entender. Fue una gesta de desnudez destructiva y autodestructiva. Pero también tuvo que ser un proceso de autoconocimiento --las cosas que poseemos nos retratan; por eso visitar el domicilio de los demás no es un asunto baladí-- y depuración del mismo ser. Y la señal de una vuelta a empezar literalmente desde cero.

Break down significa ruptura, quiebra, y también hundirse, y echarse a llorar. Pero todos comprendemos fácilmente que también hay un potente componente celebratorio y exaltante en atreverse a cometer semejante iconoclastia.

Diez años después el artista alemán Erik Niedling realizó Mein letztes Jahr (Mi último año) que también puede ser considerado una larga performance, una disciplina, un experimento o una “acción” de un espíritu parecido al de Landy. Por lo menos yo lo veo así.

El aprendizaje con la pandemia

Tras ser concienzudamente mentalizado y entrenado por el escritor Ingo Niermann (que fue tuvo la idea del experimento), Niedling vivió durante el periodo que va desde el 1 de marzo de 2011 hasta el 29 de febrero de 2012 como si fuera el último año de su vida. Trescientos sesenta y cuatro días autoconvencido de que literalmente moriría ese 29 de febrero. Esa vivencia --claro está que el hecho de que las emociones y pensamientos de alguien que se somete a un experimento así no son fiscalizables, y además por muy mentalizado que Niedling estuviese sabía también, en el fondo de su conciencia, que no estaba escrito el día de su muerte--, de la que dio fe en su diario, publicado al año siguiente bajo el título The future of Art: A Diary, según cuenta allí le transformó. Le hizo más consciente, más activo, le agravó el carácter, cambió la valoración del tiempo y de las cosas y las personas: “Ingo Niermann ha cambiado mi vida”, dice en la ´última página del libro.

Break Down fue en 2001. Mein letztes Jahr, en 2011. Esas dos fechas inician una pauta. Han pasado otros diez años. Mientras avanzamos por este 2021, caminando temerosa y lentamente hacia el momento de inyección de la vacuna, quiero considerar que el año pasado fue un largo periodo de entrenamiento y aprendizaje para enseñarme a vivir más auténticamente, como pide el famoso verso final del poema de Rilke Torso de Apolo arcaico: “Debes cambiar tu vida”.